Entre Sombras

Capitulo 10

—Prométeme que tendrás cuidado.

La niña asiente emocionada y se lanza a los brazos de su madre. —¡Lo prometo por mi vida!

—¿Qué te he dicho sobre las promesas, Charlie? —inquiere con voz autoritaria un hombre entrando a la habitación. Se acerca a la pareja, besa con cariño a su esposa y pone una de sus grandes manos sobre la cabeza dorada de su hija que a su vez hace pucheros.

—Que son importantes. —murmura la niña, finalmente con renuencia.

El padre sonríe, orgulloso. Algún día será una gran cazadora. Su niña cuyo nombre no es Charlie, pero decidió cambiarlo porque este le gusta más. Es una lástima que no le agrade su verdadero nombre, ya que lo escogió él. Su bebita es testaruda y tenaz, igual que su madre. Su pecho se hincha de alegría mientras ve el enredo de brazos y piernas en el que se ha convertido su familia.

Da una palmada en el aire llamando su atención y vocifera: —Bueno, llegaremos tarde, mis bellas damas.

La niña ríe con alegría y suelta a su madre en el suelo para colgarse del brazo de su padre fortachón y jalarlo hacia la salida. —¡Vamos! Adiós, mami.

La mujer sonríe y se pone de pie sacudiendo sus pantalones. Sus ojos azules brillan con emoción contenida, escondiendo su nerviosísimo. Charlie no ha salido muchas veces al mundo real, es pequeña y aun no tiene la suficiente fuerza para enfrentarlo.

Desearía poder ir con ellos.

—Tengan cuidado. Leandra me informó que se han visto nuevos avistamientos por la zona.

—Lo sé. Estaremos prevenidos.

Después de ese intento fallido por tranquilizar a su esposa, se despiden con un beso y parten hacia Micherktan.

—¿Ya habías venido a una, papi? —pregunta Charlie, eufórica, mientras observa como otros niños saltan en un gran saltarín con pelotas.

—Si, mi padre me trajo cuando tenía tu edad. —las vivencias de todos los años que pasaron después de eso ensombrecen sus facciones. Ha sido difícil, pero aun así no cambiaría nada. Todo su camino cubierto por sangre y espinas lo han llevado a este preciso instante, junto a su hija de cabello dorado.

Sus ojos se iluminan en cuando vislumbra la luz estrambótica de un pequeño carrito.

—Ven, esto te va a encantar.

—¿Qué cosa? —interroga la niña mientras echa la vista atrás para observar a los infantes saltando y jugando con las pelotas de plástico. A su corta edad, sabe para qué está hecha. No puede jugar como ellos ni tener amigos. No puede alejarse mucho de su casa ni comer golosinas. Tiene que leer libros aburridos y gruesos.

No es como esos niños, ella hará cosas más importantes. Será un superhéroe combatiendo el mal; como sus padres. Pero, algunas noches, bajo el cielo estrellado y la limitada libertad, se pregunta si no son demasiados sacrificios para un fin que no le apasiona.  

—Cierra los ojos, es una sorpresa.

La niña abre la boca entusiasmada, olvidando su diversión retenida y cierra los ojos estirando las manos con las palmas abiertas hacia su padre.

El hombre sonríe y la guía hacia el carrito. —No hagas trampa.

—No lo hago. —responde casi ofendida.

Se detienen frente a la chica con corte de chico, encargada del carrito y ella los observa con una gran sonrisa. —Hola, hola. ¿Cuántas van a querer?

—Dos, por favor. —pide el cazador disfrazado de persona.

—¡En marcha! —responde la joven, recibiendo la orden. Tantea los diferentes frascos y empaques con agilidad, preparando el pedido.

—¿Ya puedo abrirlos, papi? —pregunta Charlie, moviendo uno de sus pies con impaciencia.

—Todavía no. —dice el padre, mientras recibe los pequeños palitos cubiertos por una servilleta.

Le paga a la chica sonriente quien se despide con un guiño y toma a su hija con la mano libre, hasta llevarla a un pequeño banco desocupado. Los dos se sientan en silencio. El alma más vieja con nostalgia y la más joven con ímpetu; es el ardor que pierdes con el paso de los años, después de aprender el verdadero significado de vivir.

—Está bien. Respira profundo.

La niña hace lo que se le dice y retiene el aire en sus pulmones. Una avalancha de aromas aborda su nariz, confundiéndola. Dulces y amargos, leves e intensos; siente nauseas.

Aún no está preparada, pero lo estará.

—¿Qué hueles?

—No sé. —responde la pequeña frunciendo el ceño. No logra diferenciar el olor del sudor del niño que está pasando junto a ellos ni el de las palomitas recién hechas.

El padre pone su última compra bajo la nariz de la niña. —¿Y ahora?

La pequeña mueve la cabeza captando el aroma que opaca todos los demás. Su sentido se centra en esto, intentando darle forma en su mente. —Huele a… —murmura sin estar muy segura de nada. —Creo que es un olor pegajoso.

El cazador asiente con aprobación. —Abre los ojos.

La niña parpadea una vez acostumbrándose de nuevo a las luces parpadeantes y centra su mirada en los objetos que tiene su padre en las manos.




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