-Mi prometida… ¡Me ha engañado con mi propio hermano!-Rubeus Baxter tenía la cara roja de furia.
Mark y Phoebe estaban acostados juntos en el suelo de la azotea. Sólo acostados. No había evidencia de que algo más hubiera ocurrido ahí.
-Tú dirás qué les haremos.- siseó Sharon a un lado de Rubeus.
-La traición se paga…
Mark los observaba sin miedo. No tenía la más mínima señal de interés en lo que ellos pudieran hacerle.
-Hagan lo que quieran. Si muero, me iré con la satisfacción de haber recuperado a la persona que amo.- respondió Mark en tono burlón.
Rubeus ahogó un grito lleno de ira. Tomó aire y dijo:
-No esperaba algo así de ti, Phoebe. Ahora me doy cuenta que te sientes tan poca cosa que corres a los brazos de cualquier hombre que dice y jura amarte, sólo para enmendar tu soledad. No sé si pueda seguir así, ¡Nos casaríamos mañana! ¡¿Qué te orilló a hacer esto?!
-¡Yo le dije!- exclamó Nanna.
Todos la miraron perplejos.
-¿Qué? Fui yo quien la convenció, es la verdad.
-¿Por qué?- dijo Rubeus Baxter, con un hilo de voz.
-Phoebe merecía ser feliz por última vez. No iba a permitir que el malentendido de la mañana la separara de quien en verdad la merece.
El apuesto joven avanzó hacia ella, la tomó de la barbilla y le dijo:
-Supongo que no te importará ser tú quien tome su lugar en la boda.
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Cuando regresaron todos a dormir, Mark tomó a Nanna del brazo y la detuvo.
-¿Por qué lo hiciste?- preguntó, con evidente enojo.
-Tenía qué hacerlo. Phoebe esperó mes y medio, casi dos meses para volver a verte. Y yo ya no tengo a nadie qué perder. Bueno, no a alguien que yo quiera y me corresponda. No voy a darle la satisfacción a Rubeus Baxter ni a sus extrañas amiguitas de verte infeliz, ni a ti ni a Phoebe, ni de que su plan salga como lo pensaban. Es lo mejor.
-¿Lo mejor para quién?
-Para todos, Marcus.
-¿No pensaste en mí?
Nanna se llevó una mano al cabello y dijo en un suspiro:
-No puedes decirme eso después de todo lo que acabas de hacer con Phoebe allá arriba. No puedes decirme eso porque…tú por mi no sientes nada.
Nanna dio media vuelta y se dirigió a su cama. Adam escuchaba todo desde su rincón en la habitación. ¿Serviría de algo estar ahí? ¿Valía la pena haber ido tras Nanna para buscar a Phoebe aunque ella ya no sintiera nada por él?
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En el comedor a la hora del desayuno, el ambiente se veía menos tenso. Rubeus entre Sharon y Heather, él en la cabecera. Nanna frente a Adam. Luego apareció Phoebe, pero no había rastro de ninguno de los Ferdinand. Nadie se atrevía a preguntar por ellos en frente de Rubeus Baxter.
-¡Tú, rata albina! ¿Dónde está mi madre?-irrumpió Mark, como si hubiera sido invocado por todos al mismo tiempo. Amenazaba a Rubeus con un tenedor que tomó tan deprisa que nadie se dio cuenta hasta que lo vieron en su mano derecha.
-Tu madre se fue anoche a la ciudad debido a una crisis que tuvo un paciente suyo. No dijo cuándo volvería.
Algo brilló en los ojos de Mark.
-¡Mentira! ¡Me hubiera dicho antes de irse! ¿Dónde está?
El tenedor salió volando por los aires y cayó en la mano de Sharon.
-Respeta a tus mayores. Tenías que ser el menor de los hermanos, un adolescente berrinchudo…
-Ustedes no son mis hermanos. Ustedes no son nada para mí.- la interrumpió Mark, entre dientes. Luego bajó las escaleras.
Nanna recordó entonces cuando fue despertada unas cuantas horas antes, de un bofetón que le diera la mano de Sharon, la cama vacía donde Eva Ferdinand había pasado la noche anterior a esa. ¿Cuándo había sido la última vez que había visto a la mujer? No recordaba haberle prestado atención en la cena. En la azotea, cuando trataba de pedirle que se alejara de su hijo, y lo último que le dijo a la mujer fue “No puede seguir decidiendo por su hijo, Eva”. ¿Cómo lo hizo? ¿Cómo, después de que fuera ella el único adulto capaz de escucharla y entenderla en el último mes y medio, y, sobretodo, en apoyarla?
-Nunca lo haremos entender.- dijo Heather, con su tono dulce de siempre.
-Debe hacerlo.-espetó Sharon.
-Hablaremos de eso después.- irrumpió Rubeus Baxter, con un tono autoritario que estremecía a cualquiera.
Nanna deseó poder hablar con telepatía con Adam y Phoebe igual que como lo hacía con Mark, moría porque el desayuno acabara y huir. Gritar a los cuatro vientos, preguntar dónde estaba Eva Ferdinand. Lo único que sabían los cuatro jóvenes, era que estaban más perdidos que antes, sin ella.
Phoebe no tocaba el plato, sólo jugueteaba con la cuchara. Adam comía, con la vista clavada en algún lugar del comedor.
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Editado: 14.07.2018