Entre Muros Grises

Capítulo 31

 


El aire se atasca en mis pulmones y tiemblo. No tengo pensamientos. No tengo ningún poder sobre mi cuerpo ni siquiera para gritar. No respiro, sé que no respiro y aun así, cuando menos lo pienso, mi mano está ahí en el cuerpo caído y rodeando de sangre. En el cuerpo que no se mueve, que no reacciona.

Hay exclamaciones de dos voces, mis manos tiemblan y mi corazón late de manera incorrecta. Algo sucede pero yo sigo aquí, con una mano sobre el cuerpo inerte de él. El cuerpo inerte de Maxon.

Alguien me toca. Ni siquiera entonces soy capaz de distinguir la voz de quién me habla, mucho menos de hablar. Una vez más sucede. Ahora ni siquiera niego, ni siquiera asiento. Tal vez ya respiro, pero la imagen que mis ojos presencian ahora va a ser muy difícil de quitar.

Bell —una de las manos de Lucas se posa en las mías. Su voz suena ronca y calmada—. Bell, tenemos que irnos, cariño —su mano retira algo húmedo de mi mejilla con suavidad, no es hasta ese momento que me doy cuenta que estoy llorando. Para Bell, para, me ordeno—. Bell, ellos podrían regresar.

Relamo mis labios despertando del sueño; siento el sabor salado de mis lágrimas en el proceso. Mis manos siguen temblando, aún así, desamarro el saco que llevo en mi cintura.

—Bell —se escuchan unos ruidos desde uno de los callejones.

—N-no puedo dejarlo aquí —susurro, con voz ronca y rota—. No dejare su cuerpo a-aquí.

Una vez deje uno. En ese entonces estaba lo suficientemente asustada como para levantar el cuerpo del suelo. Ahora estoy horrorizada, totalmente atormentada; y aunque la primera persona a la que me referí también era importante para mí, esta vez lucho contra el miedo que me atenaza. No lo dejaré aquí. No lo haré. No lo puedo hacer.

—Yo lo hago —dice, una voz reconocida tomando el saco de mis manos—. Lucas, llévatela, ya los alcanzaré.

—Duncan...

—Llévatela Lucas, sé qué hacer —su tono de voz es fuerte y firme. Nada comparado al mío.

—Ellos pueden regresar.

—Vete, lo llevaré a casa, sé de un lugar en donde lo puedo poner. Llévatela —su voz es como un eco en mi cabeza. Quiero decirle que no, que se quede. Que algo le puede pasar y nosotros no vamos a estar para ayudarlo. Podrían hacerle cualquier cosa de camino a su casa y nosotros no sabríamos nada. Pero no puedo. No soy capaz más que de seguir mirando el cuerpo inerte de mi Maxon ahí en el suelo.

—Me llamarás cuando llegues.

—Lo haré, ahora llévatela. Yo me encargare de lo demás —no sé qué es lo que sucede, o porqué Lucas no se mueve. Sé que yo no me muevo. Ya no estoy llorando, pero si siento el nudo en mi garganta fuerte y persistente como ningún otro—. Vete, Lucas.

—Bell, escucha. Cariño necesito que me escuches —Lucas se coloca en frente mío, obstaculizándome la vista de Duncan en el suelo recogiendo el cuerpo de mi perrito—. No es un buen momento, pero tenemos que irnos antes de que ellos... antes de que otra... —ahueca mi rostro en sus manos—. Tenemos que irnos porque es muy peligroso ¿está bien? —cuestiona. Asiento. No digo nada, asiento—. Bien, Bell, vámonos.



 

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Lucho con los recuerdos que me invaden desde hace rato. Trato de mantenerme cuerda, trato de no dejar salir el nudo que hay en mi garganta, el único problema es que no sé cuánto tiempo voy a ser capaz de soportarlo. La ansiedad se cuela en cada uno de mis huesos, me tomo la molestia de inhalar y exhalar al mismo tiempo que me apresuro a cerrar los ojos con fuerza.

Me detengo en el momento en que una vez más los recuerdos comienzan a ahogarme. La primera vez que vi a Maxon cuando apenas era un bebé, la primera vez que tuve que ir a la escuela con él. Cuando, en un día cualquiera, intentaron hacerme daño y el ahuyentó a la persona. Maxon esperando a que entre al colegio. Maxon ladrando a mí alrededor y saltando eufórico. Maxon pidiendo comida. Maxon viviendo.

Abro los ojos tomando un vaso para llenarlo con agua. Mis manos tiemblan, ya sea por distraerme o por no dejarlo caer, coloco de nuevo el vaso de vidrio en la encimera y abro la nevera para sacar un tarro con agua. Muerdo el interior de mi mejilla con fuerza, sintiendo el sabor metálico de la sangre con intensidad. Cierro la nevera y trato de abrir la botella, pero la ansiedad, el nerviosismo, el dolor, todo ya se ha apoderado de mí sin nada de sutileza.

La furia se hace presente y las lágrimas son sus compañeras.



#49329 en Novela romántica

En el texto hay: oscuridad, el primer amor, muros

Editado: 24.12.2018

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