Rubias, vampiros y celos (no necesariamente en ese orden)
Mía
Hay una regla no escrita en este mundo sobrenatural que dice:
si una rubia de piernas largas aparece en una biblioteca misteriosa, vas a tener problemas.
Y yo los tuve. Se llamaban Amber.
Todo comenzó con un paseo casual con Enzo. Bueno, casual si ignoras el hecho de que yo me arreglé el cabello durante veinte minutos y me cambié de ropa tres veces. Pero no se lo digan a nadie.
—¿Te gusta leer? —preguntó él, mientras entrábamos a esa biblioteca gótica tan elegante que parecía sacada de una película donde al final todo el mundo termina muerto.
—Depende —respondí, fingiendo indiferencia mientras luchaba por no tropezarme con la alfombra antigua que costaba más que mi educación universitaria.
—¿Depende de qué?
—De si hay rubias cerca.
Y ahí apareció. Como si el universo se burlara de mí.
Amber.
Rubia. Alta. Con un vestido ajustado que no era precisamente apto para lectura. Caminaba como si flotara. Y cuando vio a Enzo, se mordió el labio inferior como si estuviera a punto de comerse un pastel de chocolate.
Spoiler: el pastel era mi casi-novio-vampiro.
—¡Enzo! —exclamó ella, con voz de anuncio de perfume caro—. Qué gusto verte. Pensé que ya no pasabas por aquí…
—Amber —dijo él, con una sonrisa incómoda—. No sabía que seguías en el territorio.
Ajá. Ya nos estamos enterando de cositas.
—Decidí quedarme un poco más. Por... recuerdos. —Lo miró como si los “recuerdos” incluyeran noches largas y ropa tirada en el suelo.
Yo carraspeé. Fuerte. Como quien quiere tragarse una biblioteca entera.
—Hola, soy Mía —dije, estirando la mano con una sonrisa tan falsa que hasta los libros se incomodaron.
Amber me miró como si yo fuera una mascota exótica que acababa de aprender a hablar.
—Oh… encantadora —respondió, sin tocar mi mano.
Toc-toc, ¿alguien pidió una enemiga natural?
Selene apareció detrás de nosotros, con Theo colgado del brazo. Estaba seria, como siempre que presiente que algo está a punto de explotar. Y claro, la bomba era yo.
Me crucé de brazos. Enzo, que al parecer había detectado mi aura de “estoy a punto de convertirme en licántropa por puro coraje”, se acercó a mí.
—Amber y yo solo fuimos amigos... complicados. —Susurró.
—¿Complicados tipo “ex” o tipo “nos vimos sin ropa y nunca lo hablamos”?
Enzo se rió por lo bajo.
—¿Podemos hablar de esto sin el ojo láser de Selene?
—No. Me gusta que vea. Me da respaldo emocional —dije con una sonrisa. Selene solo levantó una ceja. Amber la ignoró.
—¿Aún lees “Cumbres Borrascosas”? —preguntó ella, volviendo a mirar a Enzo como si yo no existiera.
—Ahora estoy leyendo otra historia —dijo él, mirando directo a mí—. Una que no termina en tragedia.
Bum.
La rubia parpadeó. Yo parpadeé. Selene literalmente sonrió.
Y Amber, como buena vampira herida en su ego, hizo una reverencia suave, murmuró un “nos veremos” y se esfumó entre los pasillos como si fuera un perfume caro con rencor.
—¿Eso fue una declaración? —pregunté después, mientras caminábamos por la sección de poesía.
—Tal vez. —Enzo tomó un libro y me lo ofreció—. Romance bajo la luna nueva. Te pega.
—¿Por lo intensa o por lo dramática?
—Por lo impredecible. Y porque siempre brillas cuando estás a punto de explotar.
—¿Y eso te gusta?
—Mucho.
Lo miré. Enzo, el vampiro tímido, conservador, con sonrisa de tormenta suave y corazón más cálido de lo que se permite en su especie.
Y entonces lo besé. En medio de la biblioteca, rodeados de libros y secretos y el eco del taconeo de Amber alejándose.
A lo lejos, Selene aplaudió. Literalmente.
—¡Por fin! —exclamó—. Ya estaba harta de verlos jugar al “sí pero no”.
Y Theo gritó desde sus brazos:
—¡Se besaron! ¡Ahora se tienen que casar!
Yo me reí. Enzo se sonrojó (lo cual, para un vampiro, es un logro de otro nivel).
Y Amber… bueno, que se compre otro libro. Este ya tiene protagonistas.
Sueños rojos
Selene
Esa noche volví a soñar con Taylor.
Estábamos en el bosque, bajo una lluvia lenta que no mojaba, pero dolía. Él me miraba como si todo hubiera quedado atrapado entre nosotros. Lo que no dijimos. Lo que no fuimos. Lo que aún me dolía aceptar.
—No puedo quedarme —susurró.
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Editado: 27.05.2025