Me sobresalté al oír un fragor proveniente de aquel óvalo flotante.
—¡Vete de una vez! —chilló y rápidamente centró su mirada en el sujeto que salía de ella.
Se agrandó unos centímetros y el contrincante saltó hacia las butacas elevando una nube de polvo. Llevaba traje de oficinista y un asentado cabello con sobredosis de fijador que exhibía un brillo plástico.
—El séptimo decimal no es rival para mi —Fue lo primero que dijo acomodando sus lentes rectangulares—. ¿Cuándo aparecerá el primero?
El óvalo se disipó entre cortes blancos como un televisor descompuesto.
—¿¡Qué buscas!?
Se encogió de hombros abriendo sus brazos; como si no pudiera contenerse, largó un chillido agudo que al parecer era su risa.
—Lo mismo que ustedes.
El heroico apretó sus dientes. Sin dudarlo se perfiló como si fuera a batear una pelota, lanzó su brazo y la bola de fuego se desprendió. Un nuevo óvalo oscuro surgió y como si fuera un portal, el fuego desapareció.
—No vendrás a hacer lo que se te antoja —dijo sin darse por vencido. Estiró los brazos y cada extremidad se rodeó en llamas—. ¡No subestimes nuestro mundo!
Las flamas en sus pies lo catapultaron hacia el enemigo, se elevó por encima y lo roció con una voluminosa llamarada, un portal se interpuso impidiendo el contacto, y junto a ello, otro más nació a las espaldas del moreno, al percatarse, fue impactado por su propio fuego y voló contra las butacas.
—Tu mundo apenas está empezando, no tienes idea lo que les depara—dijo el oficinista.
Sin cazar una pizca de la situación, en mi cabeza ya se había decidido quién era el bueno. Los villanos no usan capa.
Bajé del escenario y fui directo brincando las sillas, pero de pronto, un brazo se irguió.
—¡Detente! —ordenó alterado.
El oficinista, parado en el respaldo de la butaca, me incrustó sus ojos por primera vez con las pupilas expandidas.
—Que extraño, no había notado tu presencia —Comenzó a acercarse dando zancadas por los respaldares—. ¿Qué eres?
Escuché maldecir al moreno sacando fuerzas para levantarse. Uno de sus brazos le bailaba como un péndulo, pero con el otro le arrojó una bola de fuego que se fue extinguiendo en el aire.
—Perro faldero —Le gritó en tono de burla—. Sin ella eres basura.
Su siguiente zancada hizo estallar la butaca. Se le transformó el rostro, apretando la mandíbula, una vena palpitaba al borde de su frente, a punto de abandonar el control, tomó aire y le dibujó una sonrisa fingida.
—Exquisita jugada —le sacudió el índice—. Pero dejé de trabajar para ella hace tiempo. Perdió la cabeza con esos estúpidos sueños... Aunque curioso por cierto, susurraba cada noche el nombre de este país. Una agradable coincidencia, ¿no crees?
<<¿Sueños?>>
Hice crujir la madera entre mis dedos y mis labios perdieron la voluntad.
—¿Te refieres a Star?
Giró su rostro y bajó la mirada observándome por arriba de los lentes. El llameante me alertó de nuevo, pero el oficinista desapareció. Volteé en todas direcciones hasta que un portal apareció a pocos centímetros y su rostro surgió de ella.
—Ese es un nombre bastante generoso —respondió. Sacó su torso, una mano áspera acarició mi barbilla y rebosó sus labios con la lengua—. ¿Sabes algo sobre los sueños, niño sin presencia?
El fuego se acercó a una rápida velocidad y el sujeto le envolvió el cuello con el brazo.
—La debilidad de los portaler es que siempre descuidan su espalda.
Las llamas consumían su mentón, emitió un quejido de dolor y su cuerpo empezó a forrarse de una grasienta oscuridad, con esa expresión de agonía apretó mi camiseta. Intentaba meterme en el portal con una aplastante fuerza. La fricción me cortajeaba el cuello.
El séptimo de forma desesperada hincó su mirada en mis manos. El portal crecía como si tuviera vida propia y su fuego se distorsionaba en el espacio.
Empuñé el palo como pude y apunté a su mano, entre las tironeadas, atiné a rasgar la remera y me desplomé contra las butacas.
Vi como se esfumaba la rigidez en el rostro del moreno, enseñando una desahogada curvatura. La esfera lo envolvió; como si fuera el otro lado de la nada, desaparecieron.
Caí rendido en la butaca y la mirada perdida en techo.
Con la respiración perturbada, desalojé el teatro.
¿Qué hubiera sucedido si lograba clavarle la estaca?
Mi mano temblaba de imaginarlo.
La noche era silenciosa. Extraño, pese a lo que había sucedido, no detecté ningún móvil policial dando vueltas por la ciudad.
¿Qué era Dream?
Fuego... Portales...
Los pensamientos eran un nudo y no podía llegar a una idea clara.
Todo el mundo sueña, pero mi cabeza estaba segura que se refería a ella.
—Iré a Dream —revelé a la noche.
El viento agitaba los envoltorios de golosinas sobre la acera.
—Eso suena genial.
Mi corazón dio un vuelco, giré a todas partes. ¿El oficinista? No, no sonaba como él. Pegué mi espalda al tronco del árbol más próximo observando de hito en hito. Había escuchado algo. ¿Acaso me estaba volviendo loco?
Las hojas tomaron la terrible idea de sacudirse. Levanté la cabeza entre tirones hasta toparme unos orificios grises que me observaban.
Despedí un grito espontáneo capaz de despertar a los vecinos de la cuadra.
—Oh, lo siento. No pude evitarlo.
Mis manos quedaron detenidas sobre mi pecho intentando cubrirme.
—Me tendrás que disculpar de nuevo. Si pudieras seguir con tu camino, trabajo de incógnito.
No lo pensé dos veces. Lo dijo, y lo hice. Media vuelta apresurando la marcha.
¿Quién era ese pervertido? ¿Por qué estaba subido en un árbol? Decidí borrar la escena de mi memoria.
Una rama se resquebrajó y detrás mío se oyó un cuerpo caer al suelo. No iba a voltearme, continúe sin importar lo que sucedía.
Editado: 22.02.2024