Dos días después
—¿Y ahora qué me pongo?
Suelto un suspiro al ver el desorden de prendas que hay sobre mi cama. Tomo el vestido negro que usé en mi fiesta y lo estiro frente a mí. Con unos tacos y con mi cabello recogido, el vestido se verá perfecto. Pero… no, ya Max me ha visto con ese vestido; necesito otro para nuestra cita.
¿A dónde iremos? ¿Y si el restaurante a donde vamos tiene código para vestir?
Le había hecho la misma pregunta a Max, pero el muy testarudo se había negado a decirme cualquier detalle sobre el lugar a donde iríamos a cenar. Quise ser yo la encargada de elegir el lugar, pero no; mi novio insistió, no me sorprendería que me llevara a un restaurante fit.
Oh no, por favor no quiero vegetales insípidos hoy.
Escarbo en la montaña de ropa y encuentro otro vestido color ciruela que compré hace años, pero jamás usé porque lo veía demasiado formal. Lo miré y analicé, al final fue el elegido. Era el indicado para nuestra doble celebración de esta noche: La cita que me prometió y por haber conseguido el empleo.
¡Sí! Hoy por la mañana estuve nerviosa hasta que Paulina Terranova me dijo las mágicas palabras: “Bienvenida a la compañía”. Aún no podía creer que ya tuviera un nuevo trabajo, había pensado que me tomaría meses encontrar uno.
¡A celebrar!
Tenía cerca de dos horas para arreglarme antes de que Max pasara por mí. Hubiera terminado de alistarme en hora y media de no ser porque no podía caminar o incluso correr debido al ardor de mis piernas. Mis pobre músculos todavía estaban adoloridos por el ejercicio en el parque.
Cuando faltaban cinco minutos para las ocho, Max toca mi puerta.
—¡Un momento!
¡¿Ya está aquí?! Oh Dios, oh Dios…
Rápidamente me coloco labial y me calzo los tacones, brincando hacia la sala. Antes de abrir, me acomodo el vestido, el cual parece haberse encogido. Juro que cuando lo compré éste me llegaba un poco más cerca de la rodilla.
—¡Hola! Perdón que me demorara en a… ¡Vaya! —silbo mirándolo de arriba abajo— ¡Qué delici…! Quiero decir ¡Qué guapo estás!
¡Está usando traje! Y uno de su color favorito: Negro, por supuesto. Su camiseta blanca sobresale, además que deja a la vista un poco de piel puesto que los dos primeros botones están desabrochados. Ah y no lleva corbata, pero aquello se ve bien.
—Gracias —contesta, claramente se le nota lo incómodo que está por mis cumplidos. Pobrecito—. Mírate… —continúa, dirigiendo su mirada hacia aquella parte de mi cuerpo que el vestido no cubre— Estás preciosa Luisa, llamarás la atención de todos.
Notar cómo su expresión cambia al ver mi vestido, me da el valor suficiente para sacar mi lado juguetón.
—¿Llamo tu atención?
Inclino un poco la cabeza y le sonrío. Hacer esos movimientos hace que una se vea más atractiva, o al menos eso decía en aquella revista de mujeres que leí en el supermercado.
Max sonríe, encantado con mi jueguito.
—Como siempre —contesta—. Como siempre haces desde que te conocí.
Una risita tonta logra escapar de mi boca.
—Me alegro, eres al único a quien quiero impresionar.
Tomo su mano y lo hago entrar. Cierro la puerta con demasiada fuerza, pero no me importa ser escandalosa porque estoy enfocada en besarlo. Permanecemos de pie, a un lado de mi puerta roja, besándonos con nuestras manos yendo y viniendo de todas partes. Al inhalar para respirar, noto el aroma de su perfume concentrado en su cuello. Eso hace que pierda la razón. ¡Los perfumes para hombres son embriagadores!
Lo tomo de las solapas de su traje y lo atraigo más a mí. Le escucho reír, pero luego su risa cambia y pasa a ser un bajo gemido.
—¿Sabes qué? Ya no quiero salir —digo mientras acaricio su cuello—. Tendremos nuestra cita otro día.
—En otras circunstancias te diría que sí —murmura, apretando mi cadera con sus manos—. Pero créeme, no querrás rechazar el restaurante a dónde te voy a llevar.
¿Ah sí?
—¿Y por qué?
Me da un beso corto y sonriente responde:
—Es un restaurante buffet, con más de 120 platos distintos, con gran variedad de postres y bebidas, pero esa no es la mejor parte.
Oh Santa caracola ¡Ya sé a qué se refiere!
—Se puede repetir los platos las veces que tú quieras.
¡Lo sabía!
Suelto un gritillo de alegría seguido de mi risa. Y me río por el hecho de que Max me complazca con comida sabrosa e ilimitada. ¿Es que acaso me he vuelto una tragona?
Mejor no me respondo.
—¡Entonces vamos! —grito aún emocionada.
Abro la puerta, arrastrado a Max junto a mí.
Mi jueguito de seducción ha quedado olvidado, ahora en lo único que pienso es en si empezaré la cena directamente con el postre o iniciaré con un plato de sushi…
Editado: 15.08.2022