Entre Muros Grises

Capítulo 9 (Parte 1)

—Rob me pidió encargarme de un solo auto —informo, al tiempo que le doy un mordisco a la manzana que me acaba de regalar Duncan. Omito el impulso que siento de expulsar un suspiro, no sólo está el hecho de que no desayuné, hace mucho tiempo que no había disfrutado del dulce sabor de una manzana.

—¿Se le metió más mierda a la cabeza? —bufa Lucas, mientras rompe sus jeans con una navaja.

Me encojo de hombros.

—Dijo que me iba a pagar el doble —digo, en respuesta.

—Debe ser un carro especial —ahora es Duncan quien interviene. Entre él y Lucas, sin duda él más atento a sus tareas como estudiante es Duncan.

—Mhmmm —mastico la manzana que hay en mi boca antes de hablar—. Tiene un motor ilegal.

—Eso no parece importante —señala, levantando la vista de su cuaderno para posarla en mi.

—No lo hace —una vez más, me encojo de hombros—. Estoy bien con la paga doble, además, me ofreció un auto como bono.

—¿Te dará lo que necesitas para repararlo? —al igual que Duncan, Lucas deja a un lado la navaja y posa su mirada en mi con interés.

—Eso dijo él —asiento​—, no tengo problema alguno en ocuparme del auto mientras no este metida en su mierda.

—Exactamente de qué mierda hablamos que tenga que ver con un motor ilegal —Duncan arquea una ceja en mi dirección.

Comparto con Lucas una mirada significativa, antes de que ambos posemos nuestra mirada en el castaño -rubio.

—Tal vez sean carreras ilegales —sugiere Lucas.

—¿Eso se hace por  aquí? —la expresión con la que pregunta aquello casi me hace sonreír.

—Duncan, aquí todo el mundo busca un método para ganar dinero —Lucas asiente en acuerdo conmigo—. Vender droga, prostituirse, traficar armas, robar, matar... Lo ilegal es de personas ilegales, las personas ilegales tienen útiles ilegales, y lo útiles ilegales son para...

—Cometer acciones ilegales —completa por mi.

—Buen muchacho —bromea Lucas. Duncan lanza su lápiz en su dirección, como si fueran niños ambos se ponen a lanzarse los materiales de cada uno.

Todo cambia cuando un borrador me golpea en la coronilla de mi cabeza.

—¡Dios!, comporténse menos idiotas de lo que ya son —espeto, sin embargo hay un toque divertido en mi voz. Tomo mis cosas de la sucia mesa de la cafetería, guardo todo en mi maleta, y poco después la cuelgo sobre mi hombro. Le doy un último mordisco a la manzana—. Tengo algo que hacer —aviso—, el Sr. Hemingway me pidió verlo en descanso, se me había olvidado.

—Adoro a ese profesor —Lucas pone una mano justo en donde queda su corazón con dramatismo.

—Lo amas porque te da libros.

—¿Y tu no amarías a alguien que te de libros? —ahora luce más allá de lo indignado.

Niego con mi cabeza con la diversión recorriendo mis venas.

—Haz que se le baje la fiebre, ¿quieres? —me dirijo hacia Duncan. El muchacho me regala una sonrisa antes de contestar.

—Haré lo que pueda.

Sin esperar más, mis pies comienzan a moverse a paso rápido. El salón de Hemingway queda en el segundo piso, cada vez que subo por aquellas escaleras no puedo evitar esbozar una mueca de asco. No hay nada peor que el segundo piso de este maldito colegio. Les puedo asegurar que nunca se ha olido mayor cantidad de marihuana como en ese lugar, además de que las escaleras están infectadas de imbéciles que no hacen nada más que espetar cosas asquerosas hacia cualquiera que pase por ahí. Por otro lado, lo horrible del segundo piso no es solo eso; cada paso que se da, cada movimiento, o siquiera cada respiración que alguien haga, parece ser un elemento para que este se caiga en pedazos. De por si es un peligro subir por las escaleras, ahora no quiero imaginarme cuando una pared caiga encima de alguien, de mi en particular.

Observo al Sr. Hemingway sentado en su escritorio, a diferencia de otros estudiantes, toco la puerta un par de veces antes de entrar. Su vista se dirige a mi y, sorprendentemente, para ser el profesor más enfurruñado con los estudiantes, a excepción Lucas, me sonríe. No devuelvo la sonrisa pero si le regalo un asentimiento como lo más cercano a la cortesía. No me puedo permitir lucir como una mariposita ahora.

—Srt. Bennett —por alguna razón una parte de mi quiere reír. Tal vez es porque nuestros apellido​s me recuerdan a Orgullo y Prejuicio de Jane Austen.

—Sr, Hemingway —mascullo—, usted me pidió que viniera a la hora de descanso.



#49376 en Novela romántica

En el texto hay: oscuridad, el primer amor, muros

Editado: 24.12.2018

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