Entwined Bonds

CAPITULO 7

El sábado por la tarde llegó con un cielo cubierto de nubes suaves y una brisa que parecía susurrar secretos entre los árboles.

Dylan me citó en un parque tranquilo, lejos del bullicio. Había una pequeña feria de libros usados y músicos callejeros tocando piezas antiguas con violines y guitarras. Me encantaba ese lugar. Era el tipo de lugar que parecía sacado de un sueño que ya había tenido.

—Pensé que este lugar te gustaría —dijo Dylan, acercándose a mí con una flor en la mano.

Era una margarita. Simple. Sincera. Perfecta.

—¿Por qué una flor? —le pregunté con una sonrisa tímida.

—Porque no sabía cómo decirte que me alegra verte —respondió, rascándose la nuca—. Y porque todavía no me atrevo a tomarte la mano.

Sentí que se me derretía algo dentro. Caminamos juntos entre los puestos de libros, hablando de historias, canciones y miedos. Me hacía reír, pero también me escuchaba con una calma que desarmaba mis muros uno a uno.

—¿Puedo mostrarte algo? —preguntó de repente.

Lo seguí hasta un rincón del parque donde había una glorieta rodeada de enredaderas. Nadie más estaba ahí.

—Cierra los ojos —me dijo.

Obedecí.

—Ahora canta un pedacito de la primera canción que te hizo sentir que podías volar.

Me reí, nerviosa. —Eso es trampa, Dylan.

—Solo un pedacito —susurró.

Canté, en voz baja, “Hay un amigo en mí…” Y al abrir los ojos, él estaba mirándome como si acabara de ver una estrella fugaz.

—Tenía razón —murmuró—. Tú no cantas. Tú tocas el alma.

Me puse colorada.

—¿Puedo acercarme un poco? —preguntó, con esa voz grave y dulce que me envolvía como un hechizo.

Asentí. Su rostro estaba tan cerca que podía ver el color exacto de sus pestañas, la forma en que sus labios se curvaban al hablar. Y entonces, el mundo se volvió lento.

Nuestros rostros se acercaron, apenas unos centímetros. Su aliento rozó el mío. Y justo cuando pensaba que nos besaríamos… sonó su móvil.

Se apartó, avergonzado, y lo apagó sin mirar quién era.

—Lo siento —susurró—. No quería que este momento se rompiera.

—No se rompió —dije, casi en un susurro.

Él me miró. —¿Seguro?

—Sí. A veces, lo que no sucede también es parte de lo que sí sentimos.

Él sonrió. —Eres rara. Pero me encantas.

Y esta vez, me tomó de la mano.

No hizo falta el beso.

Porque ese toque, ese roce de sus dedos entre los míos, fue más íntimo que cualquier beso robado.

Esa noche escribí en mi diario:

"No nos besamos. Pero sentí que él vio partes de mí que ni yo no conocía. Y eso... vale más que cualquier beso"



#3224 en Novela romántica

En el texto hay: 15 capítulos

Editado: 27.05.2025

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