—No, no ¡Espera! ¡Max!
¿Qué estoy haciendo? ¿Por… por qué dije…? No puede irse. Él no.
Nerviosa, camino unos pasos hacia él, con mi mano levemente estirada como si pudiera atraerlo. Siento como si un pedazo de tela hubiera caído de mi rostro, dejándome ver con claridad. Mi mente necesitaba de un sobresalto, de un susto para reaccionar; para desechar todos esos pensamientos e ideas aberrantes que por un momento ganaron fuerza.
—Max yo no… —mi mente es un desastre, no encuentro las palabras— Lo si-iento, no te vayas por favo-or…
Quiero continuar, pero el llanto me frena. Me tapo la boca con una mano mientras que con la otra me aferro a la encimera de la cocina, en busca de apoyo.
¿En qué pensaba? ¡Qué idiota soy!
—No me iba a ir —responde inalterado—. Iba a sentarme en tu sillón a esperar hasta que te calmaras.
—Yo no quería… No sé por qué dije eso, perdóname Max.
Ni siquiera puedo mirarlo, en parte porque las lágrimas me nublan la visión y porque simplemente, estoy avergonzada ¿Cómo pude decirle eso? ¡No quiero terminar nuestra relación! ¡Por supuesto que no!
No escuché su caminar, pero de repente lo tengo de pie frente a mí.
—Lo siento.
—Está bien —susurra.
—De verdad, lo siento…
Me dejo abrazar, necesito de su contacto para que mis temblores desaparezcan. La incomodidad en mi pecho se va en cuanto Max me abraza. Aferro su camisa y derramo mis últimas lágrimas. Max susurra palabras en mi oído usando un tono de voz suave, bajo y conciliador. Ya no hay rastro de enojo ni frustración, lo cual me tranquiliza.
—No sé por qué dije eso —acerco mi rostro a su cuello, inhalando su aroma—. No quiero dejarte Max.
—Yo tampoco Luisa —siento sus labios besar mi cabello—. Me diste un gran susto…
—No te enojes conmigo.
—No estoy enojado —se separa un poco para mirarme. Sus manos suben a mi rostro y limpia mis párpados—. Ha sido una noche distinta y para nada agradable. Esto de… del entrenamiento fue... Lo siento Luisa.
Suspira claramente cansado.
Yo estoy igual o incluso peor. La cabeza me late como si algo quisiera salir y mi cuerpo, tenso aún, solo quiere desplomarse y dormir. El hambre que tenía hace un momento, se ha trasformado en el dolor fantasma.
Ese dolor sigue ahí.
Sin muchas ganas me separo de Max.
—Olvidé la comida…
—¿Tienes hambre? —niego— A mí también se me quitó el apetito. Deja eso… —tira de mi mano, alejándome de la cocina— Vamos a acostarnos.
No le contradigo. Apago las hornillas y guardo todos los ingredientes que no usé. Como un robot programado apago las luces de la sala, coloco los seguros en la puerta y me dirijo a mi habitación.
Ay mi cabeza.
Max y yo nos acostamos a las 7:25 pm, demasiado temprano para ser un sábado. Con las luces apagadas y en silencio, me recuesto a un lado de mi cama, abrazando mi almohada. Estoy demasiada ida para caer en cuenta que mi panda no está en la cama. Mi mente me tortura en rememorar la pelea, nuestra gran pelea que casi culmina en…
Cierro los ojos y me estremezco. Por Dios, casi lo pierdo…
En mi pecho aparece una sensación desagradable, no son ganas de vomitar o ardor. Desearía que fuera eso ya que sabría qué hacer o qué tomarme para aliviarlo. Es un… algo que se instaló desde que Max recibió la llamada, es una sensación que me quita el aliento, que me obstruye la garganta. Vuelvo a estremecerme.
A mi lado, la cama se mueve. Creo que Max ha notado mi incomodidad ya que se voltea para quedar cara a cara. Al sentir su mano posarse en mi cadera, abro los ojos.
—Tranquila —murmura, y al escucharlo me entran unas intensas ganas de echarme a llorar—. ¿Estás bien?
Niego.
—Lo podemos hacer. Estoy consciente de que te estoy pidiendo demasiado Luisa, pero por favor, no te rindas sin haberlo intentado.
“Es demasiado” Pienso.
—Cuando decidí estar contigo… —mientras hablo, acaricio su mano— En aquel bosque de Rusia, te acepté tal cual eres, y eso incluía tu profesión así que… —tomo una gran bocanada de aire, tragándome las ganas de llorar—. Por más difícil que sea, lo intentaremos.
Se acerca a mí y me abraza tan fuerte que termino acostada sobre él.
—Verás que sí —murmura. Sus ojos se enfocan en los míos, manteniendo la conexión por largos segundos—. Gracias por hacer esto.
Lo veo tan calmado y feliz que me obligo a sonreír.
—Lo hago porque es importante para ti. Es un gran paso en tu profesión ¿No es así? Como un ¿ascenso?
Su sonrisa se ensancha.
—Sí, algo así. Cuando el entrenamiento internacional finalice podré ascender en la agencia. Mi hoja de vida se engordará.
Me acomodo a su lado, cerrando los ojos cuando el dolor de cabeza parece desaparecer. No obstante, imágenes de la pelea cruzan rápidamente por mi mente. Las palabras que dije resuenan como eco, el miedo que sentí al verlo irse se instala una vez más, incrementando el malestar en mi pecho.
Editado: 15.08.2022