10 de marzo de 2000
Ahora recuerdo que el año pasado me hice la promesa de no volver a beber una sola gota de alcohol, lo recuerdo ahora que perdí la cuenta de cuantos tragos me he bebido. Me da igual mi padre y su estúpido alcolimetro, el aparato va a explotar cuando le sople mi aliento. Me da igual que mañana tengo entrenamiento a las nueve de la mañana y voy a ir con una reseca infernal. Me da igual que Rosie se haya ido, no la necesito… ¡No! ¿A quién engaño? La extraño mucho, extraño todo de ella. Sus labios, daría lo que fuera por besarlos con estos labios llenos de cerveza o lo que sea que estoy bebiendo.
─¿Puede traerme otro? Esta cosa ya se terminó ─volteo el vaso vacío, en la barra cae una gota del líquido. El chico la limpia y se lleva el vaso.
Recargo mi cabeza en mi brazo. Disfruto la música del lugar, no es lo demasiado triste para mí. Necesito algo más triste, tal vez así me sienta mejor. Para combatir el dolor nada mejor que música deprimente.
¿Y si les pido que pongan Don’t Cry?
─¡Aquí estas!
─Hola, querido amigo.
─¿Hola, querido amigo? Me tienes como idiota buscándote por toda la ciudad ─espeta Martín. Su cara es graciosa, sus cejas están a nada de juntarse─. Solo porque soy tu amigo no te golpeo, aunque te lo mereces. Tienes a tus padres preocupadísimos. Tu papá me dijo que si no sabe nada de ti en media hora, va a mandar a todos los policías de la estación a buscarte. ¡Tengo que llamarlo!
─Como sea ─digo sin importancia.
─Aquí tienes ─dice el chico, deja el vaso en la barra y se retira.
Le doy un corto trago, Martín me mira con mala cara. Si quiere un trago que él lo pague, no estoy de humor para invitarlo.
─Quédate aquí ─ordena y se va al teléfono público de la pared.
Que me quede aquí, ni siquiera pensaba moverme, bueno, solo para tomar el vaso y dejarlo de nuevo en la barra.
Me termino el trago y llamo de nuevo al chico, en esta ocasión se tarda menos en llenarlo. En menos de dos minutos Martín aparece a mi lado, había olvidado que estaba aquí. ¿Qué lo traería para acá? A lo mejor vino a escuchar música triste.
─Espero que disfrutes ese trago, porque es el último. Nos vamos a casa ─me echo a reír─. ¿De qué te ríes? Estoy enojado contigo, tus padres también lo están. Tu papá esta lo que le sigue de furioso. Hay que irnos antes de que otra vez termines en la cárcel.
─¿Irnos? Yo no quiero irme, aquí estoy feliz como una lombriz.
─Mañana tenemos entrenamiento y pasado mañana tenemos partido. Creo que ya olvidaste que nos convocaron como suplentes.
─Exacto, como suplentes. No vamos a jugar a menos que alguien se lesione o juegue mal y Daniel decida sacarlo, cosa que no va a pasar, todos nuestros compañeros son magníficas estrellas de fútbol.
Que digo magnificas estrellas de fútbol, son unas máquinas invencibles. A esos muchachos nadie los vence.
─Vamos a casa, le prometí a tu padre que estaríamos en tu casa en menos de veinte minutos ─toma mi brazo, muevo el brazo con brusquedad, logro liberarme de su agarre.
─Hombre, no moleste ─espeto, me quiere llevar a mi casa y no lo voy a permitir.
─Vaya, sí que se te ha pegado el acento colombiano de Max.
─¿Te gusta la pizza con piña? A mí me gusta.
─¿Por qué estás aquí? Te desconozco, no eres así.
Ignoro mi pregunta, ahora me quedare con la duda de si le gusta la pizza con piña.
─Yo, Alonso Miller, jugador de Malto con el número veinte, salí de mi acogedor hogar a caminar. Camine, camine, camine y volví a caminar ─me pongo a recordar, al no recordar nada agrego─: Mis recuerdos son vagos, por lo que no recuerdo como llegue aquí. Ni siquiera sé cómo se llama este lindo lugar, ¿tú sabes cómo?
─Sé porque estás aquí.
─¿De verdad? ¿Ahora eres adivino? Pensé que eras futbolista.
No lo entiendo, ¿acaso Martín puede adivinar el futuro? He sido su mejor amigo los últimos quince años, ¿por qué nunca me lo dijo? Me duele que me haya ocultado semejante secreto. Yo no tengo secretos, el único que tengo es que por accidente rompí su control del Nintendo 64 y le eche la culpa a su primo de seis años. No es tan grave.
─No, no soy adivino. Pero es fácil adivinar. Hoy se cumple un mes de que Rosie rompió contigo y de que tu abuela… falleció.
Eso último me dolió.
─Guau, ¿qué comes que adivinas? ─tomo el vaso, dándole un largo trago.
─Alonso, sabes que puedes hablar conmigo. Tú mismo lo has dicho, el alcohol no soluciona nada. Quiero ayudarte. Si necesitas a alguien para hablar, aquí tienes a alguien que te escuchara. Si quieres llorar, aquí tienes un hombro para desahogarte. Solo deja de beber, a tu abuela y a Rosie no les gustaría verte así.
No pienses en Rosie. Olvida que la abuela se fue y que nunca va a regresar.
No llores, Alonso. ¡Maldita sea, no llores! Se fuerte, eres fuerte.
─No digas nada. No sabes nada, no sabes cómo me siento. ¡No digas su nombre! ─golpeo la barra y me pongo de pie─. No tienes idea de nada. Las dos se fueron y no pude despedirme de ninguna. Se fueron dos de las personas más importantes que tenía y no sé cómo superarlo. ¿Cuándo se supera la muerte de un ser querido? ¿Cuándo deja de doler un corazón roto? ¿Cuándo se olvida el primer amor? Ya paso un mes y parece que cada día aumenta el dolor y la tristeza.