Entre tú & yo

Capítulo 38: La colonia y Max

Cuando desperté me encontré con la oscuridad.

Miré a todas partes especulando acerca de qué hora sería. No había nada de claridad y tampoco escuchaba ruidos del exterior así que supuse era muy temprano. Cerré mis párpados y me acomodé, lista para volver a dormir; pero mi cuerpo no quería eso. Me sentía descansada, de hecho, creo que había dormido suficiente y por esa misma razón había despertado a tan tempranas horas.

Rodeé y me apegué al enorme bulto que estaba por debajo de la sábana. La espalda de Max estaba caliente. Me concedí unos minutos más de estar a su lado, acostada en la cama disfrutando del silencio y del calor que emanaba su cuerpo. Pasados un buen rato, me puse de pie y me vestí con una camiseta y una licra intentando ser lo más silenciosa posible. No obstante, bastó con el insignificante sonido del peine del cabello cayendo al suelo para que Max despertara.

- ¿A dónde vas? – preguntó somnoliento.

- A correr.

Caminé con cuidado por mi habitación. Con las luces apagadas se incrementaba el riesgo de caerme. Me coloqué los calcetines y mi par de zapatos deportivos color gris.

- ¿Ahora corres?

Max se sentó en la cama, ya completamente despabilado.

- Ajá… - me acerqué y me apoyé en el borde de la cama. Le di un largo beso de buenos días.

A pesar de no poderlo ver con claridad, podía sentir que sonreía feliz y su felicidad hizo que yo sonriera también.

- Quédate conmigo – susurró.

Me haló un poco hasta hacerme caer sobre él. Me encarceló entre sus brazos, asegurándose que no pudiera huir cuando me hacía cosquillas en el cuello con sus labios.

- ¿Quieres que me quede en la cama? – pregunté bromeando - ¿Tú? ¿el chico que come granola y ejercita hasta cuando toma una ducha?

- ¿A dónde vas realmente? – aflojó un poco su abrazo de manera que pudiera levantarme un poco – No te creo eso de salir a correr.

- Disculpa, pero uno puede cambiar – Rodeé, dejándome caer a su lado. Mi vieja cama rechinó -. Y lo de correr… bueno, creo que exageré con esa palabra. Caminar me sale bien.

Murmuró algo entre dientes que no llegué a entender. Acercó su boca a la mía e hizo que la abriera para él. Besarlo era algo que me distraía mucho, demasiado diría yo. Por momentos mi atención estaba en la deliciosa manera cómo sus labios se movían sobre los míos, pero después Max me acariciaba la espalda o me daba un apretón en la cintura y de inmediato mi atención se iba hacia aquella caricia. Y sumado a eso, sus suspiros o el sonido de nuestros besos se convertían en sonidos atrayentes y hermosos para mí.

Mi mente estaba sumergida en una neblina de confusión cuando él se separó.

- ¿Te puedo acompañar?

- ¿A dónde?

Escuché cómo se reía de mi amnesia temporal.

- A caminar.

- Ah… – me acerqué a darle otro beso – Me encantaría.

Nos levantamos de la cama, acompañados de otro crujido de ésta. Se vistió rápido, sacando las prendas de una de sus grandes maletas. Tomé las llaves y mi celular y salí de mi habitación con él a mis espaldas. En cuanto pusimos un pie en la sala, los ladridos de Sultán sonaron haciéndome brincar. Mi perrito estaba escondido debajo de la mesa, ladrándole a Max. Le temía y podía entender por qué. Max era gigante y Sultán tan pequeñito.

- Ven Sultán – lo llamé agachado a su lado -. Sal bebé, ven conmigo.

- Hola Sultán – dijo Max agachándose a mi lado.

A mi pobre perro casi le da un ataque cardíaco en cuanto tuvo a Max tan cerca. Sus ladridos se convirtieron en gemidos de miedo.

- ¡Max lo espantas!

Serví un poco de comida en su plato antes de que partiéramos. Esperaba que Sultán aceptara a Max. Ayer mi perro había estado receloso y no sólo con él, también conmigo.

Al salir, la mañana nos recibió con brisas heladas que de inmediato despertaron mi alergia. Las calles estaban desiertas y recién la vida comenzaba a aparecer. Bajamos las escalerillas y nos tomamos de la mano. Justo en ese momento, la señora a quien le rento el departamento apareció bajando por la calle con una funda de pan caliente. Iba a saludarme, pero olvidó su intención cuando tuvo que alzar la cabeza para mirar a Max. Su frente se frunció y no le quitó la mirada de encima aún cuando ya la habíamos dejado atrás.

- ¿Qué acaba de pasar? – preguntó Max cuando vio cómo yo reía.

- Creo que no te reconoció – contesté – es que estás muy cambiado.

Caminamos a paso lento por la acera, disfrutando del buen clima que había a las seis de la mañana. Algunos negocios mantenían aún las decoraciones de Halloween a pesar de que había sido ya hace algunos días, mientras que otros ya comenzaban a mostrar indicios de la navidad en sus vitrinas.

- Ya mismo es navidad.

Max siguió la dirección de mi mirada encontrando los adornos de los que hablaba.

- Es cierto – volteó la cabeza y la agachó hasta fijar los ojos en mí. Un esbozo de sonrisa apareció en sus labios – y estaré aquí para las fiestas.




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