Kim decidió aprovechar la noche para descansar, consciente de la importancia de recargar energías. Recordó las pastillas que le enviaban cuando era pequeña para conciliar el sueño y, momentos antes de ingresar a su edificio, se tomó un momento para adquirir un par en la farmacia.
El plan trazado no era sencillo: descansar lo suficiente, levantarse temprano y, de la manera más clandestina posible, visitar a Jessica. No tenían certeza de si ella estaría allí o si los esperaba. Inicialmente, la idea parecía grotesca: utilizar el mango de su Walther PPK para dañar el pomo de la puerta, entrar con su compañero cubriéndole la espalda y proferir alguna frase amenazante sobre la policía y las consecuencias de no colaborar con las obligaciones de la justicia. Esta idea, tan rápida como surgió en la mente de Kim, murió en sus labios mientras saboreaba el último sorbo de su cappuccino nocturno.
Fue lo primero que dijo Erick segundos antes de cruzar la puerta de cristal que daba a la portería de la propiedad horizontal de Jessica. La ubicación era lejana; hacía 20 minutos habían perdido la cuenta de cuánto habían conducido, y empezaban a sospechar que aquel lugar exótico solo vivía en su mente. El encuentro remoto con aquel sujeto subido de peso parecía producto de algún evento paranormal o el resultado de algún trastorno desencadenado por todo lo que habían vivido.
La edificación era pequeña, constaba de 3 pisos con 2 apartamentos por piso, sumando un total de 6 apartamentos. Todos estaban marcados de la forma menos exótica posible: 101, 102, 201 y así sucesivamente. Jessica residía en el 302, y aunque fuera el último piso, los detectives no esperaban encontrarse con un pent-house o un apartamento de gran tamaño.
Cuando eres detective, vives en una burbuja de poder bastante curiosa; incluso esperas recibir condescendencia de aquellos que notoriamente tienen más poder que tú. Es por eso por lo que ambos no le dieron tiempo al portero para comunicar su llegada o recepción; solo se molestaron en mostrar una placa ya ajada por el tiempo. El ascensor quedaba al final del pasillo, escoltado por dos puertas corredizas que daban acceso a la escalera, indicando que aquel monumento de acero tenía un sótano.
Como era de esperarse en una novela de misterio, las cosas no suelen funcionar como deberían. Esta es una forma, diría yo, en la que el autor alarga su prosa, esperando dar detalles al lector que sin temor a dudas tomarán relevancia en el futuro. El ascensor no funcionaba, y no lo hacía desde hacía mucho tiempo; de eso estaban seguros. Entre las puertas corredizas, ya se alzaban algunas mansiones hechas por amigos arácnidos
Subir no es tedioso, pero somos amantes de alimentar la pereza, así que no es raro que ambos hicieran mala cara durante su trayecto hacia el último piso. Aparte del poco cuidado del elemento de ascenso electrónico, el resto de los pasillos, al igual que sus portones, estaban bien cuidados. Incluso, podrían jurar que alguien de mantenimiento había pasado pintura hace poco. La puerta de Jessica era igual que las demás; no cambiaba nada que no fuera el número. Y el timbre, como era de esperarse, era de forma exagerada muy genérico.
Llamaron varias veces, y luego del cuarto timbre y varios golpes, empezaron a sentirse desesperados. Aunque no sabían por qué, ¿acaso alguien no podría salir de su casa madrugada, tal como ellos? Bajo esa inyección de lógica o de sentido común, decidieron, agotando su desesperación en bajar por el mismo recorrido angosto y lúgubre para preguntarle al portero, a quien ya habían ignorado, si Jessica había salido.