- El estado de cuenta de la tarjeta llegó hoy – anunció Max. Me miró de reojo con una comisura de sus labios elevada, mientras tanto yo seguía con la mirada fija en la luz del semáforo -. ¿Tuviste que gastar tanto dinero en ropa?
- Ya está en verde – contesté -. Arranca.
Avanzamos por la avenida principal con la puesta del sol frente a nosotros. El reloj del tablero indicaba las cinco de la tarde.
- ¿Entonces Luisa?
Puse los ojos en blanco.
- Ash Max, olvidé mi tarjeta de crédito en casa y tuve que usar la que me diste ¡Eso es todo! Además, la ropa que compré ni siquiera es para mí, ya sabes para quienes son – me giré en el asiento para enfrentarlo -. ¿Volverás a quitármela?
En San Valentín del año pasado, Max me había regalado una adicional de su tarjeta de crédito. Y no era cualquier tarjeta ¡Era una de cupo ilimitado! Y… pues… la palabrita ilimitado sacó lo peor de mí y compré muchas cosas. Debo admitir que algunas de esas cosas eran innecesarias como aquel extractor de jugo que sólo usé tres veces y que ahora posiblemente esté oxidándose en algún rincón de la cocina.
Entonces cada vez que Max se enoja conmigo; por cualquier motivo, me quita la tarjeta adicional. ¡Dramático!
- Eso no sirve de nada – contestó manteniendo el buen humor -. Siempre acabo devolviéndotela.
- Porque me amas – me incliné hacia él y lo abracé tanto como me dejó el cinturón de seguridad -. Y yo te amo tanto que hasta te compré una camisa muy bonita y también calcetines, te hacían falta.
- ¿Compraste el regalo para Freddy? Recuerda que nos invitó a cenar este viernes por su cumpleaños.
- Le compré un bolígrafo – dije mientras regresaba a mi asiento -. Por cierto ¿pagaste la cuenta de la luz? - Por su expresión, supe que no – Está bien, mañana iré a pagarla en mi hora de almuerzo.
Giramos en una intersección y el auto se detuvo frente a la garita de la urbanización. Hoy Jorge estaba de turno. Nos permitió el acceso e inmediatamente el ambiente cambió. Farolas encendidas comenzaron a aparecer a cada lado de la calle. Alumbraban a medias el camino y el césped de la entrada de las enormes casas. Frente a nosotros iba el todo terreno de los Flores, nuestros vecinos con quienes nos llevábamos muy bien. Su hija Génesis de seis años, sentada en la parte de atrás, nos saludó con su mano a través del vidrio.
Giramos en la siguiente calle, deteniéndonos frente a nuestra casa. Inmediatamente me invadió una sensación de tranquilidad. Este era mi lugar favorito en el mundo junto a mi familia.
Al abrir la puerta, ella apareció. Ella es Sara, nuestra primera hija.
- ¡Papi! ¡mami! – gritó mientras corría por el pasillo a abrazarnos, olvidándose de sus juguetes.
Su evidente preferencia por Max no se hizo esperar y brincó a sus brazos para besarle la mejilla. Sara era la niñita de papi o, como a ella le encantaba que la llamaran, era su…
- Princesa – Max la colocó sobre sus hombros -. ¿Y dónde está mi otro bebé?
- ¡Ta! ¡Ta!
Al segundo siguiente se escuchó un chillido.
Caminé esquivando los muebles, muñecas, animalitos de colores e incluso al mismo Sultán para llegar al corral en medio de la sala. Me incliné y besé los cachetes regordetes de mi segundo hijo. Él en seguida sonrió y fue como tener a Max frente a mí. Él es Alex, mi Max en miniatura. Su cabello castaño, sus ojos y la manera cómo sonreía, hacían de Alex una perfecta copia de su padre. Me hubiera encantado llamarlo como él, pero Max quiso que lo nombráramos igual a su abuelo paterno: Alejandro. Y como yo había sido quien eligió el nombre para nuestra primera hija, ya era su turno.
- Hola Luisa, buenas noches Max.
- Hola Carmen – saludamos los dos - ¿Cómo se han portado los mocosos? – pregunté.
Tomé a Alex en mis brazos mientras Max intentaba desatarse la corbata sin que Sara se le cayera de los hombros.
- Con cuidado Max…
- No pasará nada.
- No digas esas palabras.
- Están bañados y vestidos para la cama – dijo Carmen a la vez que se secaba las manos en un pañuelo de cocina -. Sólo falta que cenen.
- Yo me encargo de eso – Dejé a Alex otra vez en su corral recibiendo un llanto de su parte. Me deshice de mi blazer y mi bolso, me amarré el cabello en un moño alto entrando en modo ama de casa -. Los he extrañado tanto que si se quedan dormidos podría despertarlos sólo para poder disfrutarlos por más tiempo.
- ¿Entonces puedo retirarme?
- Claro y muchas gracias Carmen ¡Sara no le hales la cola a Sultán!
Carmen se fue unos minutos después, dejándome con mi familia. Si alguna vez imaginé teniendo hijos, estaba segura de que no querría una niñera para ellos. Deseaba ser yo quien los cuidara todo el tiempo, pero… las cosas se vuelven más difíciles cuando tienes que trabajar y ser madre; así que Max me convenció de conseguir a Carmen y no me arrepiento, ella es de mucha ayuda. Sin embargo, cuando puedo, me traigo parte del trabajo a casa sólo para poder si quiera verlos durante el día.
Editado: 15.08.2022