Entre El Sol Y La Tormenta

CAPITULO 7

Estaba en mi cama.
Luz apagada.
La Biblia abierta a medias sobre mi pecho.
Y el sobre de Elías en las manos.

Lo abrí con cuidado.
Como si contuviera algo frágil.
Como si mis dedos supieran que eso podía doler… o sanar.

Dentro, había una hoja doblada.
Papel simple.
Tinta negra.
Palabras directas.

“Pequeña:

A veces, no hay respuestas.
Solo heridas.
Y pasos.

Pero aun así, hay belleza en seguir caminando.”

‘No temas, porque Yo estoy contigo;
no desmayes, porque Yo soy tu Dios que te esfuerzo;
siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia.’
— Isaías 41:10

No tienes que ser fuerte todo el tiempo.
Está bien caer.
Solo no te quedes ahí.

Y si algún día necesitas que alguien camine a tu lado,
sabes dónde encontrarme.

—Elías.”

Me tapé la boca con la mano.
Las lágrimas salieron sin avisar.
No eran de tristeza.
Eran de ese alivio raro que te invade cuando descubres que no estás tan sola como pensabas.

Justo entonces, vibró mi celular.

Leo.

“Sé que es tarde, pero…
¿puedo confesarte algo?”

Dudé.
Y luego escribí:

“Dime.”

Pasaron segundos.
Él respondió:

“Hoy, cuando estabas tan cerquita en el auto, solo pensaba en una cosa.”

“¿En qué?”

“En que nunca nadie me había hecho sentir algo sin tocarme.”

Tragué saliva.
Me cubrí la cara con la almohada.
Quería gritarle al corazón que se calmara.

Escribí:

“Y tú… ¿quieres tocarme?”

Silencio.
Un minuto.
Dos.
Y luego:

“Sí.
Pero no como los demás.
No para arrancarte nada.

Solo quiero aprender cómo se ama a alguien que está rota…

Sin romperla más.”

Me rompí un poquito más.
Pero no de dolor.
De ternura.

Cerré el celular.
Abracé la hoja de Elías.
Y recé.

“Dios…

Gracias por enviarme manos limpias.
Y por no soltarme cuando yo misma quise dejarme ir.”

Al día siguiente, desperté con la mente más clara.
Con el alma un poco menos pesada.
Con la fe… no intacta, pero viva.

Y con una decisión tomada:

ShadowFox no va a seguir hablando por mí.
Esta vez… hablaré yo.

El desayuno estaba servido cuando bajé.
Pan con mermelada, té tibio.
Mi madre miraba su celular, fingiendo que todo estaba bien.

—¿Dormiste? —preguntó.

—Sí —mentí.

Ella asintió. No insistió.
Nadie lo hace ya.
La gente se acostumbra a las mentiras suaves.

En el bus, no hablé con nadie.
Pero Jessica me esperaba en la puerta del colegio.

—Z, hoy es el día.
—¿Lista para exponer a la reina del veneno?

—No —respondí, respirando hondo.
—Pero voy a hacerlo igual.

Primera hora.
Leo estaba en su asiento.
Sus ojos me buscaron apenas entré.

Me acerqué.
Le dejé un pequeño papel.
Decía:

“Gracias. Por no intentar arreglarme. Solo por estar.”

Él lo leyó.
Y me miró.
Con esa forma suya de mirar que duele y sana al mismo tiempo.

Se acercó un poco, en silencio.
Y rozó mi hombro con el suyo.

No dijo nada.

No necesitaba hacerlo.

Jessica tenía su plan listo.
En el recreo, mientras Camila hablaba con un grupo de chicas, Jessica activó la trampa.

—Z —susurró—. Le mandé un mensaje por WhatsApp haciéndome pasar por otra seguidora del blog. Le pedí una captura del panel para "ayudarla" a programar publicaciones. Y, amiga… cayó.

Zumbido en mi celular.

Archivo recibido.

Ahí estaba.

ShadowFox_admin
Usuario: CamilaM_13

Y el resto… era historia.

Me mareé un poco.

—¿Estás bien? —preguntó Jessica.

—No sé.

—¿Quieres hacer justicia?

—Sí.

—Entonces vamos a hacerlo.

Al volver al aula, Camila me sonrió como siempre.
Como si no estuviera a punto de derrumbarse todo.

Jessica ya había preparado un mensaje para todos los del grupo.
Con captura incluida.
Una pequeña nota:

“El odio se disfraza de risa.
Pero a veces… se le cae la máscara.”

Cinco minutos.
Eso fue lo que tardó en explotar.

—¡Camila! ¿Qué carajos es esto? —gritó uno de los chicos.

—¡¿Tú eras ShadowFox?!

—¡Dios, qué enferma!

—¿Te burlaste del trauma de tu amiga?

—No somos amigas —respondió Camila, con voz fría.

Ahí supe que nunca lo fuimos.

Camila intentó defenderse.
Inventó excusas.
Dijo que era una "crítica social".
Que "todos exageraban".

Pero nadie la escuchó.

Y por primera vez…
el silencio fue justicia.

En casa, esa tarde, abrí mi Biblia otra vez.
Y entre las páginas, deslicé el papel que Elías me había regalado.
Después, le escribí.

“Gracias por ver en mí algo más que mis heridas.”

Él respondió:

“Gracias por dejarme ver.”

Y sí.
Quizás aún estoy rota.
Quizás aún tengo miedo.
Pero por fin… empiezo a creer que no tengo que estar sola para sobrevivir.

Los murmullos seguían.
Camila ya no estaba en el aula.
Salió con la cara pálida, el orgullo roto y la mirada vacía.

Yo no sentí alivio.
Sentí… algo parecido a tristeza.
Porque al final, no era solo mi “mejor amiga” la que se cayó.
Era también una parte de mí que creyó en ella.

—¿Zoe? —la voz de Jessica me devolvió a tierra—. ¿Quieres ir a la dirección? Dijeron que iban a tomar medidas.



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Editado: 15.07.2025

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