Érase una vez...Nosotros

Capítulo 2

CAPÍTULO 2

-Sebastián-

—¿Hacía falta que me esposaras? —se quejó moviendo molesta sus muñecas golpeando sus pies enfadada. La había dejado sentada sobre mi cama y debía darse agradecida por ello, no le dirigí la palabra, tomé mi móvil—¡Cómo puede ser que un vendedor de seguros tenga esposas! —chilló.

—Las guardo por si algún día alguna loca intenta meterse en propiedad privada, desnuda, y por si fuera poco privándome de la libertad—lleve el móvil hacia mi oído, se estaba demorando en atender mi llamada.

—Solo es una confusión, seguramente debes ser el nieto del señor Clement o no lo sé, —jadeó frustrada —por favor...estoy diciendo la verdad, ¡busco a Sebastián Clement!, quizás tenga unos setenta años ¿supongo? —al no conseguir más que indiferencia de mi parte, volvió a patalear frustrada sollozando.

Hola—dijo Isaac —¡Hasta que atendiste! —prácticamente deseaba devóramelo por el teléfono—ah…estas de malas, ¿qué pasó? ¿te llamaron a trabajar en medio de tu descanso? —cierra el pico, Isaac, quiero que busques los datos de una persona. Ahora mismo. Cuando los obtengas envíame la información. —¿pero tienes autorización? Sabes que es molesto hacer esto sin una…— y ahí iba otra vez mi voz y mi terrible mal humor —Hazlo, y punto, envié los datos a tu móvil.—Ok, lo que tu digas, tú eres el que manda.—Corté la llamada.

Me voltee hacia ella, llevaba en mi mano sus documentos.

Henderson, Ana

Una vez más bajo su atenta mirada caminé hacia su maleta, revolviéndolo todo, buscando algo más que me ayude.

—¡Deja de tocar mis cosas!—exclamó molesta viendo como sin el más mínimo escrúpulo volteaba todas las cosas vaciando esa pequeña maleta. —¡Mi ropa interior, no la toques!

—Me importa muy poco si tus cosas están en el suelo en estos momentos—dije desordenando sin encontrar más que ropa, estuches con perfumes, maquillaje, zapatos, zapatillas, un paraguas, en fin…

—Tampoco te importó lanzarte sobre mí; —levanté mi cabeza hacia ella—¡con ese golpe casi me reiniciaste la vida! —lanzó completamente enfadada.

La oí bajo un murmullo tildándome de “bestia”

—No es mi culpa, te había advertido que no huyeras, tonta.

Me erguí una vez más, caminé hacia donde había dejado mi camiseta la última vez, me la puse. Arrastré una silla hacia la punta de mi cama donde la había dejado sentada, al hacerlo abrí mis piernas de tal manera que ella sentía que la había acorralado bajo ese pequeño rincón, tanto así que sus piernas se movían nerviosas intentando deslizarse hacia arriba, su torso se precipitó hacia atrás en evidente signo de intimidación por mi cercanía.

—Deja tus pies quietos y vuelve a acomodarte hacia mí sino quieres que esto se ponga peor—sus labios temblaban con suavidad, asintió turbada, deslizando sus piernas que se habían elevado levemente para bajarlas de manera dócil hasta una vez más plantar sus pies sobre el suelo, su torso volvió a moverse hacia adelante. Me crucé de brazos.

—Juro que no estoy mintiendo—insistió de forma decidida una vez más.

—Esto es sencillo, solo debes cooperar; —mi mirada se enterró en la de ella, al parecer mi tono de voz más clamado lograba sacarla de quicio. Me observó turbada.

—¿Haces esto todo el tiempo? —inquirió confundida, alcé una ceja sin dar respuesta a eso—¡Porque en estos momentos no parece que estuvieses improvisando! —exclamó frustrada.

Evite sonreír, apreté mi mandíbula de forma sutil conteniéndome.

—Invasión de propiedad privada, según tú: nudismo, privación de la libertad. Vas a terminar en la cárcel. Además, analizo si demandarte por que casi disloco mi hombro queriendo liberarme gracias a que —la señalé con un dedo y eso pareció que estaba apuntándole con un arma pues ella se echó levemente hacia atrás. —Me encerraste. Solo ruego que realmente no estés tan desquiciada como para que los cargos no queden obsoletos.

—¿Qué? —jadeó molesta frunciendo levemente el ceño—No estoy loca, además, ¿a quién se le ocurre casi terminar por derribar una puerta? ¡Estaba a punto de liberarte!

—¡Claro! Un día como si nada una desequilibrada irrumpe desnuda en mi casa y me encierra en mi propio baño para luego decirme: oye, no pasó nada, ¡iba a liberarte! ¡como si eso fuese lo más normal del mundo!—bramé, ella se encogió de hombros al oír mi grito encolerizado.

—Entonces: ¡porque no llamas a la policía de una buena vez! ¡Cretino! —chilló desesperada.

Extendí mi mano hacia la cadena de sus esposas atrayéndola hacia mí. A juzgar por su expresión por mi repentina acción y mi cara que se había trasformado a tal punto que la asustaba en demasía.

—Porqué aun no sé cómo hiciste para entrar en mi casa, —mi voz grave y esa tranquilidad pasmosa que me invadía cada vez que algo lograba enojarme, era algo natural e incontrolable para mí, pues, tanto así que ella abrió su boca levemente respirando con aturdimiento por mi peligrosa cercanía. —Revisé las cámaras de seguridad que rodean todas las entradas, y oh...casualidad: ¡No apareces en ninguna imagen! —la solté de un tirón.

Ella alzó su mentón, endureciendo su postura.

—No pienso decir ni una sola palabra más hasta que no esté con el señor Clement, Sebastián Clement, es evidente que tú no lo eres, el señor Arthur jamás me engañaría, habló muy bien de esa persona.




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