Entre Muros Grises

Capítulo 23 (Parte 1)

 

 

 

—Es un poco extraño.

—Es la primera vez que estás en un avión, es normal que lo sea.

Por no decir que la única imagen que se reproducía en mi mente al sentir que despegábamos era sobre un avión cayendo en picada. Sí, que normalidad.

—¿Cuánto dijiste que duraba el vuelo? —cuestiono, dejando de mirar por la ventanilla el cielo azul.

—No es tan largo, al menos unas dos horas. Antes si no hubiera ocurrido ese retraso en el que esperamos alrededor de media hora para el despegue.

—¿Qué sucederá cuando hayamos llegado?

—El chofer de papá estará allá para dejarnos en el hotel.

—¿Qué es lo que haremos después?

—Ahora quién es la que hace muchas preguntas —arquea una ceja con diversión—. Después, iremos con mi padre a comer. Y, antes de que preguntes, nos quedaran unas horas libres antes de la reunión con los socios a la que iremos los dos.

—¿Y el día de mañana? ¿Qué haremos el día de mañana?

—El día de mañana es todo nuestro Bell, deja de hacer preguntas y déjame ser tu guía por una vez en la vida —añade, antes de dejar un beso en mi mejilla—. Ahora, cierra la boca antes de que te la cierre yo a punta de besos.

—Eso sonó muy meloso —arrugo mi nariz fingiendo disgusto.

—Lamento no ser como tú y amenazar con dar golpes.

—Ya quisieras.

—Ustedes son una de las parejas de jóvenes más hermosa que haya visto —una ancianita de cabello canoso se inclina desde el otro lado del avión con una sonrisa dulce en sus labios—. Pensar que me encuentro aquí con este viejo dormilón a mi lado mientras ustedes rebozan de dulzura.

—Créame, ella reboza de rudeza —bromea Duncan. Le doy un golpe en su brazo escuchando la risa de la anciana.

—Y tú rebosas de estupidez, pero no lo digo todo el tiempo.

—Eso también le dicho a mi esposa, pero parece perder el sentido de la audición cuando quiere —el anciano a su lado, quien parece ser el esposo de la ancianita habla con sus ojos cerrados—. Así es mujer, te puedo escuchar a mil kilómetros de distancia llamándome viejo. Deja a los jóvenes enamorados en paz, no hay nada más relajante que escucharte cerrar la boca por unos segundos.

—Eso no es lo que parecía hace una hora cuando me pedías que hablara para pedir la comida.

—La comida es vida señora, hay que tratarla con respeto —una pequeña risa sale del anciano ante mi comentario. Poco a poco, se incorpora en su asiento mientras va abriendo sus ojos.

—Bell trata a la comida con respeto, pero eso no aplica para mí —dice Duncan, es el turno de la anciana de reír.

Ruedo los ojos, apoyando mi cabeza en el hombro de Duncan.

—Que melodramático eres, te dije desde el principio que la comida es lo primero para mí. ¿Alguien tiene comida? No para mí, para cerrarle la boca a este tonto.

—Eso es lo que digo, la comida hace maravillas —concluye conmigo el anciano, me permito reír un poco—. ¿Qué es lo que hacen dos jóvenes viajando a New York? ¿Buscan aventuras?

—Déjalos Harry, ellos buscan diversión. A ti también te gustaba montarte en esos parques de diversiones y bailar música como si no hubiera fin.

—Debemos recordar Maya, que ellos son los idiotas de la edad cibernética —una pequeña risa sale de Duncan, puedo sentir como su pecho vibra mediante ello—, así que o van a un seminario de tecnología, o a comprar un nuevo IPhone para después jugar videojuegos.

—O a un concierto a escuchar música dance y bailar, o a pasear y conocer, o a...

—A conocer —informa Duncan—, quiero que ella conozca New York.

—¿Nunca has salido de Detroit? —la ancianita de cabello canoso cuestiona en mi dirección. Sacudo la cabeza en negación—. Debes aprovechar que tu novio es todo un caballero, yo tuve que esperar años antes de salir de California.

—La señora tiene razón, Bell —Duncan enarca ambas cejas en mi dirección—. ¿Por qué no aprovechas que tienes un caballero?

—Hay muchos caballeros en el mundo, la diferencia es que tú eres un caballero idiota.



#49370 en Novela romántica

En el texto hay: oscuridad, el primer amor, muros

Editado: 24.12.2018

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