Decidida, Elysia tomó su abrigo y salió al frío invernal. Las huellas bajo su ventana ahora eran una invitación a seguir un camino desconocido. Tal vez no llevaran a ninguna parte, tal vez solo la llevaran en círculos, pero necesitaba saberlo con certeza.
Siguiendo las huellas, se adentró en el bosque cercano, donde la nieve amortiguaba los sonidos y creaba una atmósfera de aislamiento del resto del mundo. Avanzaba con cautela, consciente de lo irracional que podía parecer su expedición. Pero entonces, justo cuando estaba a punto de darse la vuelta, vio algo que detuvo su aliento: un destello de luz entre los árboles, similar al que había visto reflejado en la ventana.
Elysia se acercó, el corazón latiéndole con fuerza en el pecho. La luz se desvaneció tan rápido como había aparecido, pero dejó tras de sí una pequeña bolsa de terciopelo azul medio enterrada en la nieve. Con manos temblorosas, la recogió y la abrió. Dentro encontró un objeto que confirmaba sus sospechas y cambiaría su vida para siempre: un amuleto antiguo con un símbolo que había visto en sus sueños, un símbolo que pertenecía al reino de Lir.
No sabía exactamente qué era, pero estaba segura de haberlo visto no solo en el viejo libro verle de las leyendas del castillo, sino, en el libro blanco de la leyenda del príncipe elfo. Era el emblema real que identificaba al príncipe Liriel. Aunque no estaba segura si su mente se acordaba bien de todos los detalles. Miró el objeto en su mano, la enorme piedra verde en el centro le pareció que se iluminaba con su toque.
Por un momento, un mínimo instante Elysia se vio en un gran salón donde existía un gran trono y ella estaba sentada en él de la mano del príncipe elfo al que no le pudo divisar el rostro y se asustó. Haciendo que desapareciera todo a su alrededor, y se vio de nuevo en el bosque helado.
Elysia supo entonces que: ¿o estaba volviéndose loca o sus sueños podían ser algo más que simples manifestaciones del estrés? Con el objeto en su mano, decidió que era el momento de buscar respuestas, no con un psicólogo, sino siguiendo las pistas que el propio sueño le había proporcionado. Era el comienzo de una aventura que nunca había imaginado posible. Sin embargo, se detuvo. Su mente racional hizo que se pusiera a analizar lo que había sucedido.
Era indiscutible que estaba en medio del bosque y por sus huellas en la nieve, no se había movido de allí, por lo que no pudo ir a ese castillo en que se vió hacía unos instantes y no sintió ningún viaje sobrenatural. Volvió a mirar el objeto en su mano y aunque lo acarició, no sucedió nada. Por lo que nuevamente dudó de todo.
Y entonces pensó, que también podía ser el objeto de alguien que lo había perdido. Era extremadamente valioso y, en esta época de Navidad, una pérdida invaluable, razonó como lo que era: una humana. Se dijo a sí misma que debía dejar de imaginar explicaciones en un mundo de fantasía e imaginarse que era alguien especial. Ella era la chica tímida y rara de la librería. Giró sobre sus pasos y comenzó a regresar cuando vio a un extraño anciano que parecía estar buscando algo en la nieve desesperadamente. Se acercó con cautela.
—¿Necesita ayuda? —preguntó Elysia.
El señor se puso de pie de un salto y miró hacia todas partes, como si buscara a quien le hablaba Elysia, hasta darse cuenta de que era a él.
—¿Me habla a mi? ¿Puede verme?
Esa pregunta le pareció realmente rara a Elysia. ¿Quién no iba a poder verlo en medio de la nieve con ese traje verde fosforecente? Se preguntaba en su mente en lo que se esforzaba por mantener una sonrisa. El anciano abrió los ojos incrédulo, sorprendido y feliz, le pareció a ella. Después, la miró con curiosidad, hasta ver la bolsa que ella llevaba y su rostro se iluminó.
—Gracias al cielo que la encontró, señorita. No sabe los siglos que llevo buscándola, digo, las horas —rectificó en lo que alargaba la mano.
—¿Es suya? —preguntó Elysia, sintiendo que en verdad debía visitar a un psicólogo; algo estaba muy mal con ella. Pues por un momento le pareció que al hombre le crecían las orejas como las imágenes de los elfos en los libros de fantasía. Sí, seguro estaba obsesionada con el reino de los elfos por los libros que estaba leyendo, se dijo.
El anciano que la miraba sonriente asintió con alivio, sus ojos brillando con una mezcla de gratitud y algo más que Elysia no pudo descifrar. Era como si el peso de innumerables preocupaciones se hubiera levantado de sus hombros en el momento en que vio la bolsa en manos de Elysia y ella le habló.
—Sí, sí, es mía —dijo el anciano, su voz temblorosa—. Es un objeto muy valioso para mí y para mi familia. Lo hemos estado buscando desde que se perdió. No sabe cuánto le agradezco —y se inclinaba delante de ella en reverencia repetidas veces en los que Elysia le parecía que cambiaba. Unas veces era un viejo y otra un joven.
Elysia observó al hombre, notando cómo sus ropas, aunque gastadas por el uso, tenían un corte antiguo y elegante. Había algo en su porte y en su tono que sugería que no era un simple anciano perdido en la nieve. Más bien parecía uno de los ancianos consejeros de un rey como en los cuentos de fantasía. Hasta parecía salido de uno. De seguro era que participaba en alguna obra de teatro, pensó o en serio estaba perdiendo la razón.
—No se preocupe, me alegra haber podido encontrarla —respondió Elysia, extendiendo la bolsa hacia él—. Solo espero que no haya sufrido demasiado por la pérdida.
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Editado: 14.12.2023