Diciembre 02 de 2020 - 14: 30 pm.
Daniel Jefferson.
Siempre fui creyente que dependiendo de como te levantarás en la mañana, eso influirá en el resto de tu día.
Teniendo esto en mente uno supondría que intentaría levantarme feliz, escuchando el cantar de los pájaros y en brazos de la persona que amo.
La situación es completamente diferente.
El sonido de mi despertador provoca que el dolor de cabeza con el que me desperté incremente, como si me estuvieran taladrando la cabeza con un martillo.
La resaca nunca fue mi amiga y creo que nunca lo va a ser.
Me levanto de la cama, veo las sábanas desparramadas en el suelo a causa del calor que tuve anoche. Mi espalda cruje, como si la de un hombre de 80 años se tratase y no la de uno de 30, haciéndome cuestionar mi estado físico.
Regado por el piso de la sala de estar se encuentran botellas de cerveza, las cuales fueron mi compañía anoche. Lo que se suponía iba a ser una sola botella terminó siendo unas seis, lo que me sorprende, ya que con ese estado de ebriedad fui capaz de llegar hasta mi cama y no termine durmiendo en el incómodo sillón.
Con la intención de hacer más llevadera la mañana voy a la cocina para prepararme un café, pero esa misión se ve imposibilitada cuando mi teléfono celular comienza a sonar.
El contacto de los inútiles de la estación de policía brilla en la pantalla y aunque me tiente la idea de colgar, atiendo suponiendo que para algo me necesitan.
-Detective Jefferson- Es lo primero que escucho al atender- Buenos días, hay un nuevo caso. Son dos hermanos, al parecer escaparon anoche para ir a alguna fiesta o algo así y no regresaron a casa esta mañana.
Estoy harto de estos casos, los típicos adolescentes que se creen increíbles por escaparse de casa en medio de la noche para ir a una fiesta y después terminar en sala de emergencias porque tomaron tanto alcohol que no pueden mantenerse de pie. Pero para todo esto, los padres se percatan de su ausencia y es cuando entramos en acción nosotros y los encontramos en algún hospital o ellos mismos aparecen a mediados de la tarde con una resaca - peor que la mía - como si nada hubiera pasado.
Esto es lo que necesitaba para saber que mi mañana ya no va a tener arreglo, va a ser un asco.
-Enviame la direccion - Esas tres palabras son las únicas que obtiene de mi el policía antes de que cuelga sin darle oportunidad de agregar algo más.
Sin retrasarme más, me visto de manera rápida y salgo de mi departamento no sin antes agarrar mis lentes de sol y una pastilla para el dolor de cabeza. Cuando salgo del edificio el sol que se encuentra en lo alto del cielo se refleja en mis ojos provocando un gruñido, me coloco los lentes y emprendo mi camino a la dirección que llegó unos instantes atrás.
Manejo mi auto por las calles de la ciudad, en pocos minutos me encuentro frente a una gran casa que parece sacada de alguna serie estadounidense.
-Lo que daría por tener una casa así…
Puedo imaginarme viviendo aca con mi prometida, la cual se encuentra de viaje por temas de trabajo, teniendo quizás un perro o dos.
Un policía que no había visto golpea la ventanilla del auto, haciéndome salir de mis pensamientos. No me había dado cuenta de que estaba ahí.
Al bajar veo a los vecinos en la vereda de sus hogares, mirando todo con atención y algunas señoras susurrando entre ellas.
Como siempre el chisme corre rápido y ya todos saben de la “desaparición” de los adolescentes.
Seguramente alguno de ellos se acercó a la casa a preguntar qué ocurría cuando vio a las dos patrullas de policía en la puerta de sus vecinos, quienes desesperados contaron lo que sucedía y rápidamente el rumor se esparció lo que provocó que todos los vecinos quieran dar su apoyo por que son extremadamente empáticos y no unos chismosos.
Notese el sarcasmo.
Cuando voy a la entrada los dos policías que estaban en la puerta me dirigen una mirada que demuestra todo el cariño que nos tenemos y de mala manera me permiten entrar, lo que provoca que una sonrisa engreída se forme en mi rostro.
Lo primero que veo es una pared llena de fotografías en donde una feliz familia se ve reflejada.
Sin prestarle mucha atención continuo mi camino hasta llegar a una sala de estar en la cual sentados en un amplio sillón se encuentra una matrimonio tomado de las manos.
Carolina notó la ausencia de sus hijos cuando en medio de la madrugada se levantó para ir al baño y al asomarse a la habitación uno de sus hijos no lo vio, es por ello que se dirigió a la siguiente encontrando el mismo resultado.
A pesar de haberlos llamado por teléfono, estos no dieron señales ni se comunicaron con ellos.
Entre lágrimas, sollozos y palabras intangibles, la señora Lordanou habla.
-Ellos siempre escapan en las noches, Gaston tiene alma de aventurero y Elena… ella lo sigue siempre, son un dúo - Alza su mirada, que anteriormente estaban en sus manos entrelazadas y las dirige a mis ojos.