Capítulo VII
El club LASTNIGHT es uno de los más famosos de la ciudad. Su apertura hace dos años le dio la popularidad que hoy lo caracteriza y lo mantiene en el top uno de los más visitados y recomendados.
Dulce María lo amó cuando abrieron sus puertas aquél dos de octubre, día de su inauguración y el día en el que luego de emborrarse como una posesa, descargó toda su furia contra Adam. Ahora, cada vez que vuelve al país, es el único lugar que pide visitar para pasar una noche de tragos y música.
Como si no hubiese sido suficiente ese día.
Suelto un suspiro agotador cuando aparco el auto en el estacionamiento del local. Desde donde me encuentro, el bajo retumba con gran fuerza y las vibraciones llegan a mi cuerpo.
La música electrónica se hace escuchar por todo lo alto. El reloj del vehículo marca las diez con quince.
He quedado con las chicas en vernos dentro del club, pero siendo sincera, no tenía muchos ánimos de llegar temprano.
Y, además, Adam me distrajo lo suficiente como para reformular si venir o no.
Estiro el brazo, tomo la cartera marrón claro que está sobre el asiento del copiloto y que hace juego con mis tacones de aguja, y saco el celular.
Apenas lo enciendo, veo dos mensajes en la bandeja de entrada, uno es de Mia y el otro es de Adam.
“Jess, estamos dentro ¿dónde estás?”
Tecleo rápido una respuesta y paso al siguiente.
“Preciosa, estoy viendo un maratón de GOT, me haces falta. El cuarto se siente vacío sin ti. Estaré aquí cualquier cosa ¿de acuerdo? Un beso.
PD: Estabas hermosa. Disfruta tu noche.
Sonrío apenas termino de leer y respondo:
“Amor, estoy llegando. Emilia Clarke está en la sala VIP, te lo estás perdiendo: *intenta descansar ¿sí?, te quiero “
Y escrito eso, guardo el celular, tomo la cartera, apago el motor y bajo del auto para encaminarme a la discoteca.
El nombre cristalino LASTNIGHT sobresale de la pared principal justo al lado de la entrada. Está delante de un vidrio del cual cae una cascada de agua y las luces azules y rosadas logran resaltar las grandes letras que conforman su nombre. Es bastante elegante y llamativo, pero aun así no consiguen realzar mis ánimos en cuanto me voy acercando.
El móvil me suena cuando cruzo la calle, hago un vago intento de cogerlo con facilidad, pero me tardo un poco.
Es Dulce María.
--- Estoy a un paso de entrar. ¿Dónde están?
No escucho respuesta. Me detengo un momento al lado de la larga fila que rodea la zona y trato de pegarme lo más que puedo el celular a la oreja.
--- ¡c-culo grosero! ¿Dónde estás? ¡Ya estamos d-dentro! ¡El v-vigilante se llama Tony! Y-Ya sabe de ti, ¡habla c-con él! --- seguido de su descarga de griteríos entrecortados, escucho como la música ensordecedora opaca por completo su voz. Termino trancando la llamada y dirigiéndome hacia Tony, que no es más que un hombre de dos metros metidos dentro de un traje de sastre oscuro sin corbatín, moreno, pelón y con el doble de mi grosor.
Su mirada oscura detrás de unos cristales transparentes, contacta conmigo en cuanto me coloco frente a él.
Me siento un insignificante ratón a punto de ser pisada por un elefante con lentes.
--- ¿Señor Tony? --- me dirijo a él, con más seguridad de la que realmente siento.
Sus ojos me escanean de arriba abajo muy serio, alza el mentón y pregunta:
--- ¿Jessica Monroy?
Tiene una voz prepotente y bastante gruesa.
Sonrío como afirmación.
El hombre grande apenas curva sus labios, baja el escalón de la acera y me abre espacio tras quitar una corta cinta de seguridad.
--- gracias --- le digo, antes de subir el escalón y pasar el precinto.
Lo último que escucho del grandulón es un: “Disfrute la fiesta” para luego meterme de lleno en la bulliciosa boca del lobo.
Camino a paso tranquilo el largo pasillo alfombrado y cubierto de espejos que conduce a la sala principal. Me maravillo al terminar de entrar y notar que han hecho grandes modificaciones.
No lo recordaba tan amplio. Definitivamente el ambiente es diferente, más ostentoso y con un estilo vanguardista.
Llama la atención.
La música golpea mis tímpanos con fuerza. Reconozco la canción de Calvin Harris “Blame” sonar por todo lo alto.
La antecámara está repleta y no parece que hubiese espacio para nadie más.
Unas chicas pasan trotando a mi lado, casi me tropiezan y tengo que apartarme para esquivarlas.
Es un completo lío.
Antes de darme cuenta, ya estoy metida en el medio de la algarabía.