NARRA NEYLAN
La angustia se apoderaba de mí poco a poco, talvez por eso decido evocar mis enigmas en la tinta, para muchos sigo siendo un niño manipulable, y ahora debo… Recuerdo que mis deseos ya no eran míos, tantas veces que sentí ira irrefrenablemente asesina para con él… y en ese momento hubiera querido concederle la inmortalidad. Tuve miedo, supe que desde el momento preciso en que la corona designara al siguiente rey, equivocarse, sería un privilegio único de los demás.
Perfecto, el próximo rey debía ser perfecto, durante mi vida me habían preparado para reinar Las Altas Tierras De Luzenttina, el reino del brillo de las piedras preciosas, hogar donde la Gran Luzenttina, la más magna de todas las cuevas mineras, se extendía repleta de riquezas de par en par.
Pero esta preparación, se oponía a mi voluntad, desee llevar la vida de Vito, estando yo, era imposible que el reinase, ¡sí! Hubiera preferido que sea él.
La “perfección” es algo duro de efectuar, aún más aun cuando… de la misma palabra se reconocen varios conceptos, “¡oh cielo… tú ya eres perfecto!”-solía decir ella- ahora no, no lo creo. No cuando he oído tantas veces… “¡débil, eres débil…un desperdicio, una pérdida de tiempo, igual que ella… no tienes nada de mí!” fue… afortunado, de no haber sido pequeño en ese momento, lo habría matado por ultrajar su recuerdo de tal modo, en cuanto se refería a ella, era lo opuesto a un caballero, tomaba represalias contra la mujer que dio a luz a su heredero, presentándola ante el juicio de todos como la peor de las pérfidas.
En cuanto a mí, el brusco carácter de mi padre me imponía ser el paradigma de un Dios.
No me atestaba de caminos a tomar, a la larga sería… mantuve en secreto mi rebeldía. Pero mi concepto de reinar era distinto. No toleraba la idea de ser como el resto de ellos, reyes… inmortalizados sus recuerdos, por medio de retratos, para los cuales solo tuvieron que permanecer inmóviles durante un tiempo, con eso, obtenían un lugar en la memoria de sus súbditos, las decisiones no importaban, y eran tan únicas, su régimen estaba tan firmemente establecido que…
¡No! Si la corona se me concedía, haría lo que desee con ella, lo que considerara justo. ¡Ja! La corona… punto de reunión de las ambiciones de cualquier hombre.
Esos hombres…
No podía evitar verlos como malos estrategas, en momentos de verdad aparentaban estar convencidos de que su hipocresía permanecía latente, como si no fueran obvios, podía ser joven e inexperto, pero jamás me consideré un mentecato, y su esfuerzo por acercarse estaba a la vista del peor de los ciegos, suelo divertirme con ellos, disfruto de ver la expresión en sus rostros al creer que me tienen rindiéndoles cuentas, cuanta diversión.
Pero vamos al caso, demasiadas palabras que requieren la adhesión de circunstancias, un rey que había enfermado gravemente, su esposa que ya estaba muerta, y un reino entero a cargo de su único hijo, que apenas alcanzaba la edad necesaria. Preguntándose que debió hacer en el momento en que su padre se fue.
Recuerdo cada momento de ese día en que todo cambio, no dormía hace días, no tragaba nada, ya no tenía ganas de leer, dormí junto a la ventana esa noche, no me separe de ella, lo único que disfrutaba era ver el anochecer, con la esperanza de que cada día que pasaba mi padre seguía aquí, pero con el presente remordimiento de que no me encontraba con él, todo había sido muy rápido, y las decisiones habían sido demasiado apresuradas, alguien se tenía que quedar aquí, me sentí mal, pero nada podía hacer…
Carmela me había preguntado varias veces si quería comer, pero yo siempre le decía que no, apreciaba su esfuerzo y tanta lealtad, pero no podía permitirme disfrutar de una deliciosa comida caliente mientras mi padre se encontraba postrado en una cama, sentía piedad.
Así que le dije que vaya a descansar, para verla mañana, y en cuanto a mí, pues solo me quede esperando…
Esperaba aquello que talvez nunca llegaría, pero valía la pena esperar, simplemente un poco de calma.
Se hacía muy tarde y eso que esperaba no llegaba, al contrario me encontraba muy abrumado, recuerdo que empecé a caminar de un lado a otro de aquella ventana intentando controlar mi ansiedad.
¿Ansiedad? ¡Ja! Nunca la había sentido. Siempre había sido un hombre paciente, tranquilo, sabia como esperar, todo lo contrario a mi padre. Para mi suerte había heredado de mi madre esa virtud, ella decía que si la espera se tornaba larga no había mejor remedio que un buen libro. (Me reí por lo bajo) Mi padre hubiera dicho a esto ¡Pamplinas! Supongo que ya lo echaba de menos.