Entre sombras

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Si en Inglaterra se había sentido como anestesiada, durante su estancia en Francia empezó a despertar y el dolor era indescriptible. Cada noche se dormía sobre una almohada empapada mientras trataba de que Millie, plácidamente inconsciente en la cama contigua, no se enterara de nada.

Sabía que los padres de Millie la observaban con disimulo buscando señales de autoabuso, pero Acacia podía fingir con habilidad delante de otras personas. Descubrió que el alcohol atenuaba el dolor y que le resultaba mucho más fácil conciliar el sueño si bebía un poco antes de acostarse.

La familia de Millie, más religiosa que la suya, iba a misa todos los domingos incluso de vacaciones en un país extranjero. Hacía semanas que Acacia había dejado el coro y se había negado a acompañar a Bill y a Lillian a los servicios religiosos, pero sabía que los padres de Millie se lo tomarían como una afrenta y no quería pagar su hospitalidad siendo grosera.

No contaba con que, justo antes de entrar en la iglesia, le iban a asaltar todo tipo de miedos y dudas. Por irracional que pareciera, le aterrorizaba no poder acceder al interior o que alguien la reconociera y señalara como un ser demoniaco. La imagen de un fiero macho cabrío cruzó su mente, provocándole un estremecimiento, y recordó a la misteriosa mujer de cabellos rojos, su madre, y las oscuras artes a las que había recurrido para poner a salvo el fruto de su pecado. Atravesó el pórtico agarrada del brazo de Millie, conteniendo la respiración, casi esperando que un rayo de furia divina la calcinara y, una vez en el fresco interior, apenas se atrevió a relajarse. Había estado en esa iglesia multitud de veces y siempre había admirado sus muros de piedra desnuda y enormes vidrieras.  Nada había cambiado allí excepto ella.

Cuando vio la familiar imagen de Cristo en la cruz, recordó sus palabras, Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?, y las sintió clavarse profundas en su pecho. Se dio cuenta entonces de que era una sensación de terrible abandono la que se había adueñado de ella unas semanas atrás cuando todo aquello sobre lo que había construido su identidad se había desmoronado a su alrededor. 

Perdida, sola y vulnerable, ¿qué podía hacer sino construirse una nueva personalidad más acorde con sus recientes descubrimientos? Sin duda, la hija del diablo debía gozar de un grado de libertad que antes ni siquiera había echado en falta.

Una vez en Italia, rodeada de un ambiente relajado y estudiantes de varias edades y nacionalidades, encontró que fumar hierba también contribuía a adormecer sus emociones desbocadas. Por aquel entonces comenzó a esconder la dolorosa añoranza que sentía por Enstel bajo un desfile de entusiastas compañeros de cama.

Al fin y al cabo, pensó, si estaba condenada al infierno, mejor ir allí con honores.

 

Septiembre marcó el comienzo del último año de la educación obligatoria. El primer día en Burton College, James la miró de hito en hito, tomando nota de su actitud, el inusual maquillaje, sus revueltos cabellos teñidos y la falda de su uniforme, considerablemente más corta que antes del verano.

—¿Qué te parece la nueva Acacia? —le preguntó Robbie con un guiño mientras la sujetaba por las caderas y le daba un beso en los labios—. Fabulosa, ¿eh?

Había contactado con él unos días atrás. Le era fácil obtener alcohol en cualquier parte, pero Robbie era la única persona que conocía que podía proporcionarle otras sustancias.

James los miró en silencio, el dolor y la desilusión impresos con claridad en su rostro. Acacia apenas había respondido a sus correos electrónicos durante las vacaciones, pero este giro era lo que menos se esperaba. La joven se dio cuenta de los sentimientos de James y sintió una punzada de remordimiento, pero se recordó que debía mantenerse en su papel.

Después de la asamblea, fueron a sus grupos de tutoría, donde les entregaron los horarios,  los libros y otros materiales que habrían de emplear ese curso. Todos los profesores sin excepción les dieron una charla sobre lo importante que era trabajar desde el primer día. Les aseguraron que los exámenes oficiales que empezaban en mayo estaban más cerca de lo que todos creían y que debían tener en cuenta que sus resultados determinarían su futuro.

El inicio del curso siempre había sido para Acacia un día feliz de reencuentros tras las vacaciones estivales y de excitación ante los nuevos profesores y asignaturas. Esta vez, sin embargo, miró a su alrededor, a los chicos y chicas que había conocido durante años, y se sintió curiosamente ajena, como si no tuvieran ya nada en común. Incluso su amistad con Millie se había enfriado considerablemente.

Al día siguiente, la señorita White les dio la bienvenida a la clase de literatura con su entusiasmo habitual y paseó la mirada por sus alumnos. Al llegar al lugar que ocupaban Robbie y Acacia, ahora compañeros de pupitre al fondo de la clase, apenas se detuvo un segundo.

—Bueno, chicos —anunció con tono ligero—, lo primero es lo primero y, como todo el mundo sabe, para disfrutar de la literatura y aprender es imprescindible que el uniforme de Burton College luzca impecable.  

Algunos alumnos se ajustaron la corbata, aunque en realidad eran Acacia y Robbie los únicos que presentaban un aspecto desaliñado. 




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