Allison Garnet
18 de marzo de 2006
El dolor de mi cuerpo es tan insoportable que no sé cuánto tiempo más soportaré esta tortura a la que soy sometida diariamente, pensé que en algún punto la resignación se apoderaría de nosotras, pero es todo lo contrario, cada día la ira aumenta, al igual que sus sometimientos, pareciera que cada vez somos más fuertes; sin embargo, está lejos de la realidad, nuestro cuerpo se debilita con el pasar de las torturas y el tiempo, las veces que hemos deseado morir en este lugar son innumerables.
A mi madre la ha humillado, abusado y golpeado hasta dejarla al borde de la muerte, para después continuar conmigo, es como una bestia que no tiene como saciarse, aún no logro entender qué tipo de daño le hemos hecho para que nos haga esto y al mismo tiempo me he ido convenciendo al pasar de los años que no es nuestra culpa.
¿Quizá haya una razón?
No lo sé, pero no tiene justificación alguna.
Los huesos rotos sanados falsamente, las heridas curadas sin medicamento, el cabello que nos arranca o corta a su gusto y disposición, una alimentación tan precaria que a duras penas y nos mantiene con vida y la poca fuerza que nos queda y aún no se convierte en resignación.
El olor a humedad del sótano invade mis fosas nasales cuando voy retomando la conciencia.
–Mamá, ¿estás ahí? –pregunto con dificultad, sé que está ahí porque puedo escuchar su dificultosa respiración y un par de quejidos, pero quiero escuchar su voz.
Ya he perdido la cuenta de los intentos que hicimos para escapar y en nueve años nada ha funcionado, él solo ha aprendido a ocultarnos más, ya no recuerdo las veces que tocaron la puerta y nos tocó fingir que no estábamos para que él no perdiera la poca cordura que le queda, las innumerables visitas de sus amigos que ha rechazado porque “está deprimido” y es solo para que no podamos pedir ayuda, aunque no estoy segura de que alguien fuera capaz de hacerle frente a ese hombre.
El sótano cada vez es más frío, porque cada vez hay más y más sangre, lo que aumenta la humedad, los golpes son cada vez más fuertes o quizá nosotras demasiado débiles; de un momento a otro se escuchan pasos arriba y aunque queramos no podemos hacer nada, el miedo de que le haga daño a alguien más nos invade de tal manera que nos imposibilita, la última niña que intento acercarse a la puerta del sótano tenía dieciséis años y no sabemos que destino tuvo después de los gritos que se escucharon en donde nos enteramos de su edad.
Los grilletes en mis manos se hacen cada más vez pesados, mi madre se acerca e intenta controlar el sangrado en mi espalda, mi cuerpo pesa, no puedo moverme y el dolor de mis costillas supera cualquier otro, aunque no es desconocido, con facilidad puedo decir que mi costilla está rota y mi madre lo confirma.
—Mamá está aquí, te tengo mi niña— ella quita la venda de mi pierna que parece haber sanado y la envuelve en mi torso.
Las risas de las mujeres en el primer piso, con el tiempo se convierten en gritos de “¿Qué le pasa? Llamaré a la policía” seguido de un “Yo soy la policía”, llantos y amenazas, los portazos son un anuncio de que Jake no se encuentra de buen humor y el sonido de las botellas estrellándose contra el suelo del primer piso nos confirman nuestro mayor temor, miro a mi madre y aunque quiera ocultar lo que siente, sus lágrimas delatan el miedo que siente y la resignación de que un día acabara con nosotras pasa por sus ojos como una estrella fugaz.
Los pasos se escuchan cada vez más cerca y los candados del sótano caen, cierro los ojos con fuerza para no tener que ver su cara, entre menos me concentre en lo que pasa, más rápido acabará; siento como arranca a mi madre de mi lado haciendo que mi cuerpo se golpee de nuevo e intensificando el dolor, se me hace aterrador escuchar sus gritos, pero nada de parte de mi madre, después de muchos gritos un sonido superior a estos retumba en la habitación y la mano de ella retumba en mi cuerpo.
En la mirada del hombre puedo ver el miedo y la desesperación apoderándose de su borracho cuerpo, mientras el de ella permanece inconsciente a mi lado, no puedo parar de llorar porque se ha cumplido lo que yo más temía y la promesa que él había hecho “Acabaré con tu vida miserable” y yo ya quiero que acabe con la mía porque sin ella no sobreviviré ni una noche más en este infierno.
—¡La mataste! ¡La mataste!, ¿estás feliz? ¡Acabaste con ella, acaba conmigo de una buena vez! ¡Maldito animal!
—¿Cómo me llamaste Allison?
—M.A.L.D.I.T.O. A.N.I.M.A.L. ¡Eres un monstruo! ¡Una maldita bestia! Mátame ya a mí también, acaba con esta tortura de una puta vez.
—No puedes referirte así a tu padre al...
—Ser que me dio la vida, bla, bla, bla, ¿Pues adivina qué? Ya no quiero la maldita vida que me diste, inservible de mierda —no sé de dónde sale el coraje para decir estas palabras y quiero continuar, pero una patada que llega directo a mi estómago me hace vomitar sangre — ja ja ja —estoy segura de que no entiende el porqué de mi risa —Eres tan inservible, que ni siquiera pudiste darle a mi madre un hijo varón, te quedaste sin herencia y ella sin la suya, pero adivina que, ese precioso bebé NO ERA TUYO, ni con toda tu hombría o poder pudiste embarazar de nuevo a mi madre y te apuesto a que disfruto mucho haciendo ese bebé y no fue contigo...