20 de agosto de 2011
La pequeña Luz duerme en su cuna, hace tres días cumplió su primer año. Ana está sentada en el suelo, abraza sus piernas mientras escucha los gritos de sus padres, los señores llevan más de una hora discutiendo.
Hace tres meses el señor Evans compro un edificio en Valle de los Soñadores, eso queda a 573 km de la casa. Él creo el maravilloso plan de ir los viernes para pasar el sábado y la mitad del domingo con sus hijas y su esposa. En este mes esa rutina y su matrimonio se han vuelto un caos.
Vi este día en la nube, hoy es el día donde una familia se separa.
─¡Aún no hemos terminado de hablar! ─grita la señora Sarah.
─¡Yo ya termine! ─le contesta su esposo.
El señor Fernando sube corriendo las escaleras, su esposa va detrás de él. Va a la habitación de huéspedes, toma todas las maletas que encuentra en el closet, las lleva a su habitación y las avienta sobre la cama.
Sigilosamente Ana va y se asoma a la habitación de sus padres, ve como su papá con enojo abre todos los cajones de su ropero, toma su ropa y la va metiendo a las maletas.
─Fernando, tu sales por esa puerta… y no vuelves a entrar a esta casa, mucho menos a ver a tus hijas.
Al escuchar esas palabras el papá se queda helado, eso fue un golpe bajo. No le importa porque toma otro puño de ropa y la mete a la segunda maleta.
─¡Tú no puedes hacerme eso! ¡Son mis hijas y yo vendré a verlas cuando tenga oportunidad!
─No, si de verdad nos quisieras no nos estarías haciendo esto.
─Si lo hago es justamente por ellas. Esa empresa es lo que permite que nuestras hijas tengan que comer y puedan tener un techo en donde vivir. Esa empresa mi padre me la dejo como legado familiar y no pienso fallarle. Poco a poco estamos recuperando lo perdido, no pienso abandonar mi compañía.
─La compañía no, ¿pero tú familia si?
Se quedan en silencio, Ana y su mamá se quedan viendo como el señor Evans sigue guardando toda su ropa y su calzado. Al terminar cierra las ocho maletas y en dos en dos las va bajando hacia la entrada. La señora Sarah detiene a su esposo antes de que baje con las últimas dos.
─Fernando… ─lo mira con los ojos llenos de lágrimas─ hablo enserio, ¿tus hijas o tu empresa?
Deja las maletas en el suelo, se acerca a abrazar a su esposa y a depositar un beso en sus labios al igual que en su frente, limpia las lágrimas que le recorren por sus mejillas.
─Te amo, siempre serás el amor de mi vida y siempre estaré agradecido por haberme dado dos niñas muy preciosas. Pero… ─vuelve a tomar las maletas─ lo siento.
Sale de la habitación sin mirarla una última vez. Ana ve como su madre se sienta en el borde de la cama y un llanto de dolor sale de su pecho. Baja las escaleras hasta llegar con su padre, este al verla se limpia las lágrimas y le sonríe.
─¿Qué pasa, mi princesa Ana? ─se pone de cuquillas y la abraza.
─¿A dónde vas? ─se separa y la mira a los ojos.
─Surgió algo y tengo que irme.
─¿Por qué lloras? ─con su pequeña mano le limpia a su padre una lágrima que no pudo contener.
Yo tampoco puedo contener las lágrimas. Quiero bajar y darle unas cachetadas al señor Evans para que reaccione. No puedo creerme el hecho de que este escogiendo a su empresa en vez de a sus hijas. ¿Cómo no piensa otra solución para este problema?
Lo que más me duele es que Ana sabe que su papá se ira, ella quiere que él se lo diga con sus palabras.
─Lloro porque estoy muy feliz por tener a una hija como tú. Eres maravillosa y sé que de grande brillaras mucho como una linda estrella ─acaricia su mejilla.
─¿Vas a regresar?
─Algún día lo hare, no puedo decirte que día, pero lo hare ─pasa su mano por el cabello despeinado de su hija─. Por el momento no me esperes por las noches, los cuentos tendrán que descansar por un tiempo. Por favor cuida a tú hermana y obedece a tu madre.
─Te quiero mucho, papá.
─Yo te amo, mi princesa Ana.
“Perdóname, hija. No tienes una idea de cuánto me duele dejarlas, pero no tengo otra opción. Hacer esto es lo peor que he hecho en mi vida y nunca voy a poder perdonarme” dice el señor Evans
Con el dolor de su alma se separa de su hija, toma las maletas, sale de la casa y las mete a la cajuela. Con los ojos cargados de lágrimas alza la mano y se despide.
Ana se queda viendo como su padre sube a la camioneta para luego desaparecer.
“Va a regresar, tiene que hacerlo. Papá no nos abandonaría, él no nos haría eso. Cambiará de opinión, en unos diez minutos estará estacionando la camioneta y veremos películas mientras comemos pizza”
Estoy sin palabras. Si pudiera hacer algo en este momento bajaría y haría entrar en razón al señor Evans. No me cabe en la cabeza como alguien puede cambiar a su familia por una empresa. Lo entiendo, esa empresa es un sustento económico, pero la familia es lo más importante en el mundo. Acaba de abandonar a su compañera de vida y a sus dos hijas. La pequeña Luz apenas cumplió un año, crecerá sin conocer a su padre.