Equivocadas percepciones.

Capítulo 7

Era la quinta clase con Oriol.

No es que las estuviera contando, por supuesto; pero le emocionaba enumerarlas en una lista que había creado en clase, mientras Claire Olivia explicaba la teoría de conjuntos que obviamente no estaba prestando atención.

Si Oriol iba a darle clases durante tres meses, por tres días a la semana, eso significaba que tenía aguantar su presencia por lo menos 36 veces en casa, por lo que en ese orden de ideas su progreso era de 5/36, lo que era igual a 0.139, que multiplicado por 100 era 13,9%, que aproximado daba 14%.

Se detuvo un momento y se sintió demasiado ridícula. ¡Incluso en un momento en donde contaba con los dedos el día que dejaría de ver a Oriol, pensaba en matemáticas!, pero era aún más ridículo cuando en una de las filas de la tabla, escribía “observaciones”, en las que enumeraba los desaciertos más irritantes de su vecino.

Día 1: Oriol es el mismo niño molesto y desagradable de siempre, no deja de reírse por todo. 

Día 2: ¿Por qué siempre llega tan temprano? Me molesta estar cerca de él.

Día 3: No puedo creer que sea tan infantil, ¿a quién se le ocurre dar galletitas de animalitos cómo incentivo? No tengo tres años.

Los primeros días de esa primera semana se sintieron demasiado incómodos para su gusto. Oriol parecía decidido en ser el mejor tutor del universo; lo supo al notar que armaba con entusiasmo el set de estudio antes de cada clase, así como un temario sólido que explicaba a lo largo de cada sesión.

Se dio cuenta para su infortunio que Oriol no renunciaría a darle clases, a pesar de su falta de disposición en tenerlo cerca y que le enseñara cualquier cosa. Es por eso, que para la segunda semana, había estado un poco más abierta a prestarle atención porque aunque no quisiera admitirlo, creía que estaba aprendiendo algo.

Día 4: Su risa es demasiado ruidosa… —Escribió y se detuvo un momento— aunque a veces es contagiosa.

Mientras terminaba de darle una última peinada a su cabello, tiró la libreta hacia su cama y se miró en el espejo. Se dio media vuelta y se dio cuenta de que había elegido una buena combinación para la cita con Diego. Vestía un short de jean claro de tiro alto y un buzo tejido rosa con escote cruzado. Se acomodó un mechón de cabello oscuro detrás de su oreja y pensó que se veía bien.

Se calzó unos zapatos deportivos blancos y se dejó caer en la cama. Ese día en especial no quería ver a Oriol. Y es que su mente se encontraba en otra acera. Poco le prestaría atención, cuando lo único que deseaba hacer ese día era divertirse un poco con ese chico que poco le interesaba, pero que de igual forma, deseaba ver.

Se levantó de nuevo y cuando estaba terminando de aplicarse un gloss rosa rubí, el timbre sonó. Chastin no hizo más que soltar un suspiro mientras que cerraba los ojos al imaginarse que la persona que se encontraba en el porche de la casa con varios libros en sus brazos y una sonrisa que parecía dibujarse en su cara eternamente -para su disgusto, claro-, era su insoportable vecino.

Se dio unos últimos retoques y bajó con rapidez.

—Hey, ¡hola! —Lo escuchó decir cuando abrió la puerta. Lucía tal cual como lo había imaginado con una gorra gris que dejaba escapar varios cabellos castaños, una sudadera oversize color café, un pantalón recto y unas Vans negras. 

Oriol parecía empeñado en vestir lo más simple posible, como si estuviera participando en un concurso de ser el más insípido de la moda, y parecía que lo lograba porque todos sus outfit eran casi identicos, con la variación de sudaderas de diferente color y tennis que a veces eran negros y en algunas ocasiones blancos.

Eso le irritaba a Chastin porque además de ser inexplicablemente feliz todo el tiempo, parecía por completo despreocupado en todos los aspectos de su vida.

—Entra —Se hizo a un lado. Oriol ni corto ni perezoso entró a la casa y se sentó en el comedor que habían tomado ya como su lugar de estudio. Chastin se sentó de mala gana en una de las sillas y se cruzó de piernas mientras que apoyaba el dorso de su mano en su mejilla.

Oriol acomodó los libros y los apuntes en la mesa. Chastin ya había observado lo suficiente las expresiones faciales de su vecino para saber que estaba a punto de decir algo.

Y así fue.

—Muy bien, hoy continuaremos con los ejercicios de clase pasada… —Dejó de hablar, de pronto, empezó a olfatear el aire como un cachorro tratando de identificar un olor ambiental —Huele bien, ¿qué es? 

—Es un perfume de mujer, ¿no lo sabes?

Oriol sonrió un poco. Pareció ignorar el tono seco y sarcástico de Chastin.

—Por supuesto que es un perfume.

—¿Entonces, cuál es la sorpresa?

—Viví mucho tiempo con Angela, y aún sigo viviendo con mi mamá. Me agradan esos aromas.

—Es Joy de Dior —Contestó Chastin de inmediato al escuchar el nombre de Ángela, la hermana de Oriol. Siempre creyó que era una niña muy bonita.

—Wow, Angela usaba “Dune”. También es de Dior.

—¿Cómo es que recuerdas esos nombres? —Preguntó ella, permitiéndose reir un poco. Oriol imitó el gestó y continuó:




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