SEGUNDA PARTE
BRUJAS Y ESPÍRITUS
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Acacia se despidió de Ilsa y del resto de los estudiantes y se ajustó la bufanda antes de salir. Acababan de asistir a una charla fascinante donde un famoso arqueólogo que tenía su propio programa de televisión les había demostrado cómo se tallaban los utensilios de sílex. El número de estudiantes de Arqueología y Antropología era muy reducido y se conocían todos entre sí. Ilsa, la entusiasta alumna de tercero que le había sido asignada como madre cuando llegó a Oxford en octubre, la había guiado a través de las instalaciones de Magdalen College, informándola sobre bibliotecas y museos, sociedades, actividades, sesiones individuales con los profesores, charlas y conferencias, clases prácticas y grupos de investigación. Su instrucción se había extendido también a los mejores pubs, tiendas y discotecas.
Febrero había llegado con un tiempo gris y desapacible, cargado de un abundante surtido de nubes borrascosas que habían borrado los últimos vestigios de la nieve del mes anterior, pero a Acacia no le importaba. Adoraba la vida en la universidad más antigua del país, donde se sentía al mismo tiempo en casa y perpetuamente maravillada por la magnificencia arquitectónica que la rodeaba. Miró a su alrededor y respiró hondo, contemplando algunas de las gárgolas de los edificios cercanos, esculturas grotescas que expelían el agua de lluvia por su boca y espantaban a los espíritus demoniacos con su fealdad. Siempre había admirado la extraña combinación de símbolos cristianos y paganos, la mezcla monstruosa de géneros y especies, hombres y mujeres, animales y humanos, indistinguibles e hipnóticos.
Enstel la tomó de la mano y le dio un beso en la mejilla. Él también había disfrutado con la charla y ahora la acompañaba al comedor de Magdalen, donde había quedado con Agnese y Germain. Acacia le sonrió, deslumbrada por su resplandor. Enstel parecía vibrar con fuerza inusitada, su energía más sólida que nunca, quizás alimentada por los antiguos edificios medievales y la ebullición constante de estudiantes.
Magdalen College, uno de los más hermosos que conociera, estaba situado junto al río Cherwell y el parque de ciervos. A Acacia le gustaba pensar que T. E. Lawrence, Oscar Wilde y C. S. Lewis habían caminado antes por esos mismos pasillos. Agnese y Germain, estudiantes de Medicina e Historia Antigua de segundo y tercer año, la esperaban rodeados de paredes cubiertas de paneles de madera oscura, techos artesonados y hermosas vidrieras. Poco después se les unieron Dan y Jenna. Esa noche tocaba sopa de berros, salchichas con cebollas, patatas y guisantes y, de postre, delicioso pastel de cereza.
Después fueron al cine y acabaron bailando en Filth hasta que cerraron a las tres de la mañana.
Al día siguiente fue a una clase sobre la emergencia de las sociedades complejas en Mesopotamia y se encerró en la biblioteca el resto de la tarde. Al contrario que en la enseñanza secundaria, se esperaba que realizara gran parte del trabajo de forma independiente y a Acacia le encantaba tanta libertad. Magdalen contaba con cinco bibliotecas y una de ellas, abierta las veinticuatro horas, estaba en posesión de más de sesenta mil libros y probablemente de la colección de dvd más extensa de la universidad. Ilsa le había asegurado que, ante la eventualidad de no encontrar el libro que buscaba, en la biblioteca estarían encantados de comprarlo.
Fue a nadar un rato, cenó con Dan y Jenna en el bar de Magdalen y Enstel no tardó en aparecer en el ensayo semanal del coro. La besó en la sien y se situó, radiante, al fondo de la sala. La Sociedad Musical estaba preparando el concierto de fin de trimestre con el Réquiem Alemán de Brahms y Enstel solía asistir a todos los ensayos. La vibración de la música le proporcionaba un placer inmenso y contribuía a fortalecer sus niveles de energía. Si en Burton Acacia había sido la estrella, aquí la competencia era mucho mayor, pero sabía que el director apreciaba su talento y disfrutaba mucho con el reto que suponían las obras que preparaban.
Por la noche había quedado con Germain para practicar francés pero, como cada vez que se veían en su habitación, acabaron en la cama en menos de diez minutos. A Enstel no le gustaba Germain y solía permanecer alejado cuando estaban juntos. A Acacia le divertía que tuviera preferencias entre sus amantes, siendo la dulce Agnese su favorita actual.
Sentada en el escritorio de su habitación, Acacia leyó un breve correo electrónico de James dándole las gracias por el regalo y la tarjeta de cumpleaños que le había enviado y sintió la ya familiar sensación agridulce de los últimos tiempos. Siempre se alegraba de recibir noticias suyas, aunque el distanciamiento entre ellos era cada vez más evidente. A pesar de que ambos se esforzaban por mantener el contacto a través de correos y Facebook, estaba claro que se habían visto absorbidos por sus nuevas vidas y la comunicación entre ellos era cada vez más esporádica.
Volviendo la vista atrás, le resultaba difícil pensar que tuvo una existencia anterior a Oxford. Había regresado a Devon en varias ocasiones y disfrutado de la compañía de su familia y la vida en la granja. Sus padres y Andy también la habían visitado, pero no podía evitar sentirse curiosamente alejada de la antigua Acacia. Aunque había visto a Millie en Tavistock durante las vacaciones de Navidad y habían pasado horas parloteando sobre sus antiguos compañeros y sus nuevas vidas, sobre la gente que habían conocido y lo que habían estado haciendo, los días de Burton College se le antojaban un sueño lejano que se iba desvaneciendo en la bruma. Ahora era tan distinta, libre y feliz de un modo que jamás había experimentado antes. Incluso las pesadillas desasosegantes parecían haberse esfumado.