La fiesta de Mia era todo un éxito.
Los niños corrían por el amplio jardín de la casa de James, mientras los adultos charlaban animadamente alrededor de la terraza, disfrutando del ambiente cálido y relajado.
Emma se sintió fuera de lugar apenas cruzó la puerta.
No tenía invitación oficial.
No había avisado a nadie.
Pero después de días de tormento mental y de la conversación con James en el hospital…
Sabía que tenía que enfrentar a Robert.
Así que cuando Sophie recibió la invitación a la fiesta y la convenció de acompañarla, Emma no pudo negarse.
Sin embargo, lo que no esperaba…
Era ver a Robert llegar acompañado.
Y mucho menos de una mujer impresionante.
Una pelirroja de curvas peligrosas y vestido elegante, que caminaba a su lado con naturalidad, como si ya estuviera acostumbrada a su presencia.
Emma sintió un extraño nudo en el pecho.
No.
No era celos.
Era… irritación.
Porque mientras ella había estado luchando con sus emociones, Robert Blackwood ya estaba con otra mujer a su lado.
Y lo peor de todo era que parecía completamente cómodo con la situación.
James se acercó a él con una sonrisa divertida.
—Vaya, hermano, no esperaba verte acompañado.
Robert mantuvo su expresión impasible.
—Suelo sorprenderte, James.
James miró a la mujer y le extendió la mano con educación.
—Bienvenida.
—Lena Carter —se presentó ella con una sonrisa encantadora—. Escritora.
Emma frunció el ceño desde su lugar en la esquina de la sala.
¿Escritora?
¿Qué demonios hacía Robert Blackwood con una escritora?
Antes de que pudiera sacar conclusiones precipitadas, Robert giró la cabeza y sus ojos se encontraron con los de ella.
El aire en la habitación cambió.
Emma no apartó la mirada.
Y Robert tampoco.
Porque si algo quedó claro en ese instante…
Era que ninguno de los dos había superado lo que pasó entre ellos.
Pero en lugar de acercarse a ella, Robert simplemente esbozó una sonrisa ladina y desvió la mirada.
Como si ella no significara nada.
Como si nunca hubiera desaparecido.
Emma apretó los labios.
Muy bien, Blackwood.
Si él quería jugar a la indiferencia, ella podía jugar también.
La Habitación Secreta
Emma no planeaba una escena.
No quería armar un espectáculo.
Así que cuando Robert desapareció de la multitud y se dirigió a una de las habitaciones del segundo piso, Emma lo siguió sin dudar.
Cerró la puerta detrás de ella con un clic firme.
Robert, que estaba apoyado contra el escritorio revisando su teléfono, ni siquiera se inmutó.
—Sabía que vendrías —dijo sin levantar la vista.
Emma cruzó los brazos.
—¿Ah, sí?
Finalmente, Robert levantó la cabeza y la miró directamente.
—Eres demasiado predecible.
Emma soltó una risa seca.
—Vaya, qué curioso. Porque tú eres tan predecible que ya sabía que ibas a traer a alguien contigo solo para darme una lección.
Robert esbozó una sonrisa peligrosa.
—¿Crees que todo gira alrededor de ti, Emma?
—No, pero claramente quieres que lo crea.
Robert dejó el teléfono sobre el escritorio y se acercó lentamente.
—Si tanto te molesta verme con alguien más, deberías haberte quedado en la cabaña.
Emma sintió una punzada en el pecho.
—Deja de decir estupideces.
Robert se detuvo a solo centímetros de ella.
Demasiado cerca.
Demasiado intenso.
—Entonces dime, Emma. ¿Qué haces aquí?
Emma sintió su respiración descontrolarse.
Porque esta era su oportunidad de explicarse.
Pero en lugar de responder, sus ojos cayeron en sus labios.
Y ese fue su error.
Porque Robert se dio cuenta.
Y cuando Robert Blackwood veía una oportunidad, nunca la desaprovechaba.
—¿Sabes qué es lo peor de todo? —murmuró él, con la voz más grave.
Emma no pudo hablar.
Solo negó con la cabeza.
Robert inclinó su rostro ligeramente, hasta que su boca quedó a un susurro de la suya.
—Que aún me muero por besarte.
Emma sintió que su cuerpo reaccionaba antes que su mente.
Su piel ardía.
Su respiración era errática.
Porque lo peor era que…
Ella también quería besarlo.
Pero no debía.
Así que intentó alejarse.
Pero Robert la atrapó por la cintura, sosteniéndola en su lugar.
—No te atrevas a huir otra vez.
Emma cerró los ojos con fuerza.
Porque si se quedaba un segundo más, se perdería por completo.
Y justo cuando estaba a punto de ceder, una voz al otro lado de la puerta los interrumpió.
—¿Robert? ¿Estás ahí?
Era Lena.
Emma volvió a la realidad en un segundo.
Apartó las manos de Robert y dio un paso atrás.
Él no se movió.
Solo la miró, con la mandíbula apretada y los ojos oscuros de frustración.
Emma tragó saliva y habló antes de que él pudiera decir algo.
—No vuelvas a buscarme.
Y sin darle oportunidad de responder, salió de la habitación.