Di un paso hacia delante y la tierra cedió debajo de mí. Lo siguiente que vi fue un manchón borroso de colores verdes que luego de unos segundos desapareció repentinamente y, en su lugar, me hallé recostado entre matorrales.
No comprendí que me había caído hasta que localicé a Alfredo, de pie en un cerro, a varios metros por sobre mí.
- ¿Estás bien? – Preguntó al tiempo que descendía por la ladera por donde yo había rodado.
- Todo bien – Contesto -. No hay dolor, no hay dolor – Murmuro solo para mí mientras me pongo de pie soltando insultos. Esta caída no le asentará nada bien al dolor en mi espalda.
Me sacudí la tierra de mi uniforme y recogí mis flechas y mi arco. Había sido pura suerte el que no me enterrara una mientras caía.
- ¿Qué te pasó?
- Nada Alfredo, estaba pensando en otra cosa.
- Será mejor que dejes de darle vueltas si no quieres rodar por la tierra otros siete metros – Responde divertido. Mira algo por sobre mi hombro que lo hace envararse -. Esto es para ti.
Me volteé y me encontré de frente con Adam, el jefe de la operación en la que participábamos. Éste le hizo una señal a Alfredo para que se fuera.
- ¿Qué ocurrió Lombardo?
Cerré con fuerza mi boca, haciendo chocar mis dientes.
- He caído ¿No es obvio?
Tanto alboroto por una simple caída estaba cansándome.
- Cuidado – Pronunció la palabra con una amenaza de trasfondo -. Que no se te olvide con quién estás hablando – Esperó a ver si refutaba, al ver que no, continuó: - ¡La agencia invirtió mucho en ustedes! – Gritó. Paseé la mirada alrededor notando que los demás agentes habían detenido el paso para acercarse. Adam regresó la vista a mí, se acercó un poco y susurró: - Sólo eres de valor mientras estés concentrado. Recuérdalo.
Adam medía 1.65 m, catorce centímetros más bajo que yo. Bien podía iniciar una pelea con él y salir ganador, pero expulsado.
Expulsado…
Le di vueltas a la palabra mientras regresaba al sendero en donde los demás agentes retomaban la caminata. Ahora no sólo mis botas estaban cubiertas de lodo, mi uniforme también. Desde que habíamos aterrizado nos acompañaba una llovizna pobre, pero molestosa. Esta era la primera vez que veía lluvia en Australia, me pregunto en qué parte estaremos.
- ¡La mitad vengan conmigo! – Grita Adam - ¡Los restantes permanecerán aquí hasta mi señal!
Caminé hacia donde los árboles se acumulaban. Los demás hicieron lo mismo, al parecer con la misma idea de protegerse de la llovizna. Me senté en una formación de tierra y piedra alejado del resto y con cuidado de no ser visto, saqué mi celular del interior de mi bota en donde lo había escondido. No salió ileso de la caída ya que la pantalla estaba rota en una esquina, no obstante, seguía funcionando.
Estuve a punto de provocarle otra rajadura a la pantalla al querer lanzar el maldito aparato. No había respuesta. Luisa ha estado ignorando mis llamadas y mis mensajes durante dos semanas.
- Que no te vean con un celular aquí.
Me enderecé al mismo tiempo que ocultaba el aparato. Javier García me observaba de pie a unos cuantos metros de mi lugar. Desvió la mirada de mí hacia el celular, sonriendo burlón y desdeñoso.
- Nadie se enterará – Pronuncié cada palabra con énfasis, esperando que captara mi advertencia.
- No os inquietéis por mí, eh Lombardo, no os daré más problemas de los que ya tenéis.
Avanzó tres pasos. Permanecí sentado en el tronco, mirando hacia la periferia. Los demás estaban a varios metros de nosotros, es muy probable que no escucharan nuestra conversación. Cualquier cosa que se dijera o se hiciera aquí, bajo estos árboles, quedaría entre nosotros.
- Suelta ya lo que quieres decir Javier.
- A pesar de las birras y del piti que me fumé y de las carcajadas, escuché vuestra conversación.
Arrugué el entrecejo y endurecí la mandíbula.
De todas las personas que estuvieron esa noche en mi bloque, justamente Javier fue quien escuchó mi conversación con Luisa. Estaba claro para qué el español se había acercado a mí, para regocijarse.
- Que esta sea la última vez que te entrometes en mis asuntos – Me levanté y caminé los otros tres pasos que faltaban para estar frente a frente -. Que tu vida sea una mierda, no te da derecho a meterte en la mía.
Soltó una fingida carcajada que cumplió su objetivo: enojarme más.
- ¿Qué mi vida es una mierda? ¿Es coña? Yo no soy el que anda pegado a un móvil esperando un mensaje de una tipa que te mandó a volar.
En ese momento quise golpearlo. Me imaginaba atizando su cara con mi puño una y otra vez hasta que su nariz se volviera tan plana como el resto de su cara. Sin embargo, mis pies retrocedieron alejándome de los problemas. Yo no actuaba impulsivamente, siempre analizaba la situación en busca de ventajas y desventajas e iniciar un altercado con el español es claramente una desventaja y sobre todo una mala idea.
Se alzó la fingida carcajada otra vez, sonando a mi espalda.
- ¡Te lo dije! Deberías darme las gracias.
Editado: 15.08.2022