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Los escritorios fueron entregados esa misma tarde. Lisa ya había acomodado todas sus cosas en el suyo y de inmediato empezó a trabajar en su computadora, pero Daniela todavía estaba a medio camino de terminar de pasar sus pertenencias.
La madre avanzaba lento porque Mathis le había informado que Any estuvo llorando sin razón aparente. Ella quiso ir a buscarla, sin saber si Mathis la dejaría salir o no. Llamó a la pequeña, mas ella prefirió quedarse en el departamento a jugar con unas muñecas que Mahika encontró en la bodega.
Sin embargo, como madre, no estaba tranquila. Iba de un lado al otro de su nueva oficina con la mirada en el celular arriba del escritorio. Respondía monótonamente a todo y ni prestó atención cuando le enseñaron los tonos con los que serían pintadas las paredes; dejó todo en manos de Lisa.
—Pintarán por la noche, mañana estará listo —informó Lisa sin parar de teclear en la computadora—. Tendremos que abrir la ventana o nos intoxicaremos.
Daniela asintió.
»¿Me escuchaste?
—Sí.
Lisa paró de teclear y la miró.
—¿Qué pasa?
—Es Any, creo que sé qué le sucede —confesó y tomó asiento en su silla empresarial nueva en tono coral—. Debe extrañar a su papá.
Lisa suspiró, giró en su silla empresarial en color rosa pastel y movió los pies para arrastrase con la silla hasta quedar cerca de su amiga.
—¿Hace mucho que no lo ve?
—Unos meses… Y lo comprendería si viviera en otro estado, pero… vive a diez minutos de la casa con su nueva esposa.
—¿Y por qué no va a verla?
—Dice que tiene mucho trabajo —respondió Daniela con tono escéptico—. Gana bien por un trabajo muy cómodo, claro que tiene tiempo, por lo menos una media hora libre en la semana estoy segura de que sí tiene.
—¿Ustedes tienen todo de forma legal? O sea, hay pensión alimenticia y todo…
—Sí, todo fue hecho por la vía legal porque lo conozco, pero hace unos meses que tampoco paga la pensión y no he querido demandarlo porque… sé que se alejará más de Any.
—Pero es su derecho.
—Lo sé, pero si por mi culpa ese hombre se aleja definitivamente, ella nunca me lo perdonará.
Lisa tomó las manos de su amiga y ejerció un apretón cariñoso.
—Eres una mujer muy valiente, ¿lo sabías?
Daniela esbozó una sonrisa incrédula y negó.
—No me veo como alguien valiente, sólo una mujer que intenta dar lo mejor de sí cada día.
—Y eso es mucho más de lo que se puede decir de otros, como de tu Voldemort.
Daniela soltó una carcajada. Lisa se unió.
—No necesito su dinero, puedo mantener sola a mi hija sin problemas, pero igual me molesta que tenga todo tan fácil, ¿entiendes?
—Sí, me sucedería igual… Las madres solteras siempre se llevan la peor parte… o, bueno, la madre o padre que se queda con el cuidado de los hijos.
—Sí… Hay padres buenos —reconoció Daniela y miró alrededor. La oficina nueva ya hasta tenía el librero en una caja, faltaba sacarlo y colocarlo—. Mathis parece ser uno de esos.
—Por lo que escuché en mi junta matutina —bromeó Lisa. Daniela sabía que se refería a su reunión en el baño de mujeres; ella nunca llegaba tan temprano como para conversar un rato ahí. Su día empezaba muy temprano y terminaba tardísimo, quedaba poco tiempo para socializar—. La esposa los abandonó con una carta y ya, regresó un mes después a tramitar el divorcio y se volvió a marchar.
—¿Y dejó a sus hijos?
—Sí, eso parece.
Daniela suspiró.
—Jolie, la mayor, es un poco huraña, pero supongo que la entiendo —recordó Daniela—. Ella es quien más recuerdos debe tener de su madre.
—No debe ser fácil —aceptó Lisa.
Daniela no comprendía del todo ese sentimiento. Sabía que pertenecía al grupo privilegiado de hijos que tuvieron ambos padres en un matrimonio feliz. Eso siempre anheló para su hija, pero todo salió mal y ahí estaba ella; mirándose sus manos entrelazadas con las de Lisa y preguntándose qué era lo correcto, cómo debería actuar.
—A veces… —empezó Daniela—, me pregunto si no exageré.
Lisa se acercó un poco más, porque su amiga habló en voz baja y era difícil escucharla.
—¿Exageraste? ¿En qué?
Daniela se sonrojó. Nunca había hablado de eso con nadie, ni con sus padres.
Ella jamás habló del motivo de su divorcio porque consideró que eso sería hablar mal del padre de su hija y sabía que eso estaba mal, pero entonces reflexionaba que en realidad no era hablar mal si sólo contaba lo que él hizo.
—Me encanta el mundo editorial —señaló Daniela con la sonrisa que le producía hablar de su trabajo—, pero sé reconocer que no tengo talento de escritora y no tiene nada de malo… Me encanta leer, perderme en un buen libro y dar mi reseña honesta al autor, es lo que me apasiona.