Capítulo XV
Mis ojos temblorosos permanecen fijos sobre el volante de mi automóvil, sin siquiera pestañar, a medida que intento con todas mis fuerzas, ordenar mis pensamientos para no cagarla en los próximos minutos.
Observo a través del cristal del parabrisas como un viento que no siento, hace ondear de manera fuerte y constante las ramas de los árboles que adornan el pasaje desde la entrada del conjunto residencial, hasta poco más allá del pequeño borde que conduce a la salida. No se ve para nada alentador, y el panorama solitario, unido a una noche oscura y turbia, no me dan un buen presentimiento de la situación en la que me estoy metiendo.
Siento que, en cualquier momento, un monstro maligno saldrá de la nada al final de la calle y vendrá corriendo en mi búsqueda, chupará mis vísceras y terminaré en el canal de noticias como un cuerpo sin vida no identificado.
¿Pero qué carajos pasa conmigo?
Suelto un suspiro cansino ante ese pensamiento y sacudo la cabeza. Lo último que necesito en este momento es tener un maldito ataque de pánico y no terminar, lo que, con decisión e impulso, decidí comenzar.
Cierro los ojos un par de segundos para luego focalizar mis ataques de impulsividad, en intentar arreglar mi cabello. Salir de casa con solo un moño desordenado amarrado en el tope de mi cráneo, sólo alimenta la imagen de paciente mental que ya tengo.
No sé si es una técnica mediocre para pretender tranquilizarme, pero lo que sí sé, es que no resulta. Después de una pequeña lucha de minutos, la niña malcriada en mi interior solo termina soltando la liga que lo sostiene y mi melena castaña ondulada, cae en desorden sobre mis hombros.
¿Qué carajos se supone que haga ahora?
Vuelvo a cerrar los ojos y respiro.
No sucede nada.
Vuelvo a abrirlos.
Humedezco mis labios.
Tomo la caja de las fotografías que se encuentra sobre el asiento del copiloto.
Vuelvo a dejarla a un lado.
Veo el papel con la letra descuidada de Dulce María, lo detallo buscando algo en su escritura que ni siquiera sé que es.
Observo hacia el frente.
Hacia atrás.
Recuesto la cabeza sobre el asiento.
Me masajeo la cien.
Intento normalizar mi respiración.
Miro por las ventanillas del auto.
Juego con la llave del auto que tambalea desde la ranura y enciendo la radio.
Apenas lo hago, la canción de Chayanne, “Atado a este amor”, comienza a sonar por los altavoces del auto y no puedo evitar rodar los ojos antes de cambiarlo.
De pronto me entra una desesperación y por un minuto, solo quiero salir corriendo.
Bufo, molesta, al no encontrar nada más interesante, y termino apagando el radio para envolverme nuevamente en un silencio aterrador.
Me siento agotada, casi como si me hubiese dedicado a correr un maldito maratón sin entrenar, descalza y sin llevar una mísera gota de agua.
La adrenalina yaciente en mi cuerpo, continúa bombardeando dosis constante por mi torrente sanguíneo, por lo que, en sí, me siento como si estuviese viajando en un tren a mil kilómetros por hora. El espacio dentro de mi vehículo, parece ponerse más grande a medida que mi corazón continúa latiendo. Da vueltas, se zarandea.
Sé que estoy inquieta, porque no puedo parar de moverme, pero por algún extraño motivo, aún no me permito salir del vehículo.
Antes de tomar un gran respiro, que termina oxigenando mis agitados pulmones, tomo el papel yaciente en mi mano y compruebo, una vez más, que las descripciones junto a la información revelada por Dulce María, coincidan con la casa que se encuentra frente a la vereda.
Es muy bonita, con ladrillos adornando parte de la fachada y algunas palmeras y plantas variadas ambientando un amplio jardín, tiene ventanillas cristalinas por lo que, apenas desde donde me encuentro, puedo divisar que la luz de un cuarto, parece estar encendida. La casa está bordeada por un mediano portón negro que la protege de algún psicópata que quiera intentar entrar, y para mi mala suerte, según puedo detallar desde la seguridad de mi auto todavía encendido, no podré pasar y tocar directamente la puerta si no llamo primero por un maldito intercomunicador.
Suelto un suspiro lleno de pesadumbre y recuesto la cabeza en el volante.
--- ¿Qué carajos estás haciendo, Jessica? --- susurro para mí misma, al tiempo que golpeo con suavidad mi frente contra el revestimiento de cuero.
Estoy, de manera avergonzada, intentando no reírme por parecer una maniática enferma que está afuera de la casa de su ex, a las tres de la mañana, intentando que alguien venga, se la lleve y termine lanzando su cuerpo sin vida en una maldita zanja.
Cada minuto contable que se marca en el reloj del auto, parece resonar con fuerza dentro de mi cavidad auditiva, atormentándome. Marca las 3:20am, por lo que presumo llevo casi media hora fuera de la casa de Ian Ferreira sin saber que mierdas hacer. Por algún extraño y perturbador motivo, no puedo evitar escuchar como los latidos de mi corazón hacen eco hasta mi cabeza y mi figura en general, tiembla deliberadamente como un pollo flaco sin plumas.