Entre tú & yo

Capítulo 34: ¡Chalados impulsos!

Los Lamington resultaban ser bizcochos cuadrados cubiertos con chocolate y coco. Era un dulce típico de Australia, razón por la cual compré varios de ellos. Dos eran para Eduardo, quien me miraba agradecido mientras se comía el segundo.

- Gracias otra vez Luisa.

- No hay de qué.

Estaba sentada en el sillón frente a su cama. Andrea estaba de pie a su lado, comiendo también el postre que le traje.

Me sentía más cómoda ahora que Eduardo no preguntaba más acerca de Max y de mí, al parecer, mientras estaba en la cafetería; Andrea habló con él. No sé si para pedirle que no hiciera esas preguntas o le contó de nuestra separación. No me importaba qué le hubiera dicho, con tal de que nadie me hiciera más preguntas acerca del tema, yo estaba satisfecha.

No necesitaba más incomodidad, suficiente con la que él me provocaba.

Luego de que regresara de la cafetería, me senté a esperar en el pasillo. Me sorprendí de no ver a ningún agente ahí, así que supuse, se habrían marchado ya. Quizá esa orden dicha al aire por el hombre de traje era eso, que se retiraran a continuar con el programa. Pensar en eso me produjo una tristeza que en verdad no esperaba sentir. Lo último que quería era que Max se marchara sin haber hablado conmigo como una persona normal.

Pero ¿qué quería que hablara conmigo? ¿sobre qué?

A la una de la tarde, él apareció acompañado de Alfredo y de una mujer quien usaba el mismo uniforme que ellos. Pasaron a mi lado, sin pronunciar palabra y sin dirigirme gesto alguno. Me ignoraban con tal facilidad que resultaba impresionante, pero sobre todo resultaba hiriente; especialmente si provenía de su parte. Los tres entraron a la habitación y se demoraron un buen rato ahí dentro. Mientras tanto, yo permanecía de brazos cruzados, pensando en cualquier cosa que evitara que comenzara a llorar.

Pero a llorar de coraje, de enojo por su estúpido e infantil comportamiento.

En cuanto salieron, yo agaché la cabeza y fijé mis ojos en el celular mirando las fotos de Sultán. Escuché pasos y luego vi unas botas negras frente a mí.

- Andrea quiere que entres – habló Alfredo, luego de eso siguió a los otros dos.

Y aquí estoy ahora, masticando distraídamente el bizcocho mientras me torturo con los amargos recuerdos.

De repente la puerta se abrió. Un hombre de cabello marrón junto a una mujer más alta que él, ambos usando batas, ingresaron. Nos echaron una rápida mirada a mí y a Andrea para luego hacerle una única pregunta a Eduardo y éste contestó un “ella no está aquí” en inglés. Luego de eso se marcharon.

- ¿Qué te preguntaron? – Andrea hizo la pregunta por las dos.

- Preguntaron por Claire, la directora del programa. Lo médicos hablan directamente con ella sobre mí.

Andrea se cruza de brazos, claramente en desacuerdo.

- ¿Y por qué no me lo comunican a mí? – dijo con rabia en la voz – Yo también quiero saber los resultados de los exámenes.

Eduardo suelta un suspiro cansado.

- Ya te lo he explicado…

- No es justo.

- Ellos son los que mandan. Claire se encarga de todo el papeleo, lo cual es bueno, no te preocuparás por eso. Deberías descansar Andrea.

- No me voy a ir.

- Ayúdame Luisa.

No me había dado cuenta de que estaba durmiéndome hasta que me vi obligada a abrir los ojos para prestarle atención a Eduardo. Mi bizcocho estaba hecho añicos sobre mis piernas.

- ¿Ah?

- Las dos necesitan descansar, vayan a dormir. No me voy a ir, ni siquiera puedo caminar.

Eduardo fue el único en reír.

- Apoyo la idea – murmuré aún con residuos del sueño en mi mente -. No demoraremos mucho Andrea.

La vi hacer una mueca, sin embargo, se inclinó hacia él y le dio un largo beso. Hizo una seña para que yo comenzara a andar y lo hubiera hecho de no ser porque tenía mis músculos acalambrados. Nos abrimos paso entre las camillas que transitaban en el pasillo, esquivando chocar con los enfermeros.

- ¿Te pasó algo?

- ¿Ah?

- Tienes una cara… - murmuró.

Ahora que Eduardo estaba mejor Andrea no tenía toda su atención en él, notaba más cosas a su alrededor.

- No he dormido nada – contesté. En parte era verdad. Pero yo sabía que mi cara se debía a algo más, mas bien se debía a la forma de ser de cierta personita. Bueno, personota.

Partimos del hospital en un taxi que tomamos en la acera. A pesar de ser casi las tres de la tarde, hacía un frío intenso que nos obligaba a abrazarnos el cuerpo.

Al tocar la puerta fue Cecilia quien abrió. Intercambiamos unas cuantas palabras, además de presentarle a Andrea. Al terminar, nos dirigimos a la habitación. Apenas entramos al cuarto, Andrea tomó su maleta y se encerró en el baño. Me deshice de los zapatos, vacié mis bolsillos y luego fue el turno de mi cuerpo. Caí como un saco de papa sobre el colchón haciéndolo rechinar, cubriéndome con el edredón. No me sentía nada bien y quería dormir sólo para dejar de sentirme así.




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