Entre luces y sombras: Los olvidados.

Capítulo 10. Joseph – El pasado (1997)

Joseph con esfuerzo y algo de ayuda financiera de sus suegros había logrado montar una cadena de restaurantes a lo largo de toda la ciudad, los mismos que en algún momento de la historia comenzaron a cautivar las miradas de inversionistas y franquiciados. Fueron muchos de estos los que hicieron que Joseph tuviera que comenzar a viajar a miles de destinos, turísticos y no tan turísticos por cuestiones de trabajo. 

 

Uno de los destinos más significativos, y sin lugar a duda, relevante debido a los eventos que acontecerían y sus notables implicaciones en esta historia, fue Guatapé. ¿Qué mejor lugar para establecer una de tus sucursales que un destino tan cautivador como este? Guatapé, situado a menos de 10 minutos de la imponente Piedra del Peñol y con una represa de una belleza espectacular, ofrece paisajes deslumbrantes, así como algunas mansiones de propietarios adinerados que han invertido cuantiosos ahorros en diseñadores de gran talento o dotados de habilidades excepcionales. El caso ideal era el siguiente, una vez allí, mantenías una breve conversación con el dueño del local, presentabas tus servicios con el vocabulario adecuado, fruto de los años de dedicación de Joseph. Luego, firmabas un contrato por una suma considerable en pesos, que en poco tiempo te permitiría disfrutar junto a tu familia de otro apasionante paisaje turístico.

 

Sin embargo, el desenlace distó mucho de ser tan sencillo, y el lector ya lo sabía, ya que de no haber sido así, no habrían razones siquiera para haberlo leído. El propietario del local resultó ser un verdadero quebradero de cabeza. A pesar de su considerable riqueza, más bien malgastada, era uno de esos individuos que destinan millones de pesos, o incluso dólares, en relojes de oro ostentosos, tan llamativos que pareciera que lleva una linterna en la muñeca, junto con 2 o 3 anillos dorados, no simples bandas, sino anillos adornados con caballos, mariposas o nombres grabados, similares a los que se obsequian a las jóvenes cuando cumplen quince años, aunque en su caso, cinco veces más grandes y extravagantes.

 

Uno podría esperar que su pulcra apariencia con tantos accesorios fuera reflejo de una meticulosa higiene, pero nada más alejado de la realidad. Este individuo resultaba desagradable, con las uñas sucias, fruto de quién sabe cuánto tiempo sin una manicure, llevaba una camisa arrugada y dejaba ver un mapa del sudor que recorría la zona interna de sus axilas. Era indudablemente un individuo que distaba mucho de lo que Joseph esperaba, y su presencia resultaba sumamente incómoda. Este sujeto no solo le provocaba desagrado, sino que despertaba en él una furia intensa, una rabia que evocaba inquietantemente la sensación de perversión que experimentó Daniel Alejandro Páez en su novela "Jersey: Historia de un psicópata". Quizá con lo que acabo de escribir ya puedan imaginarse lo que viene, seguro desde mucho antes, pero solo por amor al arte, solo por calamar esas ganas incesantes de contar a detalle lo sucedido me daré le tiempo de escribir adecuadamente los acontecimientos.

 

El protocolo más esencial a la hora de llevar a cabo un negocio, ofrecer un producto o servicio radica en la satisfacción del cliente. Y aquí reside una de las mayores dificultades en la atención al cliente: estar siempre disponible para complacerlos, incluso cuando en tu interior te sientes agotado. Es un poco como esos payasos que pueden estar sumidos en la tristeza, pero que aun así mantienen una sonrisa en el rostro, cumpliendo así el lema de Juan de Dios Peza: "aquí se aprende a reír con llanto y a llorar a carcajadas".

 

Esa era precisamente la obligación moral de Joseph hacia su cliente, y ni siquiera lo dudó. Acompañarlo en uno de esos tours por la represa fue un gesto que no consideró ni por un instante, a pesar de que sabía que se trataba de una experiencia que les costaría una fortuna (no precisamente monetaria) por un breve paseo en lancha de apenas 20 minutos. Lo verdaderamente gratificante de esos paseos era sentir la brisa acariciar el rostro, y Joseph estaba decidido a cumplir con su deber de proporcionar a su cliente una experiencia inolvidable.

 

Al principio, la situación parecía ser bastante normal, sin nada que se saliera de lo común. Sin embargo, lo que más inquietaba a Joseph era que esta experiencia no era de tipo turístico, sino más bien un paseo en una lancha de tamaño reducido, evidentemente propiedad del despreciable individuo, quien además era el encargado de manejarla. Joseph ocupaba un pequeño asiento a un lado de los asientos principales. A su alcance, se encontraba un minibar bien surtido, repleto de cervezas importadas de todo tipo, junto con algunas opciones nacionales, evidentemente destinadas a los "paladares menos refinados".

 

  • ¿Desea tomar algo?
  • Una Club Colombia estaría bien, si tiene negra, preferiblemente.
  • ¡Ja! No esperaba que una persona como usted me solicitara semejante naturaleza de cerveza, mejor tome esta para que se deleite – Aquel hombre destapo una cerveza de alguna marca extraña, seguro una alemana, y se la paso a Joseph. Era algo completamente irrelevante la verdad, cualquier persona pensaría que lo lógico era simplemente darle su Club Negra y dejar en paz al prójimo, pero no, los millonarios egocéntricos no son así, siempre quieren imponer todo, hasta sus gustos alimenticios.  
  • Está bien, gracias, aunque con la Club hubiera sido suficiente, no estaba como para probar algo nuevo.
  • No sea rogado, déjese atender, aquí en mi pueblo somos todos así, nos encanta hacer sentir a nuestros visitantes como los reyes que son, y usted si que más, no más mire esa apariencia, debería comprarse un reloj como estos le daría mayor estatus créame.
  • Creo que así estoy bien, nunca he sido de ese tipo de lujos, con mis accesorios es suficiente, pero lo agradezco que me vea como una persona de estatus, me gusta manejar un bajo perfil siempre que sea posible, no soy mucho de aparentar.
  • Tranquilo, mi padre era así y de todas formas se murió, así que desde entonces he pensado que eso de la humildad es completamente irrelevante, viva la vida que quiera y no le ponga cuidado a los demás. – “Dios que tipo tan horrible” pensó Joseph, este individuo tenía la habilidad de que cada palabra que saliera de su boca fuera como un impulso de adrenalina para Joseph, lo hacía sentir una ira incalculable, tanto que lo único que alcanzó a decir fue – Esta bien.
  • Mire, ¿Si ve esas casas que se ven al fondo? Pertenecen a mi familia, generalmente las alquilamos, pero usted me agrada tanto que se la puedo prestar sin ningún compromiso, puede venirse con toda la familia e incluso le hago visita para que su mujer también prueba esa cerveza que está tomando. ¿Si le gustó?
  • Claro, esta deliciosa, pero no se mucho de cervezas, entonces no quiero decir algo que pueda ofenderlo.
  • No se preocupe, no es normal que la gente sea tan leída e instruida como uno, desde pequeño siempre pensé que mis habilidades en la lectura eran lo que me llevaría a ser exitoso y míreme ahora, tengo todo el dinero que pudiera querer y puedo hacer todo lo que se me viene en gana. – “¡Dios! Que tipo más molesto” nada perturbaba la mente de Joseph más que esos impulsos de pensamiento que surgían cada vez que el individuo en cuestión abría la boca para verter cosas absurdas y superficialidades, procesadas por las limitadas dos neuronas que parecía poseer. La falta de comprensión de la realidad y su educación machista y obsoleta generaban una irritación profunda en Joseph, quien luchaba por mantener la calma ante tal despliegue de ignorancia y prejuicios.
  • Me encantaría – Seguro era evidente la ironía de semejante respuesta. – Te parece si seguimos hablando sobre los negocios que tenemos, me gustaría que cerráramos el trato lo más rápido posible.
  • Relájate parcero, mejor escucha bien la historia que te voy a contar, cuando era chico mi padre me regalo esta lancha, desde entonces solo he manejado yo y nadie más, a mi espos…




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