No recordaba haberme sentido tan fatal como lo estoy ahora. Tengo un dolor en mis hombros y en mi cuello que me saca muecas a cada momento, además; mis pies están hinchados ¡Me aprietan los zapatos! ¡Mis ojos están llenos de lagañas! ¡No me he cepillado el cabello en más de 24 horas! Y lo más importante es que necesito una ducha urgente. Limpiarme la cara con pañitos húmedos no es suficiente.
Miro hacia mi izquierda y Andrea luce como yo, incluso creo que peor; pero no ha dicho queja alguna. Ha dejado de hablar desde que tomamos el último vuelo. No me atrevo a decirle ni a preguntarle nada. Si yo comienzo a sentir gusanos de nervios en mi pecho, no me imagino lo que ella estaría sintiendo en este momento.
Cierro los ojos y pienso en una plegaria rápidamente mientras esperamos las maletas. Rezo por el bienestar de Eduardo y también por el de Andrea. La veo tan afectada que tengo la impresión de que podría desmayarse en cuanto pusiera un pie en ese hospital.
- ¿Es esa nuestra maleta? – perezosamente abro mis ojos – Luisa luces tan cansada.
Sonrío y le acaricio el hombro.
Cargamos las únicas dos maletas que tenemos y avanzamos por el pulcro piso del aeropuerto internacional de Camberra. Miro a todas partes, deteniéndome en los detalles. Las personas, la forma de vestir y de interactuar, todo es diferente. Obviamente eso incluye el idioma, pero por fortuna Andrea y yo entendemos un poco los letreros que cuelgan y cuando nos sentimos perdidas, siempre optamos por usar el traductor del celular.
Tomo el mío para conectarme a la red de internet del aeropuerto.
- ¿Luisa? Vamos, de ese lado están los taxis.
Me había retrasado unos pasos de ella.
- Espera – dije con la vista clavada en el celular mientras tecleaba un mensaje a Kitana, reportándome -. Me fui sin explicarle mucho a Kitana y he estado en aviones por casi dos días. Ha de estar preocupada.
Al conectarme a la red, la hora de mi celular cambió automáticamente. Ahora indicaba que era pasada la medianoche y al caminar al exterior lo comprobé al ver el cielo oscuro con pocas estrellas. No me sentía con sueño, mi ritmo circadiano se había alterado al dormir por tramos durante los vuelos y ahora por la diferencia horaria.
Me abracé el cuerpo cuando la corriente de aire frío pasó a mi lado envolviéndome. ¡La noche estaba helada! No tenía ropa que abrigara mucho, sólo cargaba un abrigo tejido que empaqué estando apurada. Ni siquiera sabía cómo era el clima de Camberra.
- Andrea – ella me miró con ojos nerviosos -. ¿Qué te parece si yo me encargo de buscar un lugar para quedarnos?
- ¿No vendrás conmigo? – preguntó con evidente pavor en su rostro.
- Claro que sí, pero luego – Era claro que mi idea no le gustaba -. Además, debemos dejar estas maletas en alguna parte.
- Sí, sí, tienes razón…
- ¿Estás bien?
La veo limpiarse gotas de sudor. La noche era fría, ¿por qué sudaría?
- Estoy bien – susurró - ¿De verdad luego irás al hospital? – sus ojos me enfocaron con duda – Por favor Luisa, no me dejes…
- No lo haré ¿cómo podría? – la abrazo y toco su frente. Está helada – Pásame la dirección y el nombre del hospital por mensaje, cuando haya encontrado el hostal tomaré un taxi e iré contigo.
No me gustaba la idea de dejarla irse sola en un taxi en un país desconocido, pero no logré convencerla de que primero pasáramos por el hostal y luego nos fuéramos juntas al hospital. Andrea quería irse ya, quería verlo lo más pronto posible y la entendía, por supuesto que la entendía.
Primero se fue ella y luego fue mi turno de usar señas y mis básicas palabras en inglés para hacerle entender al taxista a dónde quería ir. Me permití relajarme un poco en la cabina. Me deshice de mis apretados zapatos deportivos y me quité el abrigo, dentro del taxi había calefacción. Me recogí mi cabello en una coleta y noté lo largo que éste estaba. Intenté permanecer con los ojos cerrados y descansar, pero no pude. Me arrastré hacia la ventana y observé lo poco del paisaje que la luna iluminaba.
Todo era… Hum… muy verde, sí, había mucha vegetación alrededor. Gran diversidad de árboles, plantas y flores se encontraban en cada esquina. Era una perfecta combinación de naturaleza y cemento del pavimento. Con razón a Camberra la llamaban la capital del arbusto. Eso lo sé por mi gran amigo Google.
Un poco de esa naturaleza desapareció cuando llegamos al centro de la ciudad y mientras el auto andaba, a mi izquierda apareció un enorme lago. Se trataba del lago artificial Burley Griffin; gracias de nuevo Google.
Me arrastré al otro extremo del auto para verlo. ¡Guau! ¡Sí que era hermoso! Y debe serlo aún más durante el día.
Dejé escapar un suspiro.
Oh santa caracola…
Estaba en Australia ¡En Australia! Me costaba creerlo.
Tomé mi billetera y acaricié los coloridos billetes del dólar australiano. Espero haber cambiado lo suficiente para pagar el hostal y comprar algunos alimentos.
Weston Creek no era un pueblito como Andrea había dicho y por ella me había hecho a la idea de encontrarme con caminos polvosos y animales sueltos. Sus calles eran adoquinadas e iluminadas por altos faroles. El taxi se estacionó en lo que parecía ser un parque. Rodeando el parque, se alzaban edificios bonitos y algunos creativos como aquel que tenía un enorme reloj con los números distorsionados como si estuvieran derritiéndose.
Editado: 15.08.2022