Entre el odio y el amor

Capitulo cuarenta: Una luz apagada

—Mataré a ese infeliz, juro que lo mataré, Osmán.— Enervó, Sasha, dentro del auto.

—Creeme que te apoyaré.—

Luego de lo sucedido en la mansión con los impertinentes y frívolos periodistas, a Azra la tuvieron que trasladar de emergencia a una clínica privada. Había tenido un colapso, producto de la tan dolorosa e inesperada noticia, pero no fue hasta que vio con sus propios ojos, el cuerpo de Selim en la morgue que, entró en un estado de shock.

Los forenses habían actuado de inmediato, mismos que dictaminaron que la causa de muerte había sido gracias a una hemorragia intensa, producto del proyectil que había desgarrado órganos importantes. Según los médicos forenses, el fluido hemático, alcanzó los pulmones de manera rápida. Su muerte era inevitable, aunque hubiera habido una intervención médica. El daño era irreversible. Sus órganos habían sido destrozados por completo.

Por otro lado, Sasha, junto a Osmán, se dirigían en busca de Laia. Los hombres de Azra que ya se hallaban en Mardin, próximos a Derik, habían avisado al pelinegro, mismo que no lo pensó ni un solo segundo y arrancó en busca de su amada y por supuesto, en busca de Kemal Yilmaz.

Obviamente, todos estaban afectados por la repentina muerte de Selim, cosa que en Sasha funcionó como una especie de combustible.

—Juro que te haré picadillos, Kemal.— Maldijo, Sasha, a la par que le propinaba varios golpes al tablero de la camioneta.

Estaba hirviendo de la rabia, misma que crecía, producto de sus traicioneros pensamientos, aunque aún no supiera del propósito del secuestro de Laia. Azra no había tenido tiempo para decirle lo que Gözde y Kemal tenían planeado en contra del hijo que esperaba el Meier y en contra de Laia. No tenía la menor idea del porqué Kemal la había secuestrado y por supuesto, la posibilidad de que este estuviese por asesinar a madre e hijo, no se reflejaban en su mente.

—¡¿Estamos llegando?!— Preguntó, Sasha, mientras mordía la punta de su dedo.

—Sí, solo falta un kilómetro.— Respondió, Osmán, mirándolo de reojo, evidentemente preocupado.

—¡No puedo esperar, Osmán! ¡Quiero matar a ese infeliz!—

—Lo harás, pero antes tienes que tener la mente fría para hacerlo.—

—¿¡Cómo crees que pueda tener la maldita mente fría si ese desgraciado a secuestro a mi hijo y a mi esposa, Osmán y por si fuera poco, es el responsable de que Selim haya muerto!?—

Osmán solo echó un suspiro, en señal de resignación al saber que Sasha no apaciguaría su ira.

—¡Mira, Osmán!—Exclamó, Sasha, inesperadamente al unísono que señalaba la orilla de la carretera.

Osmán desvió su atención y pudo ver lo que su primo le advertía.

—Es la camioneta en la que ese maldito se llevó a Laia.— Enervó Sasha.

Osmán detuvo el auto y Sasha bajo.

—No entiendo nada, se supone que falta un kilómetro, además no hay ningún viñedo. Esto es barranco.—

—Kemal no es idiota, Osmán, si la camioneta está aquí, Laia está cerca. Debió de enterarse de que veíamos tras él. No le daría tiempo de llegar al viñedo. —

—¿Qué haremos ahora?—

—Buscarla—

—Esto es gigantesco, Sasha, además ya está por oscurecer, es imposible encontrar a Laia y perdón si sueno pesimista, primo.—

Sasha miró a Osmán, mostrando una expresión de disgusto y sin avisar, desapareció en las sombras del atardecer.

—¡¿Sasha?!— Llamó, Osmán al no verlo en el límite del barranco.

Se acercó y miró hacia abajo, topándose así con Sasha.

—¡¿Estás loco?!—

—Si no vendrás no interfieras, Osmán.—

El Meier quiso replicar, pero le fue imposible hacerlo y si más, se lanzó al barranco, siguiendo así los pasos de su primo.

La luz del ocaso, levantaba las sombras de los escasos arbustos que se repartían en la gran llanura. Los colores pintorescos del cielo, colmaban con pasión, el verdoso suelo de manzanilla y hierba, mismas que eran perturbadas, por el modesto viento que llegaba del horizonte y repasaba sin compromiso de por medio a aquella gran llanura que se hallaba a las faldas de un gran barranco.

El llanto callado, obligado a no vociferar sollozos, gracias a un trapo que tapaba la boca, era casi inaudible.

—No quiero parecer malvado, hermanita, pero lo que haré será por el bien de la familia.— Ostentó Kemal, a tono sarcástico.

Laia lo miraba, aterrorizada, podría decirse que sus ojos hablaban por ella, mientras se hallaba tumbada y amordazada sobre la hierba y flores de manzanilla que cubrían al lugar.

Intentaba gritar y zafarse de las cuerdas que la apresaban, pero era inútil, hasta que Kemal se agachó y quitó el trapo de la boca de esta, para introducir una nota dirigida a Sasha, pero esto se vio sofocado, gracias al grito de Laia. Tapó la boca de esta con su mano y luego, la cubrió con el trapo. Se reincorporó y sin esta poder reaccionar, Kemal, pateó con fuerzas su estómago.

Los ojos de Laia, mostraron el dolor impetuoso que la envolvió, mismo que produjo una inevitable falta de oxígeno en sus vías respiratorias. No permitió se recuperase de la fuerte patada, cuando otra aterrizaba con desdén en la boca de su estómago, seguido a otra que impactaba con furia Kemal.

El rostro de Laia expresaba dolor del más puro, junto a sus débiles quejidos que eran agazapados por el trapo que cubría su boca.

Las patadas seguían, cada vez más fuertes y sus fuerzas se desvanecían, junto a la luz del ocaso, junto a la vida que en su vientre llevaba y no fue hasta que Kemal la escupió, cuando un impertinente suspiro por parte de Laia, un suspiro seco, dio la señal de que el hilo de plata que llevaba en su vientre, había sido cortado, fue ahí que el Yilmaz se detuvo, desvío su atención a las piernas de Laia y vio como la sangre corría a más no poder por estas.

Laia miró a su hermano y luego miró al cielo, sumida en la desorientación, mientras una lágrima recorría su mejilla y terminaba mojando una flor de manzanilla.



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En el texto hay: amor secretos drama odio

Editado: 23.11.2024

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