Narrador externo
A las nueve de la mañana del viernes, Max bajó de su auto vistiendo un pantalón de tela que combinaba con su portafolio. Luego de echarle el seguro al auto, movió su cuello el cual crujió. Sentía todo el cansancio de la semana acumulado en sus hombros. Sólo quedaba ese día y luego podía descansar el fin de semana.
Avanzó con paso tranquilo hacia el interior de la gran edificación. El suelo de mármol negro relucía gracias al trabajo de Tony, el conserje de la planta baja. Recibió saludos de parte de sus empleados a medida que se encaminaba a la sala de juntas. En su mente pensó que esos mismos empleados quienes ahora lo respetaban y saludaban, fueron los mismos quienes dudaron de su capacidad para dirigir la empresa de su padre. Lo cual es entendible. No es fácil confiar en el hijo que jamás pisó la alfombra de la empresa en aquellos años cuando Lombardo padre estaba vivo. Nunca mostró interés por seguir los pasos de su progenitor. Ahora era distinto.
Desde el comienzo Max no esperó encajar en ese lugar, ni esperaba ser capaz de sentarse en el que fue el sillón de su padre y liderar la empresa de la manera correcta. Sin embargo, pudo hacerlo. Su habilidad para comunicarse con los demás y su gran poder de persuasión le fueron útiles para cerrar contratos.
Salió del ascensor. Saludó a Miguel, parte del departamento de artes visuales, y se dirigió hacia la sala cuyas paredes de vidrio le permitieron observar a Brielle Atwood, representante de una empresa canadiense de bienes raíces.
- Maximiliano – saludó la rubia, poniéndose de pie.
Él hizo una mueca.
- Solo Max – corrigió. Era un desperdicio de saliva y de segundos pronunciar todo su nombre.
La mujer se acercó a besarle la mejilla. Luego del saludo tomaron asiento en la esquina de la enorme mesa de cristal. Brielle llevaba una expresión entre confusa y divertida.
- Hueles muy bien Max – dijo -. Casi tanto como yo ¿es acaso perfume de mujer lo que tienes encima?
La expresión de Max se interpretó como un “oh”.
- Es el perfume de mi esposa – contestó. Aunque ya llevaba dos años casado con Luisa, aún sentía un cosquilleo en el pecho cuando se refería a ella como su esposa -. Fui a dejarla a su trabajo hoy por la mañana, quizás al abrazarme quedé impregnado de su olor.
- Y hablando de trabajo – Brielle se enfocó en la laptop frente a ella, dejando atrás todo rastro de diversión para entrar de lleno a lo profesional – tenemos mucho que hacer. Me gustaría que tu empresa se encargara de la publicidad para verano. Quiero que todos compren una casa. Haz un anuncio que convenza a todos – sonrió -. Incluso que tú mismo compres una.
- No necesito una casa – contestó mirando a su respectiva laptop -. Por ahora sólo somos mi esposa y yo.
Su departamento estaba bien por el momento, aunque unos días antes de la boda Max había pensado en adquirir otro departamento más amplio; pero Luisa lo convenció para que no lo hiciera. “Tu departamento está bien para nosotros dos y Sultán” había dicho “Además, sería gastar dinero en vano cuando ya tenemos un lugar”.
Entonces, lo único que tuvieron que hacer fue empacar las cosas de Luisa y llevar las cajas a su departamento. Luisa estuvo un poco nostálgica cuando sacó la última caja, pero aquello no duró mucho. Su humor mejoró cuando entró a su nuevo hogar. No hubo necesidad de hacer muchos cambios. Max sólo compró un armario para la ropa de su esposa, pero no esperaba que ella; poco a poco, lo fuera desplazando de su propio vestidor hasta que se adueñó de el casi por completo, a excepción de los últimos dos estantes en donde Max tenía sus zapatos.
Una hora después llegó Freddy, socio de Max con quien siempre se encargaba de cerrar los contratos. Los tres se encontraban inclinados sobre la mesa, en plena lluvia de ideas para la campaña cuando el celular de Max sonó. Miró de quién se trataba y se excusó por unos minutos.
- Hola amor – saludó extrañado. Luisa no solía llamarlo en horas de trabajo -. Qué sorpresa qu…
- Max – interrumpió. Su voz no sonaba como siempre – No me siento bien…
- ¿Qué te sucede? – preguntó evidentemente preocupado.
- ¿Puedes venir por mi al trabajo? – susurró – Por favor. Perdona que te saque de la oficina, pero es que…
- Nada de eso, ahora salgo.
Fue sencillo librarse de la reunión. Freddy se ocuparía de todo, estaba capacitado.
Mientras manejaba, Max se preguntaba qué pudo haber pasado. Hoy al despertar, encontró a Luisa como siempre; incluso cuando se despidió de ella con un beso en la entrada de Greenlife, la vio bien. Completamente bien.
Tanto era su desconcierto que llegó a pensar que Luisa estaría fingiendo estar enferma para librarse del trabajo. Ella ya lo había hecho antes, pero nunca lo había llamado a él para que la recogiera. Entonces concluyó que esto era un asunto serio.
Se estacionó mal, el auto quedó inclinado; pero eso no interesaba. Caminó deprisa y al cruzar la entrada principal se asustó aún más. Los compañeros de Luisa estaban de pie, a un lado del pasillo principal, rodeándola. Uno de ellos era un señor mayor quien al ver a Max por encima del hombro, se apresuró a susurrarle a Luisa un “su marido ya llegó”. Entonces los demás se separaron dejando ver a Luisa. Estaba pálida y con los ojos rojizos.
Editado: 15.08.2022