Entre tu Corazón y el Mío Libro 2

Capítulo 8. 36 horas

17 de diciembre de 1999

Pasamos tres horas en una fila de más de mil personas para comprar el nuevo Mario Party. Martín conecta la consola mientras que yo saco el casete de la caja. Somos como dos niños pequeños en una mañana de navidad. La navidad se nos adelantó por una semana.

Introduzco el casete, tomamos nuestros respectivos controles y nos lanzamos a las colchonetas que pusimos en el suelo. Previamente trajimos provisiones por si nos da hambre o sed, son seis tableros y los vamos a jugar todos esta misma noche.    

─¡Quiero a Mario! ─rápidamente mueve la palanca y selecciona al personaje.

Toad es mi personaje favorito, se me parte el corazón que no lo hayan puesto para jugar con él. No me queda de otra más que escoger a la princesa Peach.

La partida comienza bien para mí, Martín ya se enojó porque le toco ir hasta al final y a mí como primero. Es probable que a la mitad de la partida empecemos a pelear, solemos ser muy competitivos.

─¡Martín! ─grita el señor Vallant─. ¡Teléfono!

Sin dejar de jugar se levanta del suelo y toma el teléfono.

─¿Diga?... No, estoy con Alonso, conseguimos el nuevo Mario Party. ─Como loco aprieta uno de los botones. Resopla cuando en la pantalla aparece que yo soy el ganador del mini juego─. ¿Qué? ¿Hablas enserio?... No sé… Es que yo… Bueno, está bien. Llegamos en veinte minutos.

Deja el teléfono en su sitio y pausa el juego.

─Era mi primo Mauro, mis tíos salieron de la cuidad e hizo una fiesta con todos sus compañeros de la universidad. Quiere que vayamos ─pone los ojos en blanco.

─Andamos en pijama y la verdad no me apetece ir.

─Ni a mí, pero ya sabes como es. Dijo que si no íbamos venia por nosotros.

Mauro nunca me ha caído bien. Habla enserio cuando dice que viene por nosotros, anteriormente lo ha hecho, su truco es molestar hasta que nos subamos al coche. Hace buenas fiestas, pero como soy un aguafiestas no las disfruto.

─Te propongo algo, vamos y nos quedamos diez minutos para hacer acto de presencia. Cuando se distraiga nos escapamos.

─Ya que ─me levanto y dejo el control a un lado de la consola.

─Hay que irnos así en pijama, a esta hora la mayoría ya debe de estar ebria y ni siquiera se darán cuanta.

De mi mochila saco una sudadera y me la pongo encima de mi camiseta de Spider Man. Lo que me da un poco de pena es mi pans, es azul con dibujos de telarañas y ni hablar de mis mocasines como pantuflas. 

─Solo diez minutos ─le advierto.

Vamos a tardar más en ir y regresar que el tiempo que nos quedaremos.

Con mucho silencio bajamos las escaleras, los padres de Martín se quedaron dormidos viendo la televisión. Martín toma las llaves y las guarda junto a su cartera en la bolsa de su pijama. Tomo la manija y la giro lentamente hasta que la puerta se abre. Martín apaga la televisión y sale detrás de mí.

El taxista que nos trajo aparte de ser grosero, nos cobró el doble por ser media noche. De haber sabido nos hubiéramos venido caminando y así hacíamos ejercicio.

La casa de los tíos de Martín está a reventar. La música se escucha en toda la cuadra. Ya me arrepentí de haber venido, sé que Martín igual. Subimos escalón por escalón hasta llegar a la puerta principal. Unas chicas no nos quitan la mirada de encima, se ve que son mayores que nosotros.

─Ni las mires ─murmura en mi oído─. Ya estamos apartados.

Ignoro a las chicas y sigo a Martín. El interior de la casa apesta a cerveza y a whisky barato. Por mi abuelo sé cómo huele un buen whisky. Caminamos entre la multitud, por ningún lado vemos a Mauro. Si no lo encontramos me voy a enojar mucho más de lo que ya estoy.

─¡Primos! ─grita Mauro desde la planta de arriba. De dos en dos baja los escalones hasta que llega con nosotros─. Sabía que no me iban a defraudar ─nos da un golpe en el brazo y le da un trago a su cerveza.

─Querías que viniéramos y aquí estamos. Fue un gusto verte, pasamos a retirarnos ─nos damos la vuelta, pero nos pesca del brazo con todo y su cerveza.

─Irse no, quedarse. No sean tan abuelos, pónganle un poco de diversión a su vida. ─De nuevo me golpea. Vuelve a hacer eso y se la regresare al doble─. Quédense aquí, iré a buscarles algo de beber.

En cuanto se dio la vuelta nos echamos a correr. Al llegar a la puerta las chicas que vimos a la entrada se ponen en fila, impidiendo nuestro paso. Es lo único que nos faltaba.

─¿Cómo se llaman, pequeñitos? ─pregunta la rubia con unos tacones de plataforma de quince centímetros. A lado de la chica soy nada.

─Él es Martín ─me apunta─. Y yo soy Alonso.

Debe de ser una maldita broma. Con la mirada me pide que no diga nada, no planeaba hacerlo.

─Vengan, tómense una cerveza con nosotras.

─No, gracias, quizás para la próxima. Tenemos que irnos, nos toca madrugar.

Intentamos pasar por un lado, las chicas se mueven y nos prohíben cualquier hueco que nos permita salir. Me estoy desesperando, ya quiero irme de aquí.




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