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“Aquel tipo de dolor que no te deja caer y aquel tipo de dolor que hace tragarte tu llanto, es aquel que te forma y te cambia. Pero también el que no te deja amar y el que no te permite ser amado”.
¿Golpes?, Sí. Es lo que conocí por ocho años, los cuatro años siguientes, aprendí a no ganármelos.
A mi mente vienen potentes imágenes del dolor físico, como un respiro o una caricia que estremece mi piel. No quería ser cenicienta, y mi negación provoco el daño.
«Quien iba a pensar que mi determinada negación a quitarme la venda de los ojos, tiempo después sería el detonante a mis desgracias y a la perdida de aquel que amé».
Un día me rehusé a ser cenicienta. Me rehusé a seguir siéndolo de mi hermana. Sin saber que ese día, me estaba apuntando a ser un trapito a quien patear, otra vez.
Me encontraba en mi habitación, la puerta estaba abierta y yo solo escuche la llegaba de mi madre mientras ordenaba mi cuarto, escuche hablar a mi hermana con mi madre, y luego a ella llamarme para que baje a la sala. Mi corazón empezó a latir a mil por hora, sabía que estaba en problemas, la voz de mi madre lo confirmaba al ordenarme ir al primer piso.
Me arme de valor, sabía que me golpearía nuevamente aunque no me lo mereciera, empecé a descender las escaleras y mi valor de antes, se esfumó, empecé a sentir miedo, al llegar a la sala mi madre me miraba con furia, detrás de ella, mi hermana sonreía y hacia muecas de burla. «Estoy jodida, muy jodida».
Recuerdo que ese día quedé deshecha, física y moralmente; mi rostro fue volteado cual globo terráqueo, una y otra vez, una y otra vez, hasta que sentí un sabor metálico en los labios y una línea caliente descender de mi nariz. «Me arrepentía de obligarme a no seguir siendo cenicienta, que tonta, todo lo que me cause».
Si mi rostro se encontraba así, el resto de mi cuerpo era del color de Tinky Winky con tonos en fusión de Dipsy. Esa vida no era correcta, a veces pensé que había nacido en la familia equivocada, pero no sabía que eso formaba parte de mi destino, y que el dolor era necesario para poder vivir. Aunque una parte de mi justificaba sus actos con pensamientos como: «Lo hace porque no conoce el amor», «Lo hace porque también sufrió» ¿qué tonto, no? Pero bueno.
Al pasar los años, siempre trataba de recordar lo que pasó aquella vez, tratar de que esa fuera mi única paliza. No refutaba nada en mi casa en cuanto a obligaciones injustas me daban, yo lo hacía, sin replica, ya muchas cicatrices tenía, no quería más. Si quería escapar, ser libre y tomar las malditas riendas de mi vida, tenía que ser inteligente, tenía que esperar el momento y ¡boom! actuar, actuar y no volver más.
“Cuando creces con sufrimiento y mucho dolor, y llega el momento de una sacudida que cambia tu mundo, patea o guarda el temor, porque podrás manejarlo, si analizas y planificas con cuidado tus pasos, podrás manejarlo, podrás dominar el cambio”.
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Editado: 11.01.2021