Marta era una persona excepcional. Gracias a las casualidades de la vida, siempre disfrutó de una posición económica superior a la media. Vivía en El Poblado, una zona de Medellín que, incluso en los tiempos actuales, era sinónimo de riqueza y estatus. Su padre se dedicaba al comercio, mientras que su madre era dueña de una tienda de café en un pueblo al sur de la ciudad. La vida de Marta era sencilla y sus necesidades se limitaban a cumplir caprichos, generalmente relacionados con las últimas modas o algún juego absurdo del capitalismo de la época.
Poco antes de graduarse, Marta decidió estudiar antropología, a pesar de la insistencia de su padre para que eligiera otra profesión o estudiara en una de las universidades más costosas del país. Ella había decidido desde hace tiempo que asistiría a la Universidad Nacional para hacer realidad su sueño.
En 1991 cuando ella entraba a séptimo semestre conoció a Joseph un chico magnifico, únicamente dos años mayor que ella y aunque sus vidas en muchísimos aspectos eran diferentes no dudaron en que seguramente serían la pareja perfecta. Ese año fue un sinfín de emociones para ambos, incluso llegaron a pelear uno con el otro, pues creían que se estaban quitando el tiempo de libertad, él mismo que hasta entonces los dos disfrutaban trabajando o saliendo con sus amigos. Ellos siempre pensaban como años más tarde escribiría Javier Castillo: “A veces el amor nos pone a prueba para que sepas que existe”.
Ambos llevaban vidas muy distintas. Al principio, Marta no conocía la necesidad, y sus padres se habían asegurado de que no pasara apuros en su adolescencia y mucho menos en su niñez. Joseph, en cambio, había crecido en un entorno familiar problemático, con padres que podrían considerarse una pareja completamente disfuncional. Mientras Marta solía ser egoísta y gastaba sumas desorbitadas de dinero, Joseph hacía todo lo posible para ahorrar con miras a alcanzar sus sueños en el futuro. Estas diferencias tan notables, que los llevaron a cuestionarse en repetidas ocasiones si debían estar juntos, se desvanecieron solo dos años después, cuando descubrieron que Kim estaba en camino.
La felicidad que experimentaron al momento (1995) del nacimiento de su primera hija fue algo maravilloso. Se convirtieron en una familia perfecta, la familia que Marta siempre había tenido en mente y con la que Joseph siempre había soñado. Para entonces, ambos habían logrado graduarse, y Marta, como le habían hecho creer, se dedicó únicamente a cuidar de su hija, adoptando el rol tradicional de "ama de casa". En cambio, Joseph se convirtió en administrador de empresas y, con el tiempo, su capacidad económica comenzó a aumentar, en parte gracias a la ayuda de sus suegros.
Con el paso del tiempo, Marta y Joseph comenzaron a distanciarse de manera notable. Las largas jornadas laborales de él y las numerosas excursiones organizadas por algunos compañeros de trabajo, entre otras razones, hicieron que su relación se debilitara hasta el punto en que Kim se convirtió en el único vínculo verdaderamente significativo entre ellos. Ni siquiera con el nacimiento de Lucía las cosas mejoraron, y Kim empezó a darse cuenta de que su vida era un verdadero caos. A pesar de ello, el profundo amor que sentía por su padre y la dedicación constante de su madre la hacían sentirse enormemente agradecida hacia ambos.
En una de las numerosas excursiones que Joseph realizó años después del nacimiento de Kim, Marta comenzó a sospechar de su marido. Es natural que la mente de cualquier lector aficionado o cinéfilo se desate con innumerables posibilidades de cómo Joseph podría haber estado engañando a Marta. Es importante destacar que esto nunca sucedió. Incluso en medio de tiempos tumultuosos, ninguno de los dos consideró la posibilidad de engañarse mutuamente, al menos en cuestiones de amor.
A pocos días (2005) de la partida de Joseph hacía uno de esos encuentros esporádicos, el portero del edificio subió hasta el quinto piso y entregó a Marta un sobre con la dirección y el sello de su esposo. En ese momento, cualquier persona se sentiría atrapada entre la espada y la pared, y aunque su mente le gritara "la curiosidad mató al gato", su subconsciente respondería de manera irónica: "pero murió sabiendo". Marta abrió el sobre y encontró en su interior un papel amarillento. No sabría decir si ese era el color original del papel o si se había vuelto amarillo por la suciedad, el polvo y el típico desgaste que afecta a los libros antiguos que languidecen en una librería de segunda mano en el centro de Bogotá.
La tinta en el papel era reciente, por lo que el estado antiguo del papel no tenía importancia en este caso. Marta se sentó en una de las sillas del comedor, con las piernas cruzadas, y comenzó a leer:
Señor Joseph Martínez,
Nos ponemos en contacto para informarle que el pago de sus obligaciones con nosotros no ha sido registrado de manera adecuada, y exigimos que se comunique con nosotros lo antes posible para realizar el desembolso del dinero solicitado. Además, le recordamos que nuestras políticas prohíben la deserción de la organización, y en caso de que se llegara a incumplir dicho reglamento, nos veremos obligados a tomar medidas en su contra o contra algún miembro de su familia.