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—Señor Laurent, adelante, por favor —saludó Celine y lo acompañó hasta la silla ejecutiva a la cabeza de la mesa—. Estamos listos para iniciar cuando lo indique.
Daniela no se incorporó como los demás cuando su nuevo jefe entró, pero no por rebeldía, sino que la vergüenza la mantenía con la mirada en su regazo y las piernas congeladas.
—Dani —susurró Lisa—. Levántate.
La joven madre inhaló hondo, enderezó los hombros, dirigió la mirada a Mathis y se incorporó junto con los demás.
«El mundo no está hecho para los débiles», se recordó.
—Bienvenido, señor Laurent —dijo de último Daniela—. Daniela Barón, un placer conocerlo.
Y esperó que Mathis tuviera misericordia y olvidara el pequeñísimo o, bueno, los pequeñísimos incidentes de esa mañana.
Pero Mathis amplió su sonrisa al verla y Daniela casi pudo escuchar los engranes del cerebro de su nuevo jefe poniéndose en marcha.
—Señora Barón, claro, creo recordarla… —sonrió él mientras frotaba su barbilla y fingía una clara expresión pensativa. Daniela tragó duro—. Ah, ¡claro! Nuestros hijos van al mismo preescolar, ¿no es así?
Daniela asintió.
—Eso creo…
—Qué pequeño es Nueva York —rio él.
Y todos rieron, no porque fuera gracioso, sino porque era el jefe y Daniela sabía que a partir de ese momento todos siempre estarían de acuerdo con cada palabra de Mathis.
—Oh, tío, ¿por qué no contratas una niñera? Daniela podría hacer el favor de buscar algunas —señaló Celine sin poder evitar hacer evidente su parentesco con el jefe.
Lisa puso los ojos en blanco.
Daniela se limitó a permanecer en silencio con la mirada sobre Mathis.
—No, no, ya tenemos una excelente niñera y de todas formas me gusta que Remi conviva con otros niños —descartó el jefe de inmediato—, pero gracias, Daniela, estoy seguro de que me hubieras ayudado con gusto, ¿no es así?
Daniela mordió su labio inferior, aunque en realidad quería morderse la lengua para no responderle como tanto quería.
—Sí, señor Laurent —mintió la madre.
Mathis volvió a sonreír y, por fin, apartó la mirada de ella. Daniela sintió que sus hombros perdieron toneladas de peso.
—Bien… —Mathis miró la pantalla con su currículum—. Definitivamente ha sido una primera mañana que no olvidaré, empezado porque alguien casi me hace perder el espejo retrovisor de la camioneta, luego me encontré con una enérgica mujer en el preescolar de mi hijo y después me perdí en el edificio por una mala indicación de una buena samaritana… —Y aprovechó para echar un vistazo rápido al rostro colorado de Daniela—, pero bueno… aquí estoy y es un honor estar al frente de la división norteamericana de la editorial «Laurent», por favor, tomemos asiento.
Todos obedecieron. Daniela fue la última porque sus piernas todavía se negaban un poco a moverse con soltura, en nada ayudaba que la mirada alegre de Mathis permaneció en ella por más tiempo que con los demás.
Daniela permaneció cabizbaja el resto de la junta; incluso prefirió que Lisa fuera la que explicara el papel que desempeñaba su área para la empresa.
—Qué rara estás —comentó Lisa en voz baja a su compañera mientras Mathis hablaba de lo diferente que era el mercado europeo al norteamericano.
—Es una larga historia…
—¿Quieres que nos tomemos un café para que me cuentes?
—Hoy no puedo —suspiró Daniela y levantó la mirada hacia Mathis que de nuevo la miraba con una amplia sonrisa en los labios—. Debo hablar con mi hija.
Mathis pareció leerle los labios o eso pensó Daniela, porque de inmediato la señaló y, con esa sonrisa amigable, dijo:
—Señora Barón, usted recibe manuscritos, ¿me equivoco?
Daniela soltó un respingo y asintió:
—Sí, mi departamento se encarga de la recepción de manuscritos.
—Bien —Mathis paseó la mirada alrededor de la mesa y continuó—: Creo que necesitamos una obra clave, nuestro «Harry Potter» y tal vez estamos fracasando porque esperamos que llegue como caído del cielo cuando debemos salir a buscarlo; revisar esas nuevas plataformas, ¿usted qué opina?
Y las veinte personas que rodeaban la mesa plantaron los ojos en Daniela. Eso normalmente no la intimidaría, se había enfrentado a un público más grande, pero no al nuevo jefe que había llamado maleducado y que dejó botado en otro piso de manera intencional.
«Karma instantáneo», pensó Daniela al tiempo en que hacia un asentimiento.
—No creo que sea una buena idea, señor Laurent —contradijo con voz firme y escuchó cómo la mesa entera contuvo un suspiro. Nunca era buena idea llevarle la contraria a tu jefe en su primer día—. Esas obras suelen ser escritas por aficionados que ni siquiera son lectores, no conocen las pautas básicas de ortografía y gramática y las tramas se repiten hasta el cansancio…