21 de julio del 2021
Amelia.
Silencio
Nadie decía una palabra, porque no había nada que pudiéramos decir. Samantha había disparado a la espalda del híbrido, el cual al impacto hizo un chillido agonizante.
Me acerqué lentamente a los dos cuerpos quietos y pálidos que yacían en el piso de la tiendita.
Quité con mucho cuidado el ya muerto híbrido de encima de Joshua. Me detuve a ver a mi amigo.
—¿Joshua? ¿Estás bien?— murmuré.
No hubo respuesta.
Acerqué mi mejilla a su nariz tratando de sentir su respiración, nada. La camisa verde que llevaba estaba manchada de sangre en la parte del abdomen. Joshua antes del desastre, era un jugador de hockey, aunque por obligación de su padre. A pesar de serlo, tenía un cuerpo regular, ni muy muy ni tan tan.
Con rapidez, la quité de ahí para ver si se había herido, solo se veía un gran morado marcado en donde se suponía que estaría la bala.
En todo este tiempo, Samantha solo se limitó a cubrirse la boca en espanto y miedo de que lo haya lastimado. Estaba pálida y temblorosa al igual que yo.
—¿Dios? ¿Ya me morí?— susurró Joshua dramáticamente.
En el susto, salté y grité muy fuerte. Ese hijo de su regalada madre nos hizo creer que murió.
— ¡Estúpido! ¡Creí que te había matado!
gritó Samantha con miedo y rabia contenida.
— ¡Ja! En el próximo apocalipsis seré actor— se burló Joshua, levantándose del piso mientras se sacudía el polvo. Sus ojos verdes tenían un destello orgulloso y satisfecho—. Tch, me arruinó mi camisa favorita...
Yo solo me quedé estampada en la pared, un híbrido salió de un pasillo, mi amigo casi muere... ¿Cómo diablos no me dió un infarto?
— Sí Amy, estoy bien— me aseguró Josh, alzando sus manos— no voy a morir todavía, no aún que no he comido.
Solté una risilla, casi muero del susto pero me hizo reír.
—Salgamos antes de que salga otra cosa de esas y esta vez si nos mate— sugirió Samantha.
Agarramos nuestras cosas y reiniciamos la búsqueda. Según el plan de Samantha (que era la que más había salido) mi padre podía estar en campos de refugiados, una farmacia o alguna tienda que reabasteciera nuestras necesidades.
Sinceramente nunca confié en los refugios, ese es la mayor concentración de personas/comida para los monstruos, y el primer lugar en donde irían. Y mi papá no es tonto.
Nos dirigimos a un parque cercano, llamado: "Bellerose Park", nos sentamos a comer una pasta que trajo Joshua en tazas de plástico. La pasta estaba dura (muy dura) y sin sal, mientras que las albóndigas que la acompañaban estaban increíblemente saladas. Te puedes imaginar quién la cocinó.
— Amy, ¿De verdad estás segura de que no tienes idea de dónde fue tu papá?— me preguntó Joshua.
– No, ni idea. Papá nunca me hablaba de cuando salía, solo las partes de cuando se encontró algo. Ni siquiera sé quién era mi mamá.
Ellos me miraron en señal de asombro, claramente no les había contado.
Suspiré y me expliqué:
—El 18 de septiembre, 8 días antes del Gran Desastre, mi cumpleaños número 8. Mi papá había preparado una fiesta pequeña y sencilla con tema de princesas. Ese día ustedes no estaban porque se habían ido de viaje.
—Creo que lo recuerdo... —dijo Samantha.
—Había pasado el día viendo películas con mi papá y una mujer... Ella era una mujer de pelo castaño, de unos treinta y tantos años. Vestida con un conjunto blanco, con el cabello suelto. En medio de la película, otra mujer entra en la habitación, observando en total rabia a mi papá.
Joshua me miraba expectante, mientras engullía con emoción su comida. Samantha dejó de lado su almuerzo, le quité el apetito.
—Mi papá salió de la habitación corriendo a explicarle a la otra mujer lo que hacíamos. La que estaba conmigo se notaba asustada, y para protegerme me abrazó y acarició mi cabello. La mujer que estaba con mi papá comenzó a gritar: «Mark! ¡Ella es mía! ¡No la separarás de mí!» Mi papá solo respondió que tenía el derecho de estar conmigo. En un arranque de ira, la mujer agarró un florero, lo partió y amenazó con llevarme en contra de mi voluntad. Comencé a llorar, tenía miedo de que algo malo pasara...
—Amelia, no tienes que decirnos... —susurró Josh.
No, pero quiero hacerlo. Necesito sacar lo que tengo guardado desde hace tiempo.
—La mujer se acercó a mí, con el florero roto en la mano, con ojos rojos en rabia y apretando los dientes. Y dijo:«¡No dejaré que esta perra te críe! ¡Ella es una maldita perra! ¡¿Lo sabías?! ¡¿LO SABÍAS?!» Y en un instante, la mujer que me abrazó en mi miedo, había sido apuñalada. Mi padre llegó con policías alrededor, y arrestaron a la asesina. Mi padre me abrazó y solo me dijo: «Amelia, no dejaré que nada malo te pase, te protegeré con mi vida». Desde lejos se escuchó decir: «¡Amelia! ¡Haré que tu vida sea una maldita pesadilla!»
Mis amigos se acercaron a mí y me dieron un cálido abrazo. Cerré mis ojos fuertemente, aceptando su abrazo.
Me soltaron y asintieron, recalcando que había sido muy valiente en ese momento.
Seguimos nuestra travesía, nos dirigimos a un hospital abandonado, el cual era principal fuente de insumos médicos.
Atravesamos largos pasillos blancos, habitaciones vacías, grafitis grabados en las paredes y cadáveres a medio comer. El lugar tenía un olor penetrante y putrefacto de descomposición de hace días.
Entré a una habitación curiosa. Donde deberían estar las paredes, estaban unos estantes de libros de historia, economía, música... Un escritorio lleno de papeles regados con una lámpara titilante y una taza de café vacía a su lado. Comencé a revisar esos papeles. Cheques, cheques, informes de pacientes con esquizofrenia, más cheques... Hasta que me llamó la atención un sobre rojo aún sin abrir.
En el frente del sobre decía: "para Amelia", no contuve más mi curiosidad y lo abrí. Tal vez era para mí.
“Hija mía, si estás leyendo esto, es porque te conozco y sabía que vendrías en mi búsqueda. Eres una adolescente ya, llena de preguntas, las cuales no puedo responder. La única que tiene una respuesta es tu madre. Iré en busca de ella. Contiene la clave de todo esto que es tu vida. Por favor Amelia, quédate con tus amigos y sus familias, no me sigas buscando.
Te amo, papá.
PD: Amelia, sal de este hospital, no estás segura aquí.”
Me tapé la boca con asombro y tristeza, no puedo creer que mi papá la esté buscando a ella. ¿Dice que tiene respuestas a qué? Espera, ¿Cómo que no estoy segura?
Corrí hacia mis amigos, apresurada a contarles las noticias. Samantha estaba sentada en la ventana, mirando hacia afuera. Joshua mientras tanto, tocaba con un palo la cara destrozada de un cadáver.
— ¡Chicos! ¡Miren lo que hallé! —grité.
Los dos caminaron hacia mí con velocidad, Samantha me arrebata el sobre de la mano y se lo muestra a Joshua mientras lo lee.
Cuando termina, ella me mira con decepción. Joshua se rasca la parte de atrás de la cabeza mientras dice—: Bueno... Eso no lo esperaba.
— ¿Estás segura de que es tu papá? No eres la única que se llama Amelia en este pueblo— negó Samantha.
Bueno, eso es cierto. No soy la única llamada así. Pero no puedes negar que es una coincidencia muy interesante.
Pasos apresurados se escucharon atrás de nosotros, de muchas personas. No conseguí voltearme completamente antes de ver ocho personas en ropa rasgada y máscaras infantiles, apuntándonos con diferentes armas. Un hombre de complexión musculosa y alto se nos acercó con una escopeta en la mano.
— Por orden de la nuestra líder, serán escoltados— anunció el hombre con voz grave y hostil.
Los tres dijimos al unísono—: ¿Eh?
Sus hombres se acercaron y nos esposaron sin nervios. Nuestras caras eran de total confusión.
— ¿Quién es su líder, señor Batman?— preguntó Joshua.
— No les responderé a sus preguntas, no me interesa responderlas— respondió "Batman"
Caminamos a rastras a unas escaleras cercanas a dónde nos encontrábamos. Bajamos con una pistola apuntándonos a la cabeza.
Entramos por un pasillo lleno de moho y maleza. Con personas mirándonos fijamente. ¿Cuando nos quedaremos quietos en un lugar y que no nos pase nada?
Nos arrastraron con violencia a una gran habitación blanca, acolchada en las paredes. Nos empujaron con fuerza al piso, cerraron la puerta y se fueron.
—Amelia, ¿Qué te traes que siempre nos rodean los problemas?— dijo sarcásticamente Samantha.
Antes de mi respuesta, la puerta se abrió y una mujer de aspecto viejo y demacrado entró. Estaba vestida con un pulcro vestido blanco que le llegaba a las rodillas, y tacones de aguja negros dañados. Tenía ojos marrones claros, pero con unas ojeras más oscuras que la propia oscuridad.
La señora me miró y se me acercó corriendo, se arrodilló y me acarició la cara con su mano. Olía a medicina y a café oxidado. Sus ojos me observaban con una expresión alegre, solo que el resto de su cara estaba totalmente seria.
— ¿Hola...?— pregunté un tanto incómoda.
La señora notó mi incomodidad, se levantó, y se sacudió la falda de su vestido. Joshua y Samantha me miraban con cara de: ¿Qué diablos le pasa?
— Bienvenida a casa —anunció la mujer—. Amelia.
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Editado: 14.11.2022