Joseph con esfuerzo y algo de ayuda financiera de sus suegros había logrado montar una cadena de restaurantes a lo largo de toda la ciudad, los mismos que en algún momento de la historia comenzaron a cautivar las miradas de inversionistas y franquiciados. Fueron muchos de estos los que hicieron que Joseph tuviera que comenzar a viajar a miles de destinos, turísticos y no tan turísticos por cuestiones de trabajo.
Uno de los destinos más significativos, y sin lugar a duda, relevante debido a los eventos que acontecerían y sus notables implicaciones en esta historia, fue Guatapé. ¿Qué mejor lugar para establecer una de tus sucursales que un destino tan cautivador como este? Guatapé, situado a menos de 10 minutos de la imponente Piedra del Peñol y con una represa de una belleza espectacular, ofrece paisajes deslumbrantes, así como algunas mansiones de propietarios adinerados que han invertido cuantiosos ahorros en diseñadores de gran talento o dotados de habilidades excepcionales. El caso ideal era el siguiente, una vez allí, mantenías una breve conversación con el dueño del local, presentabas tus servicios con el vocabulario adecuado, fruto de los años de dedicación de Joseph. Luego, firmabas un contrato por una suma considerable en pesos, que en poco tiempo te permitiría disfrutar junto a tu familia de otro apasionante paisaje turístico.
Sin embargo, el desenlace distó mucho de ser tan sencillo, y el lector ya lo sabía, ya que de no haber sido así, no habrían razones siquiera para haberlo leído. El propietario del local resultó ser un verdadero quebradero de cabeza. A pesar de su considerable riqueza, más bien malgastada, era uno de esos individuos que destinan millones de pesos, o incluso dólares, en relojes de oro ostentosos, tan llamativos que pareciera que lleva una linterna en la muñeca, junto con 2 o 3 anillos dorados, no simples bandas, sino anillos adornados con caballos, mariposas o nombres grabados, similares a los que se obsequian a las jóvenes cuando cumplen quince años, aunque en su caso, cinco veces más grandes y extravagantes.
Uno podría esperar que su pulcra apariencia con tantos accesorios fuera reflejo de una meticulosa higiene, pero nada más alejado de la realidad. Este individuo resultaba desagradable, con las uñas sucias, fruto de quién sabe cuánto tiempo sin una manicure, llevaba una camisa arrugada y dejaba ver un mapa del sudor que recorría la zona interna de sus axilas. Era indudablemente un individuo que distaba mucho de lo que Joseph esperaba, y su presencia resultaba sumamente incómoda. Este sujeto no solo le provocaba desagrado, sino que despertaba en él una furia intensa, una rabia que evocaba inquietantemente la sensación de perversión que experimentó Daniel Alejandro Páez en su novela "Jersey: Historia de un psicópata". Quizá con lo que acabo de escribir ya puedan imaginarse lo que viene, seguro desde mucho antes, pero solo por amor al arte, solo por calamar esas ganas incesantes de contar a detalle lo sucedido me daré le tiempo de escribir adecuadamente los acontecimientos.
El protocolo más esencial a la hora de llevar a cabo un negocio, ofrecer un producto o servicio radica en la satisfacción del cliente. Y aquí reside una de las mayores dificultades en la atención al cliente: estar siempre disponible para complacerlos, incluso cuando en tu interior te sientes agotado. Es un poco como esos payasos que pueden estar sumidos en la tristeza, pero que aun así mantienen una sonrisa en el rostro, cumpliendo así el lema de Juan de Dios Peza: "aquí se aprende a reír con llanto y a llorar a carcajadas".
Esa era precisamente la obligación moral de Joseph hacia su cliente, y ni siquiera lo dudó. Acompañarlo en uno de esos tours por la represa fue un gesto que no consideró ni por un instante, a pesar de que sabía que se trataba de una experiencia que les costaría una fortuna (no precisamente monetaria) por un breve paseo en lancha de apenas 20 minutos. Lo verdaderamente gratificante de esos paseos era sentir la brisa acariciar el rostro, y Joseph estaba decidido a cumplir con su deber de proporcionar a su cliente una experiencia inolvidable.
Al principio, la situación parecía ser bastante normal, sin nada que se saliera de lo común. Sin embargo, lo que más inquietaba a Joseph era que esta experiencia no era de tipo turístico, sino más bien un paseo en una lancha de tamaño reducido, evidentemente propiedad del despreciable individuo, quien además era el encargado de manejarla. Joseph ocupaba un pequeño asiento a un lado de los asientos principales. A su alcance, se encontraba un minibar bien surtido, repleto de cervezas importadas de todo tipo, junto con algunas opciones nacionales, evidentemente destinadas a los "paladares menos refinados".