23
Eric llamó con suavidad a la puerta. Al no recibir respuesta, giró el pomo y empujó con cuidado. La habitación estaba delicadamente iluminada con el resplandor dorado de Enstel, sentado en una butaca entre la cama y la ventana. Acacia estaba profundamente dormida.
Eric se quedó mirándolos, inmóvil y sin saber qué hacer. Entonces Enstel le sonrió, se levantó grácil como un bailarín y se inclinó sobre la joven al tiempo que comenzaba a desvanecerse.
—¿Qué ocurre, mi amor? —musitó Acacia todavía medio dormida.
Se sentó en la cama con lentitud, los ojos entrecerrados, y sonrió al notar la caricia de Enstel en su mejilla. Eric los contempló mientras el espíritu la besaba con ternura en la frente antes de desaparecer por completo.
Acacia miró a su alrededor y descubrió con cierta alarma una figura inmóvil, pero enseguida recordó que Enstel no la hubiera dejado en peligro. Estiró una mano en busca del interruptor de la lámpara de noche.
Cuando sus ojos se acostumbraron a la luz, vio a Eric en pie cerca de la puerta y le lanzó una mirada hosca.
—¿Qué pasa ahora? —masculló.
—Vengo a disculparme.
—¿A las dos de la mañana?
—Por favor, permíteme que te explique.
Aunque todavía resentida, Acacia se descubrió haciéndole un gesto en dirección a la cama.
—Gracias —dijo Eric con humildad mientras se sentaba a un lado, sin mirarla directamente ni decidirse a hablar.
—¿Y bien?
—No tienes idea del tormento que me ha supuesto llegar hasta aquí —dijo el joven pronunciando las palabras con cuidado—, luchando contra una atracción que creía que me iba a volver loco.
Eric se detuvo y tomó aire.
—Creo que será mejor que empiece por el principio.
—Buena idea —respondió Acacia con sequedad, todavía no muy convencida de sus intenciones.
—La primera vez que te escuché cantar, en Jericho Tavern —comenzó Eric—, me ocurrió algo de lo más peculiar. Cada molécula de mi ser se puso alerta y el corazón pareció abandonarme el pecho para volar hacia ti. No sabía quién eras, pero no hubo nada que pudiera hacer por detenerlo. Me sentí trasportado hacia el escenario como si mis piernas tuvieran vida propia y al verte comprendí sin duda alguna que había encontrado una parte de mí mismo que ni siquiera sospechaba que me faltaba.
Eric hizo una breve pausa, mirándose las manos que mantenía en el regazo.
—Entonces percibí a Enstel y eso lo complicó todo. Indagué con discreción y hablé con mi madre. ¿Cómo era posible que alguien tan joven tuviera la capacidad de controlar a semejante espíritu? Durante unas semanas horrorosas pensé que podrías estar en el otro lado. Cuando ya no pude esperar más, me decidí a presentarme y salir de dudas. Con lo que me contaste, mi madre pudo confirmar que eras la hija de Tegen y Kenan y me sentí morir.
—No entiendo...
—Hace tiempo que empecé a sospechar que mi verdadero padre no fue Ennor, sino Kenan. Aunque no llegué a conocer a mi padre y Kenan murió cuando yo tenía tres años, crecí rodeado de fotos e historias de ellos tres pasando juntos cada verano y luego estudiando en Oxford. Sabía que su relación fue compleja y que mi madre los adoraba a los dos. Aunque finalmente eligió a Ennor, algo me hizo pensar que mantuvo relaciones con ambos hasta justo antes de decidirse. Yo nací seis meses después de la boda.
Acacia pensó en las implicaciones de lo que Eric le acababa de contar.
—Pero no estás seguro, ¿verdad?
Eric movió negativamente la cabeza.
—Miraba las fotos de Ennor y no veía nada de él en mí. Me hubiera gustado preguntarle abiertamente a mi madre, pero no quería hacerle sufrir más removiendo el pasado. Para ella fue extremadamente doloroso perder a su marido justo antes de dar a luz y ver a su propio padre consumirse en una larga enfermedad. La muerte de Kenan y la desaparición de tu madre fue la gota que colmó el vaso y la sumió en una depresión de la que tardó años en recuperarse.
Permanecieron un momento en silencio.
—Lo entiendes, ¿verdad?, la tortura de pensar que me podía haber enamorado perdidamente de mi medio hermana. Me horrorizaba y avergonzaba tanto que pudieras percibir mi deseo. A veces apenas lograba reprimirme.
—¿Por eso has estado manteniendo las distancias con tanto denuedo?
Eric asintió en silencio.
—Lo siento tanto…
Acacia se acercó a él y le tomó la mano. Esta vez, Eric no rehuyó el contacto.
—Esta noche he decidido que ya era hora de aclararlo con mi madre de una vez por todas. Después de cenar le he confesado mis dudas y, ¿te lo puedes creer?, tras meses de angustia, se ha echado a reír con tanta fuerza que no sé cómo no te ha despertado. Para que luego hablen de la sensibilidad de las madres.