Desde aquella invitación para admirar el árbol de Navidad en la plaza, la vida de Elysia empezó a experimentar cambios sutiles. Lir emergió como una constante, un compañero que la instaba a cerrar el libro que siempre absorbía su atención y a contemplar el mundo a su alrededor.
Inicialmente, Elysia se mostraba reticente a abandonar su santuario de papel y tinta. No obstante, Lir poseía un talento especial para revelarle las pequeñas maravillas cotidianas: el susurro de las hojas otoñales bajo sus botas durante caminatas por el parque, la riqueza del sabor de un chocolate caliente en una acogedora cafetería, o las carcajadas de los niños deslizándose en la pista de hielo de la plaza.
—Nunca había regresado aquí de adulta —confesó Elysia a Lir, quien observaba con ternura cómo ella disfrutaba de su bebida.
—¿En serio nunca? —preguntó él, sorprendido.
—No, solía venir con mis padres cuando era niña. Ya sabes, nunca tuve muchos amigos; los libros siempre me parecieron más interesantes —dijo ella con una inocencia desarmante—. Gracias por traerme. ¿Te he contado lo que me sucedió en un viaje que intenté la semana pasada?
Lir negó en silencio, su mirada intensa y los ojos ligeramente entrecerrados, una expresión que Elysia había aprendido a interpretar como señal de su máxima atención. Con una confianza que la sorprendió a ella misma, le narró su inesperada aventura en el castillo de Morgenstern.
—No te imaginas la vergüenza que sentí —continuó Elysia—. Entré pensando que estaba abandonado y para nada era así. Es el castillo más hermoso que puedas imaginar, y su propietario me recibió con una sonrisa preguntándome si yo era su regalo de Navidad. ¿Puedes creerlo?
Lir asintió, una sonrisa juguetona asomando en su rostro mientras el vapor del chocolate caliente se elevaba entre ellos.
—Eso suena a una aventura digna de uno de tus libros —dijo con un tono de voz suave pero lleno de interés—. Pero dime, ¿cómo te sentiste cuando te dijo eso?
Elysia jugueteó con la cucharilla en su taza, haciendo remolinos en el chocolate. Su reflejo en la superficie oscura parecía tan pensativo como ella se sentía.
—No sé... fue extraño. Por un lado, fue halagador, pero por otro, me sentí como si fuera un personaje de cuento de hadas, no yo misma —admitió, levantando la vista hacia Lir—. Pero lo más raro fue que parte de mí quería quedarse y explorar más, como si estuviera en el umbral de uno de esos mundos que siempre estoy leyendo.
Lir se inclinó hacia adelante, sus ojos entrecerrados mostraban una mezcla de curiosidad.
—Es natural sentirse atraído por lo desconocido, por la promesa de la aventura —dijo él—. Pero también es importante recordar quiénes somos y dónde encontramos nuestra verdadera felicidad —se detuvo un momento mirando fijamente a Elysia como si lo siguiente que fuera a preguntar era crucial. — ¿Crees que podrías encontrarla en ese castillo?
Elysia se mordió el labio inferior, considerando la pregunta. Lir la miraba a sus labios, como si de lo que ella fuera a responder dependiera su vida.
—No lo sé. Creo que siempre he encontrado mi felicidad en las historias porque podía escapar a cualquier lugar, ser cualquier persona. Pero ahora... —Hizo una pausa, buscando las palabras correctas al tiempo que se sonrojaba—. Ahora, me pregunto si hay más para mí aquí, en el mundo real, especialmente…, especialmente después de comenzar a pasar tiempo contigo.
Terminó decidida, aunque bajó la cabeza toda ruborizada. Lir le ofreció una mano sobre la mesa, un gesto de apoyo y conexión. Parecía entre feliz y asustado al mismo tiempo, y miraba a su alrededor. Sobre todo a un señor que lo llamaba con urgencia, pero se hizo el que no lo veía.
—Quizás sea hora de que escribas tu propia historia, Elysia —dijo con una voz cálida y esperanzada, aunque puso una sonrisa melancólica—. Una donde no solo leas sobre la aventura y la magia, sino que también las vivas. Y no tienes que hacerlo sola.
Elysia colocó su mano decidida a pesar de su extrema timidez sobre la de Lir, sintiendo un calor que no venía del chocolate caliente. Ella misma estaba sorprendida, sobre todo al sentir lo mismo que le había provocado aquella otra mano del dueño del castillo Morgenstern.
—Eso suena aterrador y emocionante al mismo tiempo —confesó con una sonrisa tímida—. Pero creo que me gustaría intentarlo si es contigo aquí en la vida real.
—¿No crees en la magia Elysia? —le sorprendió la pregunta de Lir que la miraba muy serio.
—En la magia, ¿te refieres a ésta magia que vemos o a esa de los libros? — preguntó sin dejar de beber de su bebida pensativa—, no sé cómo responder a esa pregunta. Desde niña vivo cada historia que leo, pero sé que son eso, solo historias. Pero estos días en que me has enseñado la magia de la vida afuera de la librería, creo que sí, creo en la magia que es la vida misma.
—¿Y en los seres de fantasía? ¿Crees que alguna vez existieron o existen todavía aunque no los veas?
—Puede ser, siempre me he preguntado si esas historias salieron de la mente de un escritor o en verdad son reales.
La plaza se iluminó de repente con miles de luces centelleantes, haciendo que Elysia girara su cabeza y se perdiera la inefable expresión de felicidad de Lir, y como aquel negaba con la cabeza a la llamada del anciano que lo llamaba de una esquina de la plaza insistentemente.
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Editado: 14.12.2023