Entre tu Corazón y el Mío Libro 2

Capítulo 38. Oscura visita

23 de noviembre de 2020

Ana baja de la camioneta y cierra la puerta de un portazo. Se mete corriendo a la casa, pero el señor Evans logra tomarla del brazo. Durante todo el camino fue un griterío, Raúl hasta se puso audífonos y subió la música al volumen máximo. Por mi parte me adelante a la casa para no escucharlos.

Se armó la revolución entre ellos dos, Ana se quebró y del señor Evans ni se diga, ese viene sacando humo por las orejas. El peor error que cometió fue haberse traído a Ana a la fuerza. El abuelo casi se agarra a golpes con él, solo que Ana logro separarlos.

─¡No me des la espalda cuando te estoy hablando! Cuando quieras un permiso para salir con tus amigos o con tu novio a ver si no te molesta que yo te dé la espalda, aunque eso no va a hacer posible ya que ¡Estas castiga!

─¡Solo porque hayas regresado después de ocho años no tienes ningún derecho de castigarme y a hacer cosas que no quiero!

Me llevo una mano a la boca. Esto va a terminar peor de lo que pensé. Los dos son unas bombas que ellos mismos encendieron.

─Si lo tengo, ¡porqué quieras o no soy tu padre y tienes que obedecer mis reglas!

─¡Esto es injusto, papá! ¡Ya no soporto nada de esto! ¡Estoy harta! ─se pasa las manos por el cabello en un intento de controlarse─. ¿Por qué no dejaste que me quedara con el abuelo?

─Desde el principio tu abuelo no debió de haberte llevado a su casa. ¡Este es tu hogar y aquí es donde deberías de estar!

─Papá, esto dejo de ser un hogar desde hace mucho tiempo. ¿Acaso no lo ves? ¿No ves que ni Luz ni yo queremos estar aquí? Y es que… ¿qué caso tiene vivir en esta casa si ustedes no están?

─Lo lamento mucho, pero así son las cosas y no tienen otra opción. Tú y tu hermana se quedaran aquí ¡Porque yo lo digo! Y si no te parece, ese es tu problema.

Ana se limpia las lágrimas y cierra las palmas para agarrar más fuerzas. Ella ya aguanto lo suficiente y esta vez no piensa que su padre la siga lastimando. Ella va a continuar hasta el final o hasta que su padre se quede sin palabras.

─¿A sí? ¿Pues sabes que, papá? ¡Me voy! ─le dice con seguridad y mirándolo a los ojos─. ¡Me voy de la casa! Soy mayor de edad y soy capaz de tomar mis propias decisiones. Al igual de que tengo la capacidad de cuidar a Luz, me la llevare conmigo.

Lo deja con las palabras en la boca y sube corriendo las escaleras. Va al closet del cuarto de huéspedes y toma la primera maleta que ve. Ver esto me hace tener un Déjà Vu.

─Ana, ven acá. ¡No hemos terminado de hablar!

El señor Evans va detrás de ella echando lumbre por todas partes. Es la primera vez que lo veo de esa manera, tiene los ojos inyectados en sangre y los nudillos blancos. Es aterrador.

─Alonso, tengo miedo.                                             

La pequeña Luz me abraza y oculta su rostro en mi abdomen. La pobre está temblando del susto.

─Tranquila, todo va a estar bien ─la tomo en brazos y pego su cabeza en mi hombro como si fuera una bebé─. No pasa nada. Aquí estoy contigo.

Con mi poder de ángel consigo dormirla. La llevo hasta su habitación y la dejo en su cama, la cobijo y entre sus brazos le pongo su peluche favorito. Tengo que hacer algo, ni Luz ni Ana merecen pasar por toda esta basura. ¿Pero qué hago? No puedo usar mi poder en contra del señor Evans, mucho menos puedo convertirme en humano y confrontarlo, eso solo haría que las cosas empeoren.

Voy a la habitación de Ana, se acaba de encerrar y en la maleta está guardando lo que sus ojos llorosos le permiten ver.  

─¡Ana, abre la puerta!

─¡Déjame sola!

─Escúchame muy bien. Me da igual si tienes dieciocho, tú no te iras de esta casa, ¡¿entendiste?! Sigues siendo una niña, no tienes dinero y mucho menos un trabajo. ¿En dónde piensas vivir? ¿Cómo vas a mantener a tu hermana?

La señora Sarah hace acto de presencia y lo sé porque desde la habitación puedo leer sus pensamientos.

─Y ni estés pensando en escaparte, porque en el momento en que pongas un pie afuera de la casa dejas de ser de esta familia. Para que no se te ocurra venir a buscarnos porque dejaras de existir para nosotros ─espeta y al instante se arrepiente. Su esposa lo mira con enojo y con dolor, decir eso fue demasiado─. Hija, lo siento. No quise decir eso. Abre la puerta, por favor… Ana… ¡Abre la puerta!

─Fernando, ya basta ─le implora su esposa─. Deja que se calme y que se le pase el enojo. Ella no se ira.

─¡Ana! ¡Abre la maldita puerta!

Cierra la maleta y la avienta contra la pizarra, está se rompe a la mitad y hace que algunas de las fotografías se arruinen. Le quita el seguro a la puerta y la abre.

─¡Te odio!

Los tres nos quedamos atónitos.

─¿Qué… qué dijiste? ─tartamudea el señor Evans.

─¡Te odio, papá! ¡Te odio! ¡Desearía que nunca hubieras regresado!

─Ana…

La señora Sarah no logra decir nada más, Ana cierra la puerta con todo el coraje que tiene y le vuelve a poner seguro.




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