El primer mes de la nueva vida de Max pasó deprisa. Hubo días maravillosos como aquel en que fuimos a la playa y jugamos al sol con Sultán o aquel martes que almorzamos juntos durante el receso de mi empleo. También hubo días llenos de tensión como el sábado pasado cuando salimos a comer con mis amigos, entre ellos obviamente estaba incluida Kitana.
Tomé el rol de una pared y me senté entre ambos, tanto para controlarla y evitar que mi amiga comenzara con reclamos o malas caras hacia Max como para que éste no tuviera que soportar todo eso. Diana, Gabriela e incluso Jason tomaron de la mejor manera la noticia de nuestro regreso y aunque Kitana ya lo sabía, pude notar la mueca que hizo con la boca cuando anuncié la noticia en la mesa.
- Tu amiga quiere lanzarme el cuchillo.
Dejé los cubiertos a un lado y me concentré en el susurro de Max.
- Si Kitana hiciera eso ¿podrías esquivarlo usando tus habilidades de 007?
Sonrió a punto de decir algo.
- Por supuesto – habló -. Usaría a tu amigo Jason como escudo.
- Me interpondría para evitar que él muriera.
- Ah, lo defiendes…
- ¿Qué hablan de mí? – habló el aludido.
- Max dice que le gusta tu camisa – dije sonriente.
- Es una bonita tela – exclamó él a mi lado -. Lástima si llegara a mancharse de sangre.
Le propiné un codazo a su costado que pasó nada desapercibido.
Aunque en la mayoría de los días reinaba la felicidad, también había días grises en donde el sol no salía. Desde que había regresado, Max estaba distinto y no me refería a su comportamiento. El cambio era a nivel mental.
Le costaba mucho conciliar el sueño por las noches. En ocasiones permanecía despierto hasta las dos o tres de la madrugada y cuando lograba dormir, sólo lo hacía por tres horas. Pensaba que era por el cambio de horario, pero ya había pasado mucho tiempo como para que se acostumbrara; además, las pesadillas lo atormentaban. Hablaba en sueños y despertaba asustado o agitado. Incluso su sueño se volvió super ligero. Se despertaba con el mínimo ruido.
Una vez, mientras dormíamos en su departamento; giré sobre el colchón y pasé mi brazo por su pecho en un simple abrazo, pero en seguida Max despertó.
- ¿Qué estás haciendo? – susurró.
Había atrapado mi mano con la suya. Su reacción me sobresaltó, dejándome congelada en la cama.
- Te estaba abrazando…
De inmediato soltó mi mano. Atraje mis brazos, quedándome quietecita en mi lado de la cama.
- Lo siento – murmuró. Volvió a recostarse, esta vez abrazándome él a mí -. Perdona, ya sabes cómo he estado últimamente.
- ¿No crees que deberíamos buscar ayuda?
- No me gustan los psicólogos.
- El que no te gusten no quiere decir que no los necesitas. Esto que te pasa no es normal y no me vengas a decir que sí porque antes, cuando regresabas de tus misiones, nunca te comportaste de este modo.
- Nunca me había ido por más de un año. Se me quitará con el tiempo, no le des más vueltas al asunto.
- Ese entrenamiento internacional acabó contigo – dije mientras le acariciaba el cabello -. Creo que la Dra. Olivia podría ser de gran ayuda. Sólo quiero que estés bien Max, sólo eso – se dedicó a mirarme sin decir palabra -. Mejor llorar con el psicólogo que reír con el psiquiatra… - canturreé.
Cansado, suspiró.
- ¿Qué puedo hacer para que te quedes tranquila?
- Hazme caso.
Su corta risa se alzó en medio del silencio de la noche.
- Entonces mi sumisión dará paz a nuestra convivencia – volvió a reír, pero esta vez detecté un poco de nostalgia en su voz -. Mi padre decía algo parecido.
- ¿Qué era lo que decía?
- Detrás de todo matrimonio próspero, hay una mujer contenta – permaneció callado por unos segundos.
No dije nada pensando que quizá estaría recordando a su padre y no quería interrumpirlo.
- De acuerdo – dijo al rato -. Iré a sentarme en el sofá de algún psicólogo si eso te hace feliz.
- Quiero que lo hagas pensando sólo en tu bienestar y no en mí.
- Mi bienestar y tú van tomados de la mano.
- Qué empalagoso eres – Volvimos a reír. Aunque dijera esas palabras, el calor en mi rostro y mi boba sonrisa decían lo contrario -. Ya duérmete Romeo.
Si yo hubiera sido la encargada de agendar las citas, las hubiera iniciado al día siguiente; no obstante, Max prefirió esperar.
- ¿Esperar? – dije mientras estaba sentada en su nuevo auto camino al trabajo – Anoche prometiste hacerme caso y…
- Luisa cálmate. No he dicho que no tomaré las sesiones, sólo quiero posponerlo hasta que las fiestas pasen.
Y en efecto, Navidad estaba a sólo diez días de ser y yo no tenía un arbolito. Seguimos todas las tradiciones navideñas. Desempolvamos los adornos, cambiamos la vajilla por otra en la que papa Noel aparecía en medio del plato y tradicionalmente perdimos la paciencia desenredando las luces.
Editado: 15.08.2022