Entre la Espada y el Encanto

Capitulo 6: La Esencia de Lirien

Theo se despertó más tarde de lo habitual. La luz que entraba por la ventana ya no era suave ni tenue. Se estiró con pesadez y, al girar la cabeza, notó una carta sobre la pequeña mesa de su habitación.

Todavía medio dormido, se acercó con pasos lentos, pero su curiosidad fue más fuerte que el sueño. Apenas vio el sello real de Santaria en el dorso, su cuerpo se tensó por completo.

Rompió el sello con cuidado y desplegó la carta. La tinta estaba aún fresca.

"El tiempo apremia. Apenas llegaste a Lisvane y ya el silencio pesa más de lo tolerable.
Te concedo más tiempo, pero quiero resultados, no excusas.
Sabes lo que está en juego, y sabes que no me tiembla el pulso cuando alguien me falla."

El alivio de saber que tendría un margen mayor no fue suficiente para calmar la ansiedad. Cada palabra escrita pesaba como una advertencia. Theo guardó la carta, se cambió con rapidez y bajó al salón. Thomas estaba ocupado con unos barriles, así que lo saludó con un gesto y salió directo hacia la costa.

El pueblo se sentía más callado de lo normal, aunque no desierto. Algunos vecinos paseaban, otros recogían sus puestos o simplemente cruzaban por las calles de piedra. A medida que se acercaba al mar, la actividad aumentaba. La playa estaba más concurrida.

Allí la vio.

Lucy estaba sobre su barco, atando cuerdas con movimientos ágiles. El sol iluminaba su cabello cobrizo como si fuera fuego enredado en el viento. Theo se acercó y esperó pacientemente hasta que ella terminó.

—Hola, Lucy. Gracias por acompañarme ayer —dijo.

Ella le sonrió de inmediato, con esa expresión amable y chispeante que parecía no apagarse nunca.

—Compañero, justo me agarraste preparando mi barco —dijo, bajando con facilidad del navío.

Theo intentó sostener una charla ligera al principio, no quería parecer demasiado directo. Hablaron de la mañana, de los puestos de comida cerca del muelle, del clima. Hasta que finalmente se animó:

—¿Sabes algo sobre una perla esmeralda? Se llama la Esencia de Lirien.

Lucy frunció el ceño, como escarbando entre recuerdos. Luego negó con la cabeza.

—No me suena... pero si quieres saber de esas cosas, lo mejor es el monasterio. Tienen una biblioteca con libros sobre Lisvane y otras historias olvidadas.

—¿Podrías acompañarme?

—Obvio —respondió con una sonrisa—. Siempre quise volver a husmear por ahí.

Caminaron juntos. Lucy, como de costumbre, llenó el trayecto con anécdotas. Hablo de tempestades, de marineros supersticiosos, de mapas perdidos y de puertos que olían a canela. Theo la escuchaba con atención. Admiraba lo libre que sonaba su vida, tan distinta a la suya, marcada por órdenes y secretos del rey.

Cuando llegaron al monasterio, un par de personas reconocieron a Lucy y la detuvieron para hablarle. Ella, con una seña rápida, le indicó a Theo que siguiera solo. Él asintió y cruzó la entrada de piedra.

Adentro, el aire era distinto. Había frío en las paredes, un silencio solemne que se adhería a los pasos. Las velas apenas lograban iluminar los corredores y la humedad olía a historia. Nada que ver con el bosque, y aun así... igualmente misterioso.

Theo avanzó sin dudar. El interior del monasterio le recordaba al castillo de Santaria. Había estado en lugares así: cargados de poder y secretos.

Encontrar la biblioteca no fue difícil. Estaba vacía. El polvo danzaba en el aire como si llevara siglos sin ser molestado. Los estantes se alzaban en hileras, algunos libros eran tan antiguos que sus lomos estaban agrietados.

Mientras investigaba los títulos, algo le llamó la atención: un espacio vacío entre los libros. El símbolo que lo decoraba era idéntico al del lomo de su propio libro. ¿Acaso ese era su lugar original? ¿El rey lo había tomado? ¿Hubo otro enviado antes que él?

Guiado por una corazonada, colocó su libro en el hueco.

Una suave luz se encendió, recorriendo los lomos de los libros vecinos. Theo lo sacó de inmediato, alarmado. Lo guardó con rapidez y tomó uno de los libros iluminados.

Se titulaba El legado de Lirien.

Lo abrió, y las páginas se movieron solas, deteniéndose en una ilustración: un hechicero de ojos intensos sostenía una gema verde, la Perla Esmeralda. Detrás, una mujer de cabello recogido y corona sencilla lo observaba.

El capítulo llevaba un título inquietante:
"Amor, traición y maldición: el verdadero origen de Lisvane."

Theo comenzó a leer. No podía detenerse.

"Lirien, el último de los grandes hechiceros, tuvo un vínculo prohibido con una de las fundadoras de Lisvane: la que sería su primera reina.
Un noble, consumido por la ambición y los celos, extendió rumores que terminaron por volcar al pueblo contra el mago.
Acusado de herejía y traición, Lirien fue asesinado y su gema robada. Al morir, creyendo que la reina había sido quien lo traicionó, lanzó una maldición:
'Cada primogénita mujer de su linaje cargará una oscuridad en su alma que solo despertará con la más grande de las traiciones.'"

El aire se volvió más denso. Theo estaba absorto, cuando sintió que alguien lo observaba.

Guardo el libro en su bolso rápidamente y se giró.

Frente a él, de pie, un joven de armadura oscura lo miraba con intensidad. Su cabello era negro como la noche, sus ojos duros como piedra, y en su rostro no había rastros de simpatía.

—¿Qué buscas aquí? —preguntó con voz firme—. Me avisaron que tenías una actitud sospechosa.

—Solo por curiosidad. Soy un viajero interesado en la historia de los reinos.

El joven no pareció convencido.

—Hace días que estás aquí. Tu presencia no se siente como la de un simple viajero.

Dio un paso más cerca.

—No te voy a quitar los ojos de encima.

Una amenaza. Pero también una advertencia velada. Theo sostuvo la mirada. No fue entrenado para flaquear ante las sombras.




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