Entre Muros Grises

Capítulo 1 (Parte 1)

 

Ingiero el café lo suficientemente agrio para mi gusto sintiendo la presencia de Maxon —mi perro alaskan malamute—, siguiéndome de lado a lado. La hora del reloj no hace más que sacarme un suspiro cansino, el hecho de saber que tendré que emprender el mismo camino de hace unos meses sólo provoca que las nauseas incrementen.

Lavo la taza en donde tomé el café, me aseguro de dejarle comida a Maxon, me miro en el espejo por última vez procurando lucir lo más sencilla posible, y salgo de aquello a lo que podría llamar "casa" despidiéndome de mi canino amigo.

La calles del barrio bajo de Michigan-Detroit me reciben con una leve ventisca que remueve mis cabellos castaños. Muevo mis pies uno por uno y cuando menos me doy cuenta ya he estoy dando vuelta por la cuadra de la Señora Jenkins.

Es una de las pocas personas nobles del barrio, sí es que hay más, teniendo en cuenta que la anciana ha sido despreciada por sus hijos no hay nada que esperar.

Ladeo la cabeza mirando de lado a lado para poder pasar la avenida. No se me pasa desapercibido el barullo de los adolescentes que se encuentran a la espera de una nueva víctima, tampoco el olor a tabaco y a la ya conocida marihuana que probablemente estén consumiendo en enormes cantidades. Por el rabillo de ojo alcanzó a ver como un chico moreno se tensa cuando paso junto a él, e inmediatamente hago lo mismo. 
Parece reconocerme, al igual que toda su pandilla ya que al instante se relajan, me regalan un asentimiento, y siguen continuando con la basura que hacen y seguirán haciendo.

Todo es lo mismo de siempre, los mismos ladrones, drogadictos, gamínes, prostitutas, estudiantes y alguno que otro desconocido que no me hacen nada simplemente porque ya saben que soy del barrio. Es la única razón por la que no me han robado o matado hasta ahora, la única razón por la que estoy viva; porque por más horrible que suene, soy parte de esta comunidad.

Un barrio lúgubre con casas grises y rodantes sin color alguno, bares de mala muerte, edificios abandonados, parques dañados, y cómo no, la insoportable droga por todos lados.

Odio la droga, nunca la he probado y sin embargo la detesto. Detesto a los que la consumen, detesto sus efectos, detesto su olor, detesto que esté en cualquier lugar a donde voy, detesto las maneras en las que se vende, detesto las personas que la venden, la mata que la produce, detesto al maldito que decidió ingerirla primero, y detesto cada una de sus letras.

Pero el hecho de que la deteste no significa que vaya a desaparecer con tan solo chasquear los dedos. Tampoco puedo pararme y gritar: "¡Detesto la droga, a los que la consumen y los que la venden!", porque inmediatamente recibiría un balazo.

Llego al colegio en lo que es casi una hora de caminata, pero estoy tan acostumbrada al recorrido que no me quejo del dolor que probablemente muchos tendrían si estuvieran en mi lugar.

A pesar de haber caminado bastante desde mi casa hasta aquí, la vista no cambia. La escuela no es una gran cosa, si somos sinceros, está igual de fea que siempre. No es necesario entrar para saber que apesta a humedad y sudor, mucho sudor.

Algunos estudiantes se aglomeran en la entrada en sus grupos correspondientes, siempre atentos a cualquier peligro o contrincante que se les presente. Nunca se sabe cuando alguien quiere tirarse encima tuyo o de tu pandilla, simplemente sucede, pero no es malo estar atento o preparado. Al pasar al lado de ellos solo recibo miradas inquisitivas, intrigadas, ignorantes, asqueadas y alguna que otra obscena. Tampoco puedo evitar darme cuenta de la manera en la que algunos estudiantes evalúan cada parte de mi, seguramente viendo qué es lo que me pueden robar.

El olor a sudor y humedad se hace aún más fuerte cuando pongo mis dos pies dentro de la institución, si el anterior año estaba fea, este año esta horrible. Las paredes y el techo están más agrietados que de costumbre, no me sorprendería el hecho de que al pasar por debajo una parte del techo me aplaste. Los casilleros están llenos de grafitis, pues no hay ni un solo casillero que se salve de lo que muchos podrían llamar arte obsceno. Nunca he utilizado uno de ellos, estoy segura de que si llegara a hacerlo a la media hora ya habrían forzado el seguro y yo terminaría tanto sin casillero como sin materiales. La mayoría de las clases están pintadas de un verde opaco provocado por el poco mantenimiento que le hacen al colegio, los pupitres no son más que sillas y mesas que se tambalean de lado a lado como si en cualquier momento fueran a romperse y la muchedumbre no hace más que colaborar en hacer ver este lugar como un sitio en donde se reúne toda la basura. Incluyéndome.

El aspecto de la mayoría es desgarbado, sin embargo, a pesar de lo desgarbados que lucen, demuestran lo peligrosos que son. No hace falta lucir como un rico de Hollywood para intimidar, es algo que he aprendido durante mi diario vivir; sus trapos o ropa sucia, sus zapatos rotos, sus piercings y sus tatuajes son símbolos de fuerza, dureza, agilidad y fogosidad. Son cosas necesarias si quieres vivir o respirar en lugares como estos.



#49365 en Novela romántica

En el texto hay: oscuridad, el primer amor, muros

Editado: 24.12.2018

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