Entre Muros Grises

Capítulo 38

Bell

 

—Vamos —deja un casto beso sobre mis labios—. Hay que ir abajo.

Lo ayudo con las dos latas de soda junto con el paquete de papas vacío antes de irnos. Duncan entrelaza su mano con la mía cuando comenzamos a bajar las escaleras. Es un poco extraño que este edificio a pesar de que tiene una buena puerta de entrada con seguro y escaleras hacia un balcón, no tiene apartamentos. Es una construcción jodidamente rara y me gusta.

—¿Qué es lo que vas a mostrarme? —cuestiono, con cierto grado de curiosidad. Duncan me regala una de sus hermosas sonrisas ladeadas al mismo tiempo que me observa con sus característicos ojos mieles.

—Ya lo verás, Bell.

—¿Puedes decirme lo que veré?

—¿Por qué decírtelo cuando lo puedes ver?

Antes de que ponga mis ojos en blanco, Duncan suelta mi mano colocándose en la escalera siguiente de espaldas a mí. Estoy a punto de preguntar cuando me dirige una mirada divertida por detrás de sus hombros.

—Sube.

—¿A tu espalda? —elevo ambas cejas sorprendida pero con una sonrisa curvando mis labios.

—No, Bell. Sube por las paredes como el hombre araña —bromea con sarcasmo en su voz—. Vamos, sube.

Entrecierro mis ojos en su dirección sintiéndome confundida; sin embargo, al cabo de unos segundos subo sobre su espalda, enrollando mis piernas en cada lado de sus caderas. Suelto una pequeña risa, enrollando mis brazos alrededor su cuello. Cuando estoy perfectamente acomodada comienza a bajar escalón por escalón. No falta mucho para llegar al final, así que trato en lo más mínimo de preocuparme por mi peso, de dejar todo aquello por parte de mi físico que pueda impedirme disfrutar de esto. Todos tenemos defectos, es bueno aceptarlos, pero no debemos dejar que aquellos defectos nos impidan divertirnos o mostrar una parte de nosotros.

—Tu cabello me hace cosquillas, Bell.

—Te ofreciste como caballo, ahora aguantas y seguirás siendo mi caballo —bromeo, creo escuchar un bufido por su parte. Tomo con mis dientes, de una manera que no lo lastime, el lóbulo de su oreja, en un intento de molestarlo; para ese entonces todas las escaleras han sido bajadas.

—No hagas eso Bell —dice, en un tono ronco mientras bajo de su espalda, poniendo mis pies en el suelo.

—¿Por qué no? —arqueo una ceja hacia él.

—¿Le muerdes la oreja a tus caballos? —bromea. Mi ceño se frunce, le saco el dedo del medio.

—La próxima vez me dedicare a dar muestras de afecto a muchas personas —me cruzo de brazo, aunque ambos sabemos que eso no sucederá.

Se coloca muy cerca de mí, tomando mis labios entre los suyos de una manera rápida y malditamente profunda. Sus manos tiran de mi cintura hacia su cuerpo hasta que ya no queda espacio alguno entre nosotros dos. Rodeo su cuello con mis manos, soltando una especie de jadeo sin poder evitarlo cuando después de lamer mi labio inferior introduce su lengua dentro de mi boca. Adentro mis manos en las hebras de su cabello tirando suavemente de él en el proceso, él deja salir un profundo ronquido que envía vibraciones por todo mi cuerpo.

Siento una mordedura en mi labio inferior, lo próximo que sé es que sus labios dejan continuos besos sobre mi cuello logrando hacerme suspirar. Lo tomo de su cuello antes de volverlo a traer a mis labios con la necesidad de sentir los suyos contra los míos. Seguimos durante un tiempo, hasta que sus manos se colocan en mis mejillas seguramente encendidas con un ligero rubor.

Descansa su frente contra la mía, puedo sentir su respiración descontrolada aunque es mucho más alto que yo. Mi corazón ruge contra mi pecho, de igual manera tengo que controlar mi respiración poco a poco. El ojimiel deja un beso en mi frente con total suavidad.

—Pareces no entender que me estás haciendo perder el control de mí mismo, y realmente necesito decirte y quiero mostrarte algo, amor —su tono de voz suena tan jodida y sensualmente ronco.

Relamo mis labios, asintiendo y dando un paso hacia atrás porque de alguna forma siento como si Duncan me llamara aun cuando dice que quiere mostrarme y necesita decirme algo importante.

El pelicastaño con mezclas de rubio también asiente para sí mismo, pasando una mano por su cabello, el cual luce muy alborotado obra y gracia de mis manos. Muerdo mi labio inferior sintiendo el palpitar de mi corazón todavía maravillado ante la visión frente a mí.

—Bien —asiente— ¿Te acuerdas de la esfera de circuitos que expulsa pequeños rayos de distintos colores dentro de ella?

—Si.



#49365 en Novela romántica

En el texto hay: oscuridad, el primer amor, muros

Editado: 24.12.2018

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