NARRA CARMELA
Después de tener listo el desayuno lo llevé a la sala y apoyándolo sobre la mesa no pude evitar quedarme frente a la ventana unos minutos, contemplando lo demás, y solo un instante me basto para comprender porque al señor le gustaba tanto ese lugar, no se podía evitar sentir poder y ambición cuando se estaba allí, era un sentimiento que lograba destruirte con facilidad, en un momento pasabas de tener claro cuál era tu lugar a ser una persona con mucha ambición y ansias de poder, era algo que solos los fuertes podrían alejar, pero, yo sabía que el señor no era débil, nunca fue como la gente de su calaña, por fortuna él no había heredado el doblez característico de la célebre familia real, esa gentuza era como lobos escondidos en la noche, astutos y despiadados, esperando el momento para atacar, se convertirían en los verdugos unos de otros, mangoneando al más ingenuo, la razón de porque el poderío no está diseñado para codiciosos, ya que cuando este llama a sus puertas, ellos salen tras él como el enfermo que sale en busca de su última esperanza de vida, aparentando ser tan vital como el aire que se respira, realmente no sé porque todos deseaban poderío si ninguno era capaz de ejercerlo con propiedad, pero por desgracia hasta el momento solo existían dos clases de personas en el poder, los ambiciosos y los ingenuos, los primeros manipulaban y los segundos eran manipulados, solo esperaba que no pasara lo mismo con el señor, y centrándonos un poco en él, ¿Cómo estará?, espero que no haya ocurrido nada grave, es mi niño, siempre lo fue, sé que será un gran rey llegado el momento, pero le evitaría cualquier clase de dolor si pudiera…
En eso pensaba yo cuando oí:
-¿y tú? ¿qué haces ahí? ¿no tienes cosas que hacer?
La tía del señor, la señora Ermides, había entrado en la sala, y me sorprendió tanto que me exalte.
-¿pero porque te asustas? Responde ¿Qué hacías ahí?
-Yo, yo solo… observaba.
-Pues deja de observar y sírveme el té -dijo sentándose frente a la mesa donde se encontraba el desayuno, la mire con algo de incomodidad por un momento- y continuo diciendo:
-Anda! Apúrate! pero ya… ¿y ahora? ¿qué sucede? ¿por qué me miras así?
-Es que ese desayuno es para el señor.
-Haber querida, ¿tú ves a mi sobrino aquí? ¿qué caso tiene si no está aquí?
(Dijo con tono soberbio, así que no quise replicar más, y decidí callar) entonces, ella continúo:
-Por cierto, ¿Dónde se encuentra ahora? Ya es tarde, y él es el primero en despertar siempre.
-El señor tuvo que ir a Luzenttina temprano, mi señora.
-Pero que ridiculez, el nunca sale de aquí, tiene mucho trabajo en el castillo.
-Por lo que oí mi señora, el rey lo mando a llamar.
-Con que a mi cuñadito le llego la calaca al fin.-dijo con todo desdén- ¡oh! No diga eso señora Ermides, yo sé que el rey se pondrá bien y todo será como antes.
-Y dime, ¿a ti quien te pregunto? Ya deja de ser tan optimista que me enfermas y ve a traer mi desayuno, porque parece que te molesta mucho que me acerque al de “tu señor”
-(Debí haberle pegado en ese momento, pero por alguna razón logre controlarme, así que solo le dije: “si señora” asintiendo y me fui rápido para la cocina) donde oí al señor Victoriano, el hijo de la señora Ermides y mejor amigo del señor Naylan, entrar en la sala diciendo:
-Madre ¿Qué sucede? ¿porque esos gritos?
-Nada hijo, nada… ¡las sirvientas y su insolencia otra vez!
-(me acerque a la sala para oír mejor) ahí vi al Señor Victoriano sentarse, preguntando qué había ocurrido mientras tomaba una galleta, y su madre que decía :
-Nada de interés, pero será mejor que no toques eso, porque la sirvienta podría morderte
-¿Quién? ¿Carmela? Mamá… exageras...
-Tú me conoces hijo, nunca exagero, ( dijo eso pero… en realidad ella siempre exagera.) apenas me acerque a él y me miró tan turbiamente que tuve que preguntar qué sucedía… ¿y sabes que paso?... se había molestado porque ese era el desayuno de Naylan
-Madre te lo dije, exageras, Carmela solo está mostrando lealtad a Naylan, ya sabes que ellos se unieron mucho cuando Eleonor murió, desde entonces ella cuido de nosotros como una segunda madre, y ya le he tomado mucho cariño.
-Si, si, si… pero no olvides que yo soy tu madre, y si ella quiere demostrar lealtad, que lo haga conmigo también, no solo con tu primo, yo soy parte de la realeza, creo que merezco algo de respeto.
-Si estoy de acuerdo… aunque tú solo perteneces a la realeza porque…
no lo dejo terminar y dijo:
-¡Bueno ya! Me canse de hablar de la servidumbre y sus tonterías.
(se puso de pie, se acercó a su hijo, lo tomo de las manos y dijo:)