Entre tu Corazón y el Mío Libro 2

Capítulo 10. Malto

12 de febrero de 2000

No puedo hacerlo, no puedo salir y pretender que estoy bien. No puedo salir a jugar. No puedo quitarme el enorme dolor que me estruja el corazón. La abuela ya no está, se fue y se llevó consigo todas mis ganas de seguir mi vida. Quisiera estar con ella.

El oxígeno no me llega a los pulmones, me duele el pecho, mis manos sudan y las lágrimas no me paran de salir. No puedo respirar, es mucha presión la que siento y estoy harto, harto del dolor.

Ayer en la noche llame al chef Alex y rechace su oferta de trabajo, no quiero saber nada que tenga que ver con la cocina, al menos durante unos meses. No quería venir a la convocatoria, hasta que Martín me dio ánimos y me hizo recordar que esta es la última oportunidad que tengo. Ya perdí demasiado y no puedo echar a perder esto. Martín renuncio a la universidad para hacer esto conmigo, tengo que hacerlo por él.

Tengo que ser fuerte, tranquilizarme y dar todo de mí.

─Puedo hacerlo, puedo hacerlo ─apoyo los brazos en la pared y cierro los ojos─. Soy fuerte, puedo hacerlo… soy fuerte. Eres fuerte, Alonso.

Me llevo las manos al pecho, me deslizo por la pared hasta caer el suelo. Inhalo y exhalo, poco a poco me voy tranquilizando. Por un momento pensé que iba a dejar de respirar e iba a morir.

De la bolsa del short saco la fotografía que meses atrás Rosie me obsequio. Es la fotografía que le tome en ese lugar que ella me llevo. La miro y le voy la vuelta para leer lo escrito en la parte de atrás.

Me enamoraste por tu manera de jugar, porque siempre hueles a especies o a pastel. Tú mal humor es lo mejor y tú sonrisa también.

Rosie.

─¡Alonso! ¿Qué haces en el piso? ¿Estas bien? ¿Qué paso? ─inquiere Martín. Limpio mis lágrimas para poder mirarlo─. Uno de los encargados y tu papá te están buscando por todo el lugar, ya casi llega tu turno.

─Estoy bien, solo son los nervios ─me levanto del suelo. Subo mi pie derecho a uno de los bancos y abrocho con fuerza las agujetas del tenis, hago lo mismo con el otro pie─. Vamos.

─Hermano, sabes que puedes hablar conmigo de lo que sea y cuando sea.

─Lo sé y lo agradezco mucho.

Palmeo su hombro, con la cabeza le indico que salgamos.

Sigo a Martín por el laberinto de pasillos, salimos al enorme campo de entrenamiento. Hay más personas de lo que imaginaba, yo creo que más de ochocientas. Me acerco a la fila y me formo detrás de un enorme chico, él es el número 547 y yo soy el 548. Soy un enano alado de todos los de mi fila. El chico de mi lado izquierdo intenta intimidarme, se para de puntitas para lucir más alto y estira sus brazos “musculosos”.

Si cree que con eso me va a intimidar, se equivoca. Vera lo que es intimidar cuando nos den un balón.

Llega mi turno y hago todo lo que me piden. De ahí me llevan a otra parte del campo, a los demás chicos les dieron las gracias y les pidieron que se retiraran. El chico musculoso me lanza una mirada asesina, me encojo de hombros y le saco la lengua.

Me ponen otras pruebas, las cuales hago con facilidad. Ahora me llevan a una pequeña cancha, donde me piden esperar hasta que lleguen más chicos. Veinte minutos después me ponen a jugar con diez chicos. Meto a la portería balón tras balón, con cada anotación siento que me quito un peso de los hombros. Con cada pase y movimiento siento que me libero. Con cada respiración agitada saco todo lo que traigo por dentro.

Escucho dos silbatazos, antes de detenerme logro anotar otro gol. Siento la mirada de todos, en especial la del entrenador de Malto, su mirada me confunde, si no es de enojo es de… la verdad no tengo idea a que se deba esa mirada.

Estaba tan concentrado que no me di cuenta que los porteros son los de Malto. Qué bueno que no lo note antes, me hubiera puesto nervioso y no hubiera jugado como lo hice.

─El número quinientos cuarenta y ocho se queda ─indica el entrenador─. Los demás pueden irse, lo hicieron bien. Gracias por venir, no dejen de jugar.

Ay, no. Yo tengo ese número. Dios mío, ¿para qué quiere que me quede? ¿Eso significa que…? Mejor no me pongo a imaginar cosas porque después me voy a ilusionar y al final voy a terminar decepcionado. Mejor me espero a que ellos me digan lo que tengan que decir.

─Hijo, ¿cuál tu nombre?

No puedo creerlo, tengo enfrente de mí a Daniel Leyva y quiere saber mi nombre. Para mi es uno de los mejores directores técnicos. En la televisión se ve muy diferente, no pensé que fuera tan alto. Se ve que invierte mucho tiempo en arreglar su cabello.

─Alonso Miller.

─Y dime Alonso, ¿desde qué edad comenzaste a jugar? ¿Actualmente estas en un equipo?

Aclaro la garganta antes de hablar, con disimulo seco las palmas de mis manos con mi short.

─Desde que tengo memoria he sido fanático del fútbol, cuando tenía tres años ya pateaba balones. He jugado durante toda mi vida escolar, por lo que no he estado en algún equipo aparte de los de la escuela. Todo lo que sé es gracias a mi papá, él ha sido como mi entrenador. También gran parte de mi aprendizaje se debe al entrenador de mi preparatoria.




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