Entre la gloria y tu

capítulo 6

La mañana siguiente amaneció con un cielo cubierto, gris, como si el día ya supiera que algo se estaba gestando bajo la superficie. Clara llegó al aula de ensayo con el estómago revuelto. No sabía si era por la conversación con Aedan la noche anterior o porque Iker la había citado ahí, y con Iker nada era nunca tan simple.

El aula estaba casi vacía, salvo por él, sentado sobre la mesa central, guitarra en mano, afinando las cuerdas con una concentración que le robaba el aliento. El sol, filtrándose débil por las ventanas altas, iluminaba su perfil y el cabello desordenado. Vestía una camiseta negra y jeans gastados; en él, la sencillez siempre parecía calculada.

—Llegas tarde —dijo, sin mirarla del todo.

—Son las ocho en punto.

—Para mí, eso es tarde —replicó con una sonrisa ladeada.

Clara dejó su bolso y se acercó, fingiendo indiferencia.
—¿Qué es lo que necesitas?

Él apoyó la guitarra contra la mesa y sacó una carpeta con partituras.
—Un dueto. La profesora Margaret quiere que la presentemos en la ceremonia de aniversario del colegio. Y como nadie aquí puede seguirme el ritmo, te elegí a ti.

—¿Me elegiste o me condenaste? —bromeó, aunque por dentro sentía un ligero temblor.

—Ambas cosas.

Mientras repasaban las notas, Clara se dio cuenta de lo fácil que era caer en ese vaivén con él: una broma, una mirada, una cercanía que parecía accidental pero nunca lo era del todo. Entre pausas, Iker empezó a hablar de su vida como si no lo hubiera hecho con nadie más.

Que su padre pasaba más tiempo en reuniones internacionales que en casa.
Que su madre, elegante y distante, vivía como si las paredes fueran de cristal y no debieran ensuciarse con emociones.
Que él había aprendido a no pedir demasiado, pero también a buscar sus propias distracciones.

—Supongo que por eso me meto en líos —dijo, pulsando una cuerda.

—¿Y yo soy uno de esos líos? —preguntó Clara.

Él la miró por fin, con esa intensidad que desarmaba.
—Todavía no lo he decidido.

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A la salida, el aire estaba cargado con el aroma de lluvia próxima. Aedan la esperaba junto al pasillo de columnas. Apoyado contra la pared, brazos cruzados, mirada fija. Ella pensó en esquivarlo, pero él dio un paso adelante.

—Necesitamos hablar —dijo.

—No.

—Clara...

—No voy a seguirte el juego de medio decirme las cosas. Si quieres que confíe en ti, vas a tener que hablar claro.

Él sostuvo su mirada unos segundos antes de decir:
—Los Juegos del Umbral son una prueba. Un combate que solo los magos que están despertando deben enfrentar. Si sobrevives, el Consejo te reconoce. Si no...

—¿Si no?

—No hay un “si no” que termine bien.

Un escalofrío le recorrió la espalda.
—¿Y por qué yo? ¿Por qué Valentina?

—Porque fueron marcadas antes de nacer.

Antes de que pudiera preguntar más, la voz de Margaret resonó desde el final del pasillo.
—Señorita Montes, señor Blake, ¿interrumpo algo?

La profesora avanzaba con paso firme, carpeta en mano. Su cabello recogido dejaba al descubierto su cuello… y Clara creyó ver una marca muy tenue bajo la piel, apenas perceptible. Margaret sonrió, pero su mirada tenía filo.

—Los ensayos comienzan en dos días. Concéntrese, Clara. No queremos que su mente vague por pasillos equivocados.

El comentario quedó flotando incluso después de que se marchara.

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En el ocasl, Clara se encontró con Iker en el techo del edificio de música. Él estaba recostado, mirando las nubes bajas como si fueran mapas secretos.

—A veces pienso que aquí no hay nada para mí —dijo él—. Solo paredes viejas, reglas absurdas… y tú.

—¿Y eso es bueno o malo?

Él sonrió, sin responder. En cambio, se incorporó y se acercó, tan cerca que pudo ver el brillo de sus ojos, arrogante y vulnerable a la vez.
—Supongo que eso depende de ti.

La respiración de ambos se volvió pesada , Clara por lo nerviosa que estaba por su cercanía. Y él, bueno pues .... porque le gustaba ver lo nerviosa que estaba .

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En la calle, mucho más abajo, Aedan los observaba desde la sombra de un árbol. Su mano se cerró en un puño, no solo por la cercanía entre ellos, sino porque el tiempo para protegerla se estaba agotando.

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Clara lo encontró en el patio trasero del ala antigua, donde el viento golpeaba las ramas desnudas contra los ventanales y el aire olía a tierra húmeda. Aedan estaba de espaldas, como una estatua oscura recortada contra la luz débil de un farol.

—Quiero saber lo del lago —dijo, avanzando sin titubear.

Él no se movió.
—No es momento.

—Siempre dices lo mismo —su voz subió un tono—. Llevas semanas siguiéndome, vigilándome, y cuando pregunto, te escondes detrás de excusas.

Aedan giró apenas la cabeza, lo suficiente para que ella viera el destello frío en sus ojos.
—No entiendes lo que estás pidiendo.

—Claro que no entiendo —dijo, acercándose—, porque tú te encargas de que siga a oscuras. ¿Qué pasó en el lago? ¿Por qué todos creen que estoy loca?

Él dio un paso hacia ella. No había enojo en su gesto, pero su presencia era abrumadora.
—Porque si supieras… no volverías a dormir tranquila.

—¿Y qué? —lo desafió—. Prefiero la verdad a que me sigas tratando como si fuera de cristal.

El aire entre ellos se tensó como una cuerda a punto de romperse. Aedan respiró hondo, pero no apartó la mirada.
—Muy bien. Lo diré.

Clara sintió que el viento se arremolinaba alrededor, agitando su cabello.

—Hace diez años, en ese lago, tú y yo estuvimos allí. No por accidente —su voz era baja, grave—. El fundador de la sociedad, Alistair Dorne, selló allí un pacto con su propia sangre. Un pacto para que los magos más jóvenes heredaran su fuerza… pero también su condena.

Clara sintió un nudo formarse en la garganta, pero no lo interrumpió.




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