—Alerta: Incursión no reconocida en la Zona Norte. Identificación no verificada.
El mensaje emergente en el campo visual de Lohen lo hizo detenerse en seco.
El límite del Velo había sido atravesado por alguien que no era miembro de las patrullas de reconocimiento de la UEG.
Paralizado por una información extraordinaria, mantenía la mirada fija en un punto invisible frente a él.
Una sola línea de datos bastaba para desequilibrar años de control.
—¿Va todo bien, Lohen? —preguntó una mujer de porte elegante, que había quedado unos pasos por delante tras su parada repentina.
—Tengo que volver al despacho.
Ella, silenciosa, observó cómo Lohen se alejaba con paso firme en dirección contraria.
Finalmente, retomó el paso por el pasillo inmaculado de la sede central de la UEG, aunque una pequeña alerta —instintiva, casi imperceptible— se había encendido en su interior. Lohen no solía desviarse sin motivo.
—Amatista, por favor, introduce en mi mesa los datos de las últimas incursiones del Velo en la Zona Norte. Dame el último registro y el usuario —ordenó Lohen bruscamente al irrumpir en su despacho.
Una voz dulce y serena, con un ápice de sensualidad, obedeció sin rodeos:
—Recopilatorio de accesos aprobados: último registro hace 4 minutos. Identificación no procesada.
—Dime cuál precedió a esa.
Lohen miraba ansioso los datos que su IA personal le arrojaba en una pantalla proyectada.
—Incursión en el año 3010. El motivo fue la expedición y registro de datos y muestras biológicas. Se cerró el acceso hasta nueva orden, ya que no se sustrajo material relevante.
Lohen frunció el ceño.
Observó un momento los datos de la proyección y finalmente se atrevió a preguntar:
—¿Motivo de la permisión del acceso? ¿Ha fallado la linde de seguridad?
—Ningún fallo detectado, Lohen. Acceso permitido por coincidencia genética.
El sudor resbalaba sutilmente por sus sienes.
Se sentó en un sillón que tenía justo detrás, y aun con los datos frente a él, no le hizo falta mirar más.
No era una coincidencia.
Y si lo era… no importaba.
El equilibrio acababa de fracturarse.
* * * * *
El aire cambió.
No de forma drástica, pero sí lo suficiente como para que Enya lo sintiera al respirar. Era más denso, más fresco, más real.
Si tuviera que ponerle un color, sería el verde.
La luz era preciosa. Se colaba entre las ramas de los extraños e inmensos árboles que crecían desordenados de forma osada, sin pedir permiso. También era su bosque.
Podía oír el leve zumbido de insectos y el canto de aves que no sonaban como siempre.
Todo era hermosamente más salvaje.
Todo, parecía pertenecer a un mundo perdido en el tiempo, olvidado y abandonado a una suerte maravillosa:
la de no haber convivido con lo artificial.
Avanzaba despacio, como quien pasea por una galería de arte y se deja atrapar por cada detalle sin necesidad de entenderlo del todo. Sumergida en aquel entorno, había olvidado por un momento el fragmento, aún guardado en su bolsillo y al que se aferraba de forma inconsciente, temiendo que al soltarlo todo aquel lugar se desvaneciera.
Niva la seguía con la felicidad plasmada en su vuelo: se posaba en cada rama, en cada arbusto, como quien saluda a viejos amigos.
Enya se adentraba más y más por un camino pequeño que la llevó a un claro del bosque.
El chasquido de una rama y el paso rápido de una criatura que parecía una especie de ardilla, la sacó del trance que le había provocado aquel lugar.
Reparó de pronto en que había atravesado un límite prohibido por la UEG. Se suponía que allí no había nada, solo desolación y muerte, pero, aquello estaba muy vivo, podía sentirlo en cada célula de su piel.
De repente su instinto la avisó.
Se detuvo. No por miedo, sino por respeto.
Miró hacia atrás. No sabía cuánta distancia había recorrido.
Su pulso comenzó a acelerarse y en su cabeza surgieron preguntas angustiosas: ¿Y si no podía volver a cruzar de vuelta? ¿Y si el aire era tóxico y lo estaba respirando como si nada? ¿Y si dentro de esta zona habitaban seres extraños o peor, peligrosos? …
Decidió dar la vuelta y salir de aquel lugar cuanto antes. Sentía que había visto una verdad que siempre les habían negado y que a ella no le pertenecía saber. Era una responsabilidad con la que no estaba dispuesta a cargar.
Aunque ya era tarde.
Se giró dispuesta a salir de aquel claro y regresar a su vida, a su Thalys, a su laboratorio, con todo lo que tenía que hacer, con lo fácil que habría sido no ver nada… se dijo para restarle importancia a un acto que sabía que podría tener graves consecuencias…
Sintió la necesidad de huir de allí y hacer como si nada hubiera pasado. Pero, a unos metros de ella, en medio del camino que la llevaría de vuelta, una figura alta la observaba inquietante con unos ojos verdes con pinceladas de ámbar.
La miraba con una mezcla entre asombro y curiosidad, quizá un ápice de rechazo, pero no hizo nada, ni pronunció palabra alguna.
Enya lo miraba a una distancia prudente, totalmente paralizada y con el corazón a punto de colapsar.
La respiración se le congeló.
Todo a su alrededor dejó de existir… esos ojos, solo los había visto una vez.
Era él.
“¿ De verdad era él? “
El niño del recuerdo…
— Zairen— exhaló su nombre mientras palidecía ante él. De repente un pitido sordo la sacó de cuajo de ese encuentro y su brazalete transcribió un mensaje de alerta.
“Incursión registrada. Identidad no vinculada. Acceso permitido por firma residual. Notificación enviada.”
En el rostro de Enya podía leerse un terror desmesurado mientras leía el mensaje que arrojaba su dispositivo. Colocó la mano sobre el brazalete, y este dejó de emitir aquel pitido seco y persistente. Tenía que regresar. Ya.
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Editado: 19.05.2025